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Sábado, 2 de febrero de 2013

MUSICA › EMPEZó LA 22ª EDICIóN DEL FESTIVAL DE LA SALAMANCA

El folklore, la gran pasión santiagueña

Desde Raly Barrionuevo hasta Leo Dan, pasando por Dúo Coplanacu y el clan Carabajal animan este encuentro, en el que se escuchan todos los ritmos, pero se vibra al ritmo de la chacarera.

 Por Sergio Sánchez

Desde La Banda, Santiago del Estero

Es un poco obvio comenzar hablando del calor sofocante de Santiago del Estero. Tampoco es muy original contar que cada día supera los 40 grados y que es recomendable no salir durante el mediodía ni la siesta (¡Claro, por eso la siesta goza de tanto prestigio acá!). Sí, el calor no se aguanta. Pero realmente eso no es lo importante. Lo que verdaderamente importa es que el jueves comenzó la 22ª edición del Festival de La Salamanca, uno de los más importantes del noroeste argentino y también uno de los más multitudinarios del país. “Sentí el embrujo y la pasión del folklore”, reza el lema de invitación al encuentro que vibrará en la ciudad de La Banda hasta el lunes. Es que en Santiago del Estero, por lo menos, el folklore es pasión de multitudes. Es tradición, lugar de encuentro y reconocimiento cultural. Y, claro, capital mundial de la chacarera. No obstante, el festival no se cierra a ese estilo y admite ritmos folklóricos de todo el país. Porque la programación incluye desde La Nueva Luna hasta Los Tekis, pasando por Dúo Orellana-Lucca, Leo Dan, Raly Barrionuevo, Néstor Garnica, Dúo Coplanacu, Abel Pintos y el infaltable clan Carabajal. Una grilla amplia, para todos los gustos y edades. Pero con un eje en común: la música popular y de raíz.

La noche inaugural, la del jueves, tuvo como principales exponentes a Peteco Carabajal, Luciano Pereyra, Carlos Infante y Sergio Galleguillo. Antes y después de ellos, desenfundaron la guitarra La Bohemia, Miel de Palo, Fredy Argañaraz, Los de La Banda, Nacho y Daniel, Los de Cafayate, Soles y Luna, entre otros. Un recorrido rápido por la primera noche deja varios momentos para el recuerdo: la mirada emotiva del cantor santiagueño Carlos Infante al recibir una plaqueta en reconocimiento a sus 45 años de trayectoria y su aporte a la cultura local; el abrazo de Pereyra y Peteco después de tocar “Perfume del Carnaval” sobre el final del show del bonaerense, quien no se presentaba hace diez años en el festival; el profesionalismo del grupo Las Voces del Atardecer de seguir cantando y tocando pese a un breve corte de luz; y las sonoridades del Carnaval riojano que trajo Sergio Galleguillo, cerca de las seis de la mañana. Se calcula que unas 15 mil personas asistieron a la apertura. Al cierre de esta edición, ya eran casi 20 mil las almas que se daban cita en la segunda noche, al ritmo de Abel Pintos, Marcela Morelo y Dúo Coplanacu. Según cuentan, “la cosa se pone buena” durante el fin de semana. El año pasado, en sus cinco jornadas, el festival reunió a 100 mil personas, todo un record que los organizadores piensan superar este año. Hoy los platos fuertes serán Los Manseros Santiagueños, Demi Carabajal y Los Tekis.

Quienes tienen conocimientos básicos de guitarra saben que la chacarera no es fácil; es un ritmo rápido que requiere su técnica. Sin embargo, algunos aseguran –y se puede comprobar fácilmente en cualquier casa o peña– que los niños ya nacen con esa sabiduría. Una frase toma sentido en estos pagos: “Llevan el ritmo en la sangre”. No sólo el ritmo, sino también el baile. Cerca de las 3 de la mañana, cuando el violín enérgico de Peteco Carabajal se enciende, ya no queda nadie sin bailar. Dos niñas que no pasan los nueve años levantan polvareda como dos expertas. A su lado, una pareja ya madura demuestra que el baile es algo para toda la vida. Sin embargo, no sólo santiagueños y santiagueñas disfrutan de la fiesta. Los carteles que el público levanta con ambas manos indican que hay visitantes de Chaco, Tucumán, Córdoba, La Rioja y Buenos Aires, entre otras provincias. Y hasta vinieron delegaciones de danzas tradicionales de Venezuela y México.

Los lugareños dicen que, si bien el folklore siempre estuvo en Santiago, en los últimos años hubo un mayor acercamiento de los jóvenes debido a acertadas políticas culturales. “Los changos primero van al boliche y después se van a La Salamanca o a las peñas; antes eso no pasaba. La mayoría del público que va es joven”, dice Cristian, un treintañero, santiagueño hasta la médula, que trabaja en la recepción de un hotel de la ciudad capital. Desde ahí, del centro de Santiago, hay poco más de siete kilómetros hasta el estadio del Club Sarmiento, en La Banda, donde sucede el festival. Para ello, hay que cruzar el río Dulce por el famoso puente Carretero, fuente de inspiración para muchos cantores. “¿No hay bares o locales de rock?”, pregunta este cronista. “No, muy pocos, apenas hay un teatro en donde toca alguno que otro. Pero está lleno de peñas folklóricas”, sonríe Cristian. De todas formas, aunque juegue de visitante, en abril comenzará la aún joven edición rockera de La Salamanca. Pero ése es otro cantar.

El festival de La Salamanca es, ante todo, un festejo popular que se celebra en familia. Sobre el césped del estadio, miles de personas se acomodaban libremente en sillas desplegables y banquitos que ellos mismos habían traído de sus casas. Los más jóvenes elegían sentarse en el pasto o recorrer el amplio espacio en busca de amigos del barrio. Ellos parecen ser cada vez más los protagonistas del festival, tanto arriba como abajo del escenario. “La chacarera es la identidad de Santiago del Estero y la evolución que tiene cada año es la garantía para que la gente joven participe y le ponga su impronta. Lo importante es que el músico se exprese en un marco de libertad, sin limitaciones políticas e ideológicas. La democracia es aceptar el disenso”, sostuvo en conferencia de prensa el intendente de La Banda, Héctor Eduardo Ruiz, principal gestor de la iniciativa. “El festival se ha consolidado como uno de los más convocantes del noroeste argentino. Parece increíble porque nosotros lo soñamos hace casi 22 años. Nos alegra su trascendencia nacional e internacional, porque es un festival muy santiagueño”, enfatizó Ruiz, quien también demostró sus dotes musicales sobre el escenario. “Es un lugar de encuentro de jóvenes y grandes. Queremos que el festival no pierda esa esencia pueblerina”, resumió. Es que ése parece ser el espíritu del festival y del folklore en general.

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Peteco Carabajal, uno de los locales ilustres del festival.
Imagen: Gentileza Joaquín Camiletti
 
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