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Miércoles, 18 de septiembre de 2013

MUSICA › DOS COYOTES, EN EL CETC DEL TEATRO COLóN

Ese placer de la reinvención

 Por Diego Fischerman

En la misma semana en la que el violinista Joshua Bell deslumbró con sus conciertos para el Mozarteum, junto al notable pianista Alessio Bax, otro dúo genial actuó en el Colón, en la sala del CETC. La díada que conforman el compositor y pianista finlandés Magnus Lindberg con su compatriota, el cellista Anssi Karttunen, no podría ser más distinta, en estilo interpretativo y en objetivos, que la de Bell y Bax. Sin embargo, en ambas fue evidente lo que constituye lo más valorado –y misterioso– de la música de cámara: esa cualidad casi mágica de entendimiento (y hasta de adivinación) entre los intérpretes.

Karttunen y Lindberg se conocen desde hace décadas. Han sido partícipes, con orquesta y junto al director Esa-Pekka Salonen o en grupos más pequeños, que suelen incluir al clarinetista Kari Krikku, de algunos de los mejores discos de música actual. Uno de ellos, el dedicado justamente a obras de cámara de Lindberg, con mucho del repertorio que tocaron en el CETC entre el jueves y el sábado pasado, fue uno de los finalistas del Premio Gramophone de este año. Dos Coyotes, derivada de una pieza orquestal (Coyote Blues), que acabó tomando, como el dúo, el nombre de un restaurante de Los Angeles, y Santa Fe Project, compuesta por Lindberg a partir de una comisión del Festival de Música de Cámara de Santa Fe y del Festival de Verano de La Jolla, ambos en EE. UU., funcionaron como uno de los núcleos del concierto. También allí había dos coyotes: el propio Lindberg y, como un cierto cetro gravitacional, Igor Stravinsky. Pero, en todo caso, no cualquier Stravinsky sino ése particularmente elusivo, hecho de pequeños desplazamientos y deconstrucciones (tan cubista) de Pulcinella, el ballet que compuso –o reinventó– a partir de piezas atribuidas a Giovanni Battista Pergolesi y algunos de sus contemporáneos.

El propio Stravinsky realizó un arreglo de esta obra para violín y piano, al que llamó Suite italiana. Karttunen y Lindberg no se limitan a transcribir para cello esta suite sino que toman como fuente la versión original para orquesta y, en algunos de los números, voz solista, y, stravinskianamente, recortan de la partitura otras cosas, acentúan otros matices, destacan otras partes de la escritura. La concentración, intensidad y, lejos del último lugar en importancia, el virtuosismo de la interpretación, hicieron de esta relectura de una relectura un hecho memorable. Hubo también otra pieza de Stravinsky, su Canción rusa, releída dos veces: la primera en su transcripción para cello y piano; la segunda en una improvisación conjunta a partir de ella. La cuestión de la mirada al pasado, o de la reconversión de gestos históricos, no es ajena, en rigor, a la estética de Lindberg. Su música, fuertemente expresiva, trabaja conscientemente con la tradición del virtuosismo romántico. Santa Fe Project llevaba como título original Konzertstuck (pieza de concierto) –a la manera de Schumann–, y es efectivamente eso, una pieza de lucimiento en el sentido más estricto que pueda imaginarse, donde el gesto romántico, la frase larga y expansiva, lo rapsódico, el contraste extremo entre lo lírico y lo furibundo, acaban siendo los materiales más pregnantes.

A pesar de su respetuoso paso por algunas de las estaciones obligatorias en la educación sentimental de un compositor europeo –el espectralismo y sus derivaciones; el Ircam parisino–, la música de Lindberg parece situarse más cerca, por lo menos en espíritu, de las últimas obras de Witold Lutoslawski que de Pierre Boulez. Allí, en todo caso, tanto la consonancia como la disonancia, tanto los ritmos furiosos como los astillados y de igual manera el estatismo o el movimiento más frenético, más que como banderas estéticas funcionan como objetos encontrados, cargados de significado. Los armónicos, seguidos de la larga y profunda nota del final de Santa Fe Project no son, en todo caso, una cita ni una declaración. Aparecen, más bien, como una apelación a la memoria colectiva, una pincelada que no define la obra pero sí su paisaje.

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