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Lunes, 13 de febrero de 2006

MUSICA › CONVOCO A 55 MIL PERSONAS EN EL ROSEDAL

La magia del Flaco Spinetta volvió una noche de verano

El músico brindó un concierto memorable, que repasó clásicos y adelantó novedades.

 Por Yumber Vera Rojas

Mientras la ciudad se ajustaba a la austera experiencia taciturna de esta temporada de éxodos, Luis Alberto Spinetta saboreó el sábado su propio sueño de una noche de verano junto a las 55 mil personas que acudieron al Rosedal para disfrutar de tan sólo un pequeño compendio del inagotable repertorio del juglar del rock nacional. Organizado en el marco de los conciertos y actividades gratuitas programadas por la Secretaría de Cultura porteña, Verano 06, el Flaco, ausente de las grillas de los festivales de rock de Gesell y Cosquín, se reencontraba con el público bajo este formato de convocatoria abierta luego de muchos años, tantos que ni recordaba ya cuándo fue la última vez que pudo interactuar de este modo con una masa tan emocionada como él y que no dejaba de rendirle loas, vitorearlo y suplicar por alguna de sus composiciones épicas. Y es que si bien siempre es una incertidumbre el play list de sus shows, en esta oportunidad coincidió prácticamente con las que presentó en sus recitales del último trimestre del año pasado, cuando alternó temas de sus dos últimas producciones, Para los árboles y el EP Camalotus, con clásicos y avances de lo que será su nuevo disco –que mantiene la veta sonora desarrollada después de la separación de los Socios del Desierto–, acompañado por una formación tan impecable como el espectáculo.

Acudir a un recital de Spinetta es una ceremonia maravillosa. Es uno de los escasos músicos locales cuyo talante artístico sobrepasa los rasgos de un festival. Se transformó en una usanza criolla, en una sesión de catarsis e incluso en una tradición generacional que nuevamente quedó remarcada el sábado. El Rosedal sirvió de contexto para una inmensa romería sideral en la que se cruzaron peladas y niños llevados en cochecito, y donde padres e hijos confrontaron preferencias estacionarias en la trayectoria del Flaco. Un artista tan locuaz como lozano, y, aunque difícilmente complaciente, siempre respetuoso y agradecido con su auditorio. Y es también un tipo puntual pues, tal como estaba estipulado, a las 21 horas dio comienzo a su recital –que se extendió hasta las 23–. No obstante, todavía desde la estación Plaza Italia descendían muchos de sus fans, algunos con remeras alusivas a las tapas del homónimo debut de Almendra y del álbum Pescado Rabioso 2, que pateaban la Avenida Sarmiento y se bifurcaban hacia el Paseo de la Infanta o atravesaban el Monumento de los Españoles para seguir hacia abajo. En el Rosedal no entraba un alma más, y el que lo intentaba debía evadir a los que estaban echados en el suelo en sillas playeras, parejas que anticipaban la celebración del Día de los Enamorados, artesanos, vendedores ambulantes, bicicletas y hasta a los perros que sacaron a pasear.

Rodeado de un maravilloso clima, y montado sobre un flamante camión escenario que compró el Gobierno porteño para emprender espectáculos en diferentes áreas de la ciudad, Spinetta reservó la primera parte de su concierto para la inédita zamba Mundo Arjo, el recién parido No habrá destino incierto –que formará parte de su próximo disco Espuma mística– y Era de Uranio de Spinetta Jade. Luego dio paso a Las cosas tienen movimiento y pidió un aplauso para el “queridísimo” Fito Páez, autor de la canción que popularizó Juan Carlos Baglietto. Continuó con Buenos Aires, alma de piedra y se detuvo para presentar Vidamí: “Esta es la breve historia de un muchacho que no terminaba de decirle a una chica ‘vida mía’ sino ‘vida mí’. Pero la mina entendió y le dijo: ‘yo también te amo’. Esto demuestra que las diferencias en el amor se pueden concretar por lo que pasa, más que por decir las cosas una sarta de veces”. Y asimismo introdujo el corte Qué hermosa estás: “Este es otro estreno, ¿quién no le dijo eso a su pendeja?”. Tras el precioso Jardín de gente, de los Socios del Desierto, el Flaco y demás miembros de la banda desaparecieron de la tarima para darle la chance a Claudio “Chacho” Cardone de interpretar un impecable solo que sirvió de obertura a Laura va. Si el clásico de Almendra logró desprender lágrimas, la súper pieza A Starosta, el idiota repuntó el estrépito y se convirtió en el momento psicodélico de la noche. Después de sendos símbolos del rock nacional, el “olé, olé, olé, Flaco, Flaco” copó todo El Rosedal y abrumó a un músico tan sensible que siempre parece que estuviese a punto del jadeo. Pero el mérito no sólo es de Spinetta y Cardone, sino que también hay que darle crédito a la estupenda base rítmica que los ampara, la bajista Nerina Nicotra y el baterista (ex Illya Kuryaki) Sergio Verdinelli. Aparecieron dos temas más de Spinetta Jade: Viaje y epílogo y La herida de París, donde Luis Alberto advirtió que “iban a tocar un ratito”. Encarándose hacia la conclusión del set, el clímax irrumpió con el fabuloso clásico de Invisible Durazno sangrando, que asomó el quiebre de cientos o miles con el fragor del suspiro colectivo. Spinetta se despidió la primera vez con Nelly, no me mientas y reseñó brevemente su concepción: “Es un tema inspirado en una amiga que me comentó: ‘Luis Alberto, parecés un pibe de 40’. Y yo le contesté: ‘Nelly, no me mientas’”. El bis llegó con Kamikaze y, seguidamente, soltó las notas iniciales del increíble Los libros de la buena memoria, no sin antes dedicárselo al baterista de Almendra Rodolfo García. Previo al cierre con una versión más jazzera de Agua de la miseria, el Flaco se despidió: “Esta fue una noche hermosa. Estoy feliz por los dos nietos que me dieron mis dos hijos varones. Gracias por este halago de acompañarme hoy”. Después de la cátedra brindada por Spinetta, una luna llena espectadora, redonda, brillante, contenta, gigante y silenciosa, no se movió, esperando una más.

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Spinetta mostró su espíritu festivalero, pero sin complacencia.
Imagen: Alejandro Reynoso
 
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