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Miércoles, 22 de agosto de 2012

MUSICA › DE REGRESO EN BUENOS AIRES, ANDRáS SCHIFF EN EL ABONO BICENTENARIO DEL COLóN

El pianista que comprendió a Beethoven

“Los intérpretes buscamos remover el polvo y la suciedad producidos por varios siglos de convenciones acumuladas”, dice este extraordinario instrumentista, que realizó una grabación de 32 sonatas para ECM que significó toda una revelación.

 Por Diego Fischerman

“Cuando estoy profundamente sumergido en un compositor, como lo estuve con Beethoven, empiezo a sentirme, física y mentalmente, como él. El me cambió como persona”, decía el pianista András Schiff al periódico The Guardian, refiriéndose al proceso que significó la grabación en vivo de las 32 sonatas de ese autor para el sello ECM. En 2010, este músico extraordinario, uno de los intérpretes más importantes del momento, llegó a Buenos Aires y su concierto comenzó y se cerró con sonatas de Beethoven. Hoy a las 20.30 volverá a tocar en el Teatro Colón, como parte del Abono Bicentenario, y nuevamente Beethoven será parte fundamental del programa.

“Como restauradores, los intérpretes buscamos remover el polvo y la suciedad producidos por varios siglos de convenciones acumuladas para tratar de reproducir la obra en su frescura original”, escribía en las notas del último de los volúmenes de aquella integral, donde incluía la composición que abrirá el concierto de esta noche, la Sonata Nº 30, Op. 109. “En Beethoven –explica– el sonido del piano es sumamente complejo; no es una cuestión de intensidad o de fuerza, sino una cuestión de riqueza interna,” Si no fuera por la increíble personalidad de sus interpretaciones, Schiff podría considerarse un filologista. Y es que, en rigor, posiblemente sea uno de los muy pocos capaces de lograr que la literalidad con respecto a la partitura y a los aspectos satélites –tratados de interpretación de la época en que las obras fueron compuestas, tradiciones– sea un medio y no un objetivo; mucho más un punto de partida que de llegada. Tal como es habitual en sus conciertos, no habrá obras de relleno. Además de Beethoven, Schiff interpretará la Sonata que Béla Bartók escribió en 1926, la que Leos Janacek compuso en 1905 y la Sonata D 894 que Schubert creó en 1827 y publicó, como si se tratara de piezas separadas –o como si hubiera querido hacer expresa su problematización de la forma– con el nombre de “Fantaisie, Andante, Menuet et Allegretto”.

Schiff habla de Beethoven. Y, obviamente, toca su música desde que era un estudiante. Sin embargo, durante años, hasta la fenomenal integral que registró entre 2004 y 2008, se negó a grabar sus sonatas. “Hasta que tenga algo para decir que no haya sido dicho ya hace sesenta años por un genio como Artur Schnabel, no tengo por qué grabarlas”, decía. Después, grabó a Schumann y a Bach. Ahora, acaba de publicar una magistral interpretación de El clave bien temperado, a la que habían precedido las Partitas y las Variaciones Goldberg. “Conviene recordar que es una obra de Bach y no de Glenn Gould, un músico para admirar pero no para seguir”, asegura.

Schiff ha grabado la totalidad de las sonatas de Schubert, cuando nadie tocaba, con suerte, más que las tres últimas. Su interpretación de la casi secreta D 850, en Re Mayor, que el novelista Haruki Murakami convierte en virtual coprotagonista de Kafka en la orilla, es una referencia inevitable. También ha registrado la obra pianística del checo Leos Janacek, música de Mozart, Schumann, Bartók y poco más. Asegura que “se puede vivir sin Rachmaninov, pero no sin Bach”, y concluye: “No digo que la música de Liszt o Rachmaninov sea mala; los respeto como compositores y pianistas, pero sus obras no me dicen nada. Prefiero consagrarme a los músicos que adoro, como Mozart, Schubert, Schumann, Bartók o Bach, el más genial de todos los compositores”.

Formado inicialmente en su Budapest natal, donde estudió con el compositor György Kurtág, y luego en Inglaterra, donde se perfeccionó con George Malcolm, entre otros, la carrera de Schiff es absolutamente atípica para el mundo de las estrellas pianísticas. Los fuegos artificiales que rechaza en el repertorio –aunque sus rechazos son siempre gentiles y están envueltos con los mejores modales– tampoco han formado parte de su ascenso como intérprete. Y es que en realidad no hubo tal ascenso. Schiff empezó exactamente en el punto más alto, con interpretaciones pronto reconocidas como canónicas de obras de Schumann, de Bartók, Schubert e, incluso, como acompañante de lujo de algunos cantantes excepcionales: el tenor Peter Schreier, con quien grabó los ciclos de canciones de Schubert, y la mezzosoprano Cecilia Bartoli, con quien registró canciones en italiano de Mozart, Haydn, Schubert y Beethoven.

Conocedor de las interpretaciones historicistas –grabó junto a George Malcolm la obra de Mozart para piano a cuatro manos en el instrumento que perteneció al compositor y que permanece en el museo de su casa natal, en Salzburgo, por ejemplo–, comparte con ellas la pasión por el texto y el rigor, pero discute sus fanatismos: “Creo que se puede adecuar Bach a los instrumentos actuales y tocarlo con conocimiento profundo de su época. Los dogmáticos de la corriente auténtica o históricamente bien informada no pueden ejercer de policías y establecer sus normas para todos. Entiendo que surgiera esta corriente, sobre todo después de la gran influencia que tuvo Herbert von Karajan en el siglo XX con su sonido Hollywood para todo lo que hacía, pero creo que muchos se están excediendo”.

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De origen húngaro, Schiff se especializó en Inglaterra.
 
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