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Martes, 23 de octubre de 2012

MUSICA › EVANESCENCE CERRó LA TERCERA JORNADA DEL PEPSI MUSIC

Tanta lluvia aguó la gaseosa

El eclecticismo de la propuesta del festival esta vez le jugó en contra a The Drums, que no encajaba bien entre Carajo y la banda de Amy Lee. También se suspendieron shows del escenario más chico por problemas técnicos. Los que estaban aguantaron la tormenta.

 Por Joaquín Vismara

Apostar por el eclecticismo es una jugada riesgosa que puede tener resultados opuestos sumamente radicales: la mezcla puede ser un éxito reconocible al instante o bien puede dejar en claro que algunos elementos simplemente no nacieron para ser combinados. En ese sentido, la última jornada del Pepsi Music 2012 estuvo más cerca de la segunda opción, al intercalar en lo más alto de su cartel dos grupos de distintas variantes de heavy metal (Carajo y los norteamericanos Evanescence) con la presencia del grupo de indie rock neoyorquino The Drums.

El comienzo de la fecha estuvo signado por la alternancia entre el metal alternativo y el punk en los dos escenarios principales. Así, Expulsados, eternos deudores del legado que Ramones dejó en este suelo, dieron paso a D-Mente, el proyecto que comanda Andrés Giménez desde la disolución definitiva de A.N.I.M.A.L. Media hora más tarde, los santafesinos Cabezones continuaron esta línea esquivando algunos problemas de sonido a fuerza de un set que tuvo su punto más alto en temas de otros: “Sueles dejarme solo” (de Soda Stereo), “Globo” (de los mexicanos Pito Pérez) y “Lucha de gigantes” (de los españoles Nacha Pop).

Mientras los rosarinos Bulldog daban comienzo a un set breve pero eufórico, la lluvia rompió sobre Costanera Sur, pero el fanatismo pudo más que cualquier fenómeno climático, si bien en un principio tuvo que incitar a la gente “a mover un poco el orto” en “Antigil” y “Vamos a buscar”. A lo largo de toda la jornada, el público demostraría con estoicismo su fidelidad a su grupo favorito, pero también que, si no hay lugar donde guarecerse del agua al estar en un predio al aire libre (convertido en un lodazal en la zona de los baños químicos), las opciones no son muchas. O se aguanta o se enfila para casa.

Carajo tomó el escenario principal cuarenta minutos después bajo una cortina de agua incesante. Un buen ejemplo de constante evolución, el trío liderado por el bajista Marcelo “Corvata” Corvalán repasó de manera equitativa sus cuatro discos de estudio, en una mezcla que fue también un equilibrio de fuerzas. Si bien toda su discografía está atravesada por el nü-metal, mientras sus canciones más nuevas apelan a mayores matices y texturas (“Acido”, “Luna herida”), las más viejas van directo al hueso (“Ironía”, “Sacate la mierda”) y ayudan a balancear el resultado final. Con la contundencia como mascarón de proa, fueron quienes mayor provecho sacaron del despliegue de luces del festival, y los únicos que pudieron hacer un show potente con un sonido cristalino, tanto en la fuerza de la batería de Andrés Vilanova, como en los arabescos plagados de armónicos de la guitarra de Hernán Langer.

Que The Drums haya ocupado el segundo puesto de relevancia en el cartel de esta jornada pareció una decisión no del todo acertada. Por un lado, la banda de Brooklyn, laureada por la prensa especializada en el extranjero, cuenta con sólo dos discos en su haber. Por el otro, su rock refinado y sutil, tan deudor de The Strokes como de los franceses Phoenix, marcó un abismo con la propuesta general de la fecha. El burbujeo sintético de “What you were” y “Best friend” sedujo a sus fans desde el minuto cero, pero poco pudo hacer por empatizar con el espectador casual, y llevó a que, a pocos minutos de comenzado su set (también, bajo una lluvia torrencial), gran parte de los presentes optasen por acomodarse frente al escenario principal a esperar a Evanescence que a escucharlos a ellos.

Así, el campo VIP (que ocupaba la totalidad del frente del tablado principal y la mitad del segundo) quedó vacío a la hora de su show. Esta distribución de espacios desorientó al vocalista Jonathan Pierce, que preguntó al público: “¿Por qué esto está dividido así? Me siento raro cantando sólo para mi izquierda”, sin entender esta división que va dejando en claro que la línea con la que se trazan diferencias afecta ya no sólo al público, sino también a los propios artistas. Sin ahondar en este detalle, Pierce decidió abandonar el resguardo del escenario para plantar el pie de su micrófono bajo la lluvia en “If he likes it let him do it”, “Money” y “Book of stories”, y el gesto le valió la aprobación instantánea del puñado de fans que, ahora al igual que él, padecían la mezcla fatídica de agua y viento frío.

Para Evanescence, en cambio, las cosas fueron más simples. El grupo de Arkansas fue a quien la mayoría del público esperaba, en parte para saldar el gusto a poco que había dejado su efímero debut porteño hace cinco años en el Quilmes Rock. Su propuesta sombría queda planteada desde el vamos: los juegos de luces mantienen en penumbras a toda la banda salvo al baterista Will Hunt y a la vocalista Amy Lee. Acostumbrada a una estética entre gótica y victoriana, la cantante desorientó a más de uno al sumar a su vestido negro una pollera hecha de banderas de distintos países del mundo, a las que se sumaban las de Argentina y Costa Rica en sus antebrazos. Con un comienzo virulento plagado de machaques de guitarra, Evanescence planta bandera: hay nü-metal, lirismo épico y estribillos que hacen de la desolación un lugar común. A medida que avanza el set, la fórmula fácil queda a la vista, y “Lithium”, “Lost” y “Living in Paradise” ofrecen los mismos recursos: un comienzo con Lee al piano murmurando una frase despechada, para que luego la banda se acople sin preaviso y ella pueda pasar al centro del escenario a contorsionarse y sacudir su cabeza. Una seguidilla de hits en el bloque final (“Call me when you’re sober”, “Bring me to life” y “My inmortal”) conforman a las masas y cumplen su objetivo, sin que nadie se plantee si esto ya no se vio o escuchó antes. Con lo que hay parece alcanzar.

Terminada su edición 2012, el festival dejó un balance ambivalente. Del lado de los logros, la puntualidad de cada show, y pequeñas perlas como el happening que significó la aparición fugaz del grupo infanto-metalero Heavy-Saurios tras el set de Carajo. Del otro, una programación ambigua a la que le costó seducir al público masivo, en un predio al que no es sencillo acceder y por el cual es muy difícil transitar si la lluvia no da tregua. Eso, por ejemplo, llevó a cancelar recitales del tercer escenario, dedicado a artistas emergentes, debido a problemas técnicos. Queda esperar a ver cómo se equilibra la balanza en una próxima edición.

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Evanescence conformó a las masas sin que nadie se planteara si lo suyo ya no se vio o escuchó antes.
 
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