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Martes, 12 de febrero de 2013

MUSICA › LO QUE QUEDó DE LA SEGUNDA JORNADA DEL FESTIVAL COSQUíN ROCK

Noche de rock dominante y festivalero

Las Pelotas, La Vela Puerca, Catupecu Machu, Viejas Locas y Almafuerte, entre otros, convocaron a 40 mil personas en el predio de Santa María de Punilla. Se trata de bandas distintas entre sí, pero ya establecidas, que cuentan con el apoyo seguro del público.

 Por Mario Yannoulas

Desde Santa María de Punilla

“Gracias por acercarse al escenario de los pobres”, provocó Ricardo Iorio. A los hitos del heavy argentino como “El visitante”, “Patria al hombro” y “Convide rutero” los sostuvo la inconfundible sonrisa de Juan Perón desde un retrato, hacia el fondo del escenario secundario del Cosquín Rock, donde también brilló la leyenda del thrash estadounidense Exodus. Lo que con la exageración de un provocador compulsivo planteaba el líder de Almafuerte espeja una situación de hecho: en el rock, como en la sociedad, existen clases; su división se expresa muy bien por ubicaciones en tiempo y espacio. Y en el rock local, desde hace mucho, el escalón más alto lo ocupan más o menos las mismas bandas, lo que se refleja en la grilla de las tres jornadas del festival y lo que el productor general José Palazzo señaló ante Página/12 como “un problema del rock nacional”, y no del Cosquín.

Así lo entendió también Fernando Ruiz Díaz, de Catupecu Machu, al mencionar a Eruca Sativa y Utopians –dos que asoman la cabeza desde el under– como propuestas a las que atender. “Les pido que vengan temprano, así ven más bandas. Dentro de unos años van a estar tocando más tarde, como nosotros”, vaticinó el guitarrista y cantante, uno de los músicos del paño local que mejor conoce la dinámica festivalera. Por eso sabe que el cierre con “Dale!” más “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”, con los músicos de Carajo como invitados, puede resultar tan previsible como reconfortante.

Entre la jungla social de veteranos y emergentes, de calentones y aplomados, de clases altas y bajas, el punto más alto del Día 2 tuvo un protagonista algo imprevisto, quizá el único capaz de recorrer todo el escalafón social del rock en una sola noche, de viajar en la bodega de un micro y después ponerse la pilcha de rockstar. “Yo me voy a hacer cargo de Viejas Locas; ahora vamos a abrir cabezas”, arengó Pity Alvarez. Y esta vez sonó real.

Con la salida voluntaria del bajista Fachi Crea y el guitarrista Sergio Hernández –que se había incorporado para el regreso–, la banda sólo tiene un miembro original, y si puede sonar exagerado insistir con el nombre –también por la inclusión de “Se fue al cielo” e “Inteligencia intrapersonal”, de Intoxicados–, lo importante es la música. En ese plano, el show de Viejas Locas resultó emocionalmente formidable. Dicho como se debe: Pity la rompió. Con nuevos compañeros, una sección de coros, un armoniquista y dos vientos –a quienes tuvo la ocurrencia de presentar como “El, éste, ése, aquélla”, y así sucesivamente–, la banda no sonó del todo afianzada pero sostuvo a un líder comprometido. Pity se volvió a poner la cinta de capitán sin perderse en divagues ni ser despectivo con el público, y despachó canciones que desnudaron toda su sinceridad al ser interpretadas desde el corazón. “Adrenalina”, “Hermanos de sangre”, “Caminando con las piedras” y “Lo artesanal” volvieron a encenderse como expresiones genuinas de rocanrol sanguíneo, callejero, autóctono. Una plataforma enjabonada donde ensayó los pasos de un Michael Jackson de cotillón fue sólo uno de los efectos visuales, que tocaron lo inverosímil cuando se mandó por la pasarela... ¡lanzando fuego por la boca! Los flashes del público se encendieron como repetidoras de esa llamarada bucal.

Igual que durante el Día 1 la convocatoria superó a la del año pasado y llegó a las 40 mil personas, que compartieron las atracciones del predio de Santa María de Punilla. Tres escenarios –el principal, uno de heavy metal, otro de rock de Córdoba–, cuatro presentaciones de Fuerza Bruta, una fiesta reggae, un toro mecánico y una vuelta al mundo al estilo del festival norteamericano Coachella. La gente se agrupó para ver a La Vela Puerca, que con cada visita ratifica su rol de embajadores de toda una generación uruguaya en la Argentina. La gente los festejó, y mucho.

El número final quedó para Las Pelotas, la única banda que formó parte de las doce ediciones de Cosquín Rock, y que en Córdoba hace de local. Terminando de reacomodarse en su etapa sin Alejandro Sokol, sigue haciendo hincapié en su potencialidad cancionera. Así, la calma de la primera parte tuvo que ver con la presentación de material de sus últimos discos –“Siento luego existo”, “Cerca de las nubes”– y momentos de viejas etapas –la conmovedora “Día feliz” o la suave “No me acompañes”–, para derramar algunos hits escondidos sobre la segunda mitad: “Si supieras”, “Blancanieves +7”, “Esperando el milagro”, “Para qué”. Según Germán Daffunchio, esa marea de gente era la fiel demostración de que el rock sigue vivo. “Estoy harto de los músicos chupamedias, podrido de los que se visten de rockeros en la televisión”, dialogó falsamente con la bajista Gabriela Martínez, cuya presencia escénica crece. “El ojo blindado” significó el recuerdo para Sumo con Fernando Ruiz Díaz como invitado, hermanando los espíritus de dos de las bandas más festivaleras que hay. Es cierto que el rock argentino se debe una renovación, cuanto menos mayor movilidad social. Pero esta clase alta sí se formó a fuerza de trabajo, y volvió a colmar el Cosquín Rock.

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Catupecu Machu, una de las bandas más festivaleras del circuito.
Imagen: Luciana Granovsky
 
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