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Sábado, 18 de junio de 2011

MUSICA › ROXANA AMED PRESENTARá HOY INOCENCIA, EN EL CAFé VINILO

Aquel folklore de la infancia

En su cuarto disco, la cantante de jazz sorprende con versiones de temas de Lagos, Echenique, Yupanqui, Falú y Dávalos. “Me remito a la pureza y no quiero desentenderme de la inocencia que implica emocionarme con todo lo que escuché de chica”, explica.

 Por Cristian Vitale

Imperativo: Roxana Amed es una cantante de jazz. Lo es porque su prehistoria discográfica ya la encuentra cantando prodigiosos standards para los tradicionales Outsiders, o porque la matriz de sus composiciones primeras –ya en período histórico– hacen foco en el género. El jazz como eje envuelve a Limbo y Entremundos, sus dos primeras criaturas. También al sorprendente Cinemateca Finlandesa, que pergeñó junto a otro cruzado del género: Adrián Iaies. Amed (47 años) es una cantante de jazz porque fue a buscar a las entrañas de Nueva Orleáns las coordenadas basales que dieron marco a su mundito de canciones personales, y porque entre un disco de Bill Evans y otro Atahualpa Yupanqui, opta por el primero. “La verdad es que el jazz me conmovió por su arquitectura musical. Es un género de infinitos accesos y versiones en sí mismo, de formas de tocar, de componer, de sonar, tienen una riqueza tímbrica total. Siempre me motivó eso”, dice a Página/12 como forma de empezar a desentrañar el origen de su cuarto disco, Inocencia, que presentará esta noche en el Café Vinilo (Gorriti 3780).

Pero el imperativo no es categórico. No hubiese sido posible, si no, que cada instancia nombrada le abriera un haz de luz a otros géneros. Así fue con Limbo y las versiones de “Durazno sangrando” (Luis Alberto Spinetta) y “Amelia” (Joni Mitchell); con el sintomático Entremundos, cuando la compositora despejó prejuicios con una versión de “Friends”, acústico de Led Zeppelin, y otra de Tom Waits (“Georgia Lee”) que compartió con León Gieco; o con Cinemateca Finlandesa, donde la matriz jazzera no le prohibió la entrada -–más bien anidó– a dos magos de la música nacional: Cuchi Leguizamón y Charly García. “Siempre fui consciente de mi intención de comunicarme en español y poder estar en contacto con la sociedad en la que estoy. Por miles de razones personales, nunca hice el circuito de ir a estudiar a Boston, a Berklee, por ejemplo. Me quedé estrechamente ligada con la música argentina, con nuestra forma de decir”, contrapesa la cantante, acercando palabras al tema que urge: el disco Inocencia y sus giros.

–¿Inocencia por qué, a esta altura de la vida?

–Porque una empieza a simplificar cosas con los años, a redescubrir cosas que la definieron cuando empezó a ser lo que era. Lo pienso mientras hablo... Me encontré volviendo a lo que era a los 7 años, porque el folklore era lo que había en muchas casas argentinas, por educación y por ideología. Cuando digo inocencia, entonces, digo que era tan pura la información que circulaba por mi casa en ese momento que me ponía en una situación inocente aun frente a piezas complejas como las de Leguizamón o Eduardo Lagos. Yo lo tomaba como natural, del mismo modo que terminé entendiendo la música a esta altura... Digo: recibamos la música con nuestra inocencia, disfrutémosla, hagámosla entrar, procesémosla. Me remito a la pureza y no quiero desentenderme de la inocencia que implica emocionarme con todo lo que escuché de chica.

El marco está puesto, entonces: Inocencia es un disco de vuelta a las entrañas en la que Amed pretende –y logra– sacarle al antifaz solemne a piezas del Chacho Echenique, el mismo Yupanqui, a Falú y Dávalos, o a Lagos, y arroparlas con el lenguaje que la ayudó a ser. “Pienso que, por más complejos que sean los lenguajes que uno conoce, nunca se tiene que perder la sencillez que trae la música buena. Cuando se me ocurrió la primera canción para el disco (‘Hijos de nadie’) me salió un aire folklórico y dije ‘chau ¿de dónde salió esto?’ porque, como dije, mi admiración y mi cariño pasan mucho por el jazz, la música que más escucho y la que me sorprende todo el tiempo. Pero claro, argentina soy, siempre viví acá, me formé, y me convertí en esta música mezclada que soy. Sólo tuve que dejarlo salir”, ofrece como referencia Amed, que también es licenciada en Letras.

–¿A qué atribuye esta “reaparición” del folklore en su vida, más allá de necesitar ese retorno a la pureza?

–No lo tengo muy elaborado, pero tal vez el género no me había dado el estímulo que yo pedía que me diera a medida que iba creciendo. El jazz fue la fuente que nutrió mi inspiración, por decirlo en términos románticos, y lo sigue siendo, porque si canto una baguala la intención es que no me salga como a una bagualera de la puna, sino como me sale a mí. Y cuando digo “salirme a mí”, digo una limitación: nunca encontré en el folklore, excepto con el Dúo Salteño, un estímulo vocal que me produjera una libertad expresiva absoluta como el jazz. El tango y el folklore, en general, tienden a reproducir un lenguaje, y eso condiciona. Eso, en un momento me hizo tomar distancia del folklore, pese a canciones poderosísimas como las zambas del Cuchi o “La oncena”, de Lagos. Lo explico de otra manera: si cantara una zamba del Cuchi o “Piedra y camino” en inglés, dirías “es un standard”.

–¿Aplicaría la misma lógica “de condicionamiento” al rock? La pregunta está asociada a que también hizo versiones de temas de Spinetta, Charly García e incluso Led Zeppelin.

–Va por otro lado. Todos, por generación, tenemos un corazón por el rock, y más cuando se trata de un grupo como Zeppelin... Hay una energía muy difícil de olvidar en ellos. Cuando nos surgió la idea con Pedro (Aznar, que compartió el cover) estábamos en su casa hablando un poco del disco y puse No Quarter, de Page y Plant. Fue un impacto emocional, porque todo ese disco (Entremundos) cita dolores, desencuentros y limbos ajenos, y “Friends” fue como para decir “bueno, conectate con algo que construya, que esté bien”.

–La pregunta típica que les cabe a las “estéticas cruzadas” es sobre el riesgo de caer en un híbrido. ¿Lo tiene asumido?

–En una porquería de fusión, sí. Pero en mi caso sentí que el centro tenía que estar en el sonido de la voz, porque hay gente que puede poner ciertas tensiones, ciertas condiciones a los arreglos, ciertas trompetas, pero después termina cantando su propia versión como lo haría otro, se restringe al molde, digamos. Pasa mucho en la música latinoamericana, donde muchas veces hay un gran dominio de la música instrumental, porque el jazz nutrió eso, pero por ahí las voces van a lo folklórico tradicional y el cruce se desvirtúa. Mi intención fue otra: sonar en el medio, llevándome lo mejor de cada género sin sacarle el corazón a ninguno.

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“El jazz me conmovió por su arquitectura musical”, afirma Roxana Amed.
Imagen: Bernardino Avila
 
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