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Martes, 19 de marzo de 2013

MUSICA › GEORGE GARZONE, UNA VISITA QUE CERRó POR TODO LO ALTO EL DOMINGO EN THELONIOUS

Dejarse arrastrar por el big bang jazz

La explosión de energía con la que comenzó el concierto del notable saxofonista fue sólo el preludio de una velada plena de matices, en la que no sólo brilló por la suya, sino también en la interacción con una selección de músicos argentinos.

 Por Diego Fischerman

George Garzone se define a sí mismo como “un músico para músicos”. No se trata de que su estilo sea un arcano secreto, sólo comprensible para los expertos sino, más bien, que ha elegido mucho más el tocar con quienes le da realmente placer hacerlo, de hacer música entre amigos, y el enseñar, que ponerse a diseñar una carrera. Ha sido profesor, entre otros, de Branford Marsalis y Joshua Redman. No hay entre los músicos –que, claro, lo conocen e idolatran– quien no lo considere uno de los grandes saxofonistas del jazz y una de las figuras más importantes de los últimos cuarenta años. Pero, si faltara un detalle para definir su perfil, alcanzaría con la serie de actuaciones que, por puro placer, lo trajo a Buenos Aires, lo unió a varios de los intérpretes locales más destacados y culminó con una actuación memorable en el club Thelonious, el domingo, junto al trompetista Mariano Loiácono, al pianista Alan Zimmerman, el contrabajista Jerónimo Carmona y el baterista Pepi Taveira.

Hay algo casi inasible que caracteriza los buenos conciertos de jazz, por lo menos cuando rondan los lenguajes herederos del hard bop, y es la explosión de energía: ese sonar desde el principio como si hiciera horas que se está tocando. Los matices vendrán después. Si se trata de un gran comienzo se parecerá a un cataclismo, a una masiva invasión de sonido desbocado. Y así fue cuando el quinteto atacó el blues “Hey Open Up”, incluido en uno de los discos de Garzone, One Two Three Four, publicado por el sello Stunt en 2007. Como siempre que parece que toda la carne ha sido puesta en el asador demasiado pronto, la gran pregunta es qué pasará después. Y en este caso la respuesta fue que, lejos de agotarse en ese primer efecto expansivo, la energía nunca dejó de fluir: Loiácono en trompeta y fliscorno (una trompeta más grave), luego su hermano Sebastián como invitado, en saxo, la precisión cómplice de Zimmerman y una base propulsiva y exacta a cargo de Carmona y Taveira, no sólo estuvieron a la altura de Garzone sino que interactuaron con él en gran nivel y provocaron algunos de los grandes momentos de la noche.

En el jazz, los temas, propios o ajenos, no son otra cosa que un material primigenio con el cual se construirá la composición. No obstante, la cualidad de ese material está lejos de ser irrelevante para la forma final que la obra vaya a tener. En parte por su propia estructura, sus secuencias de acordes y los elementos que propone su melodía, y en parte por su carga histórica. En este género, posiblemente como en ningún otro, cada pieza dialoga con su historia y cada músico es consciente de ser parte de una larga serie cultural. En ese sentido, la elección de la balada “My One and Only Love”, como núcleo duro de la primera parte, funcionó como una declaración de principios estilísticos. Más allá de muchas grandes versiones de este tema bellísimo, hay una, la de Johnny Hartman con el cuarteto de John Coltrane, que ocupa, inevitablemente, el lugar de la doxa. Y tocar esa pieza es, de manera ineludible, dialogar con Coltrane lo que, en el caso de Garzone es, simplemente, hacer explícita una referencia que funciona de manera permanente. Que fuera un tema de Coltrane, “Crescent”, el elegido como bis, cerró en todo caso un círculo en el que no faltaron otras alusiones, como la del título “The Mingus I Knew”, de Garzone, con que se abrió la segunda parte del concierto. Lecturas sobre la tradición, eventualmente, donde, como siempre en el jazz, acaba siendo más importante que aquello que se mira, quién y cómo lo está mirando.

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El saxofonista tocó con Mariano Loiácono, Alan Zimmerman, Jerónimo Carmona y Pepi Taveira.
 
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