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Lunes, 10 de julio de 2006

MUSICA › EL REGRESO DE QUILAPAYUN, UNA LEYENDA DE LOS AÑOS ’70

“Hoy la nostalgia es poco innovadora”

Fueron protagonistas de una generación chilena marcada por el compromiso político. Después llegaron el exilio y las peleas internas. El histórico Rodolfo Parada, actual director artístico, explica por qué prefieren mirar hacia el futuro.

 Por Cristian Vitale

Al principio fueron dos Julios (Numhauser y Carrasco) y un Eduardo (Carrasco). Era 1965, los tres tenían barba y dos palabras mapuches bastaron para definirlo todo: quila (tres), payún (barbas). Origen mítico, mínimo, idílico, que tuvo su devenir de grandeza cuando Chile era un sueño socialista. Primero bajo la dirección de Angel Parra, luego de Víctor Jara, fueron más de tres los que, poncho negro al hombro, entregaron dos de las más notables obras pro-obreras de la música popular de los primeros setenta: Basta y La cantata Santa María de Iquique, de Luis Advis. Pero la sangre derramada por la asonada de Pinochet y un exilio agridulce fueron carcomiendo la cohesión del principio. Pasaron 40 años, Chile retomó la democracia –pero no el socialismo– y Quilapayún cayó mal parado ante el nuevo marco. Se desgajó y hoy sobrevive en dos: la parte chilena, integrada por Eduardo Carrasco, Carlos Quezada y otros integrantes históricos, y la banda francesa, compuesta por Rodolfo Parada, que llegó al grupo en 1968 –época Quilapayún III–, el inquieto Patricio Castillo –también guitarrista histórico de Los Jaivas– y Patricio Wang, compositor que se acopló en 1982, para La revolución y las estrellas.

Cada quien tiene sus razones para presentarse como “el verdadero”. “No le damos mucha importancia al conflicto. Ya tomamos las medidas legales, pero el empeño principal está en saber qué va a pasar en las actuaciones de Uruguay, Chile y Argentina. Nuestra legitimidad se basa en que hemos estado en las duras y las maduras continuando con un proyecto que nos moviliza desde hace cuatro décadas. Somos como una tribu de indios, una tribu primitiva en la que las cosas se van transmitiendo de uno a otro”, explica Parada, actual director artístico.

La facción francesa –que patentó el nombre en 1998 en París– es la que se presentará esta noche en el teatro Opera, luego de siete años de ausencia en Argentina, para luego encarar una gira por varias ciudades de Chile.

–¿Por qué se instalaron en París?

Rodolfo Parada: –Después del golpe, pensamos que íbamos a estar dos años y volver, pero nos fuimos quedando a medida que Pinochet se eternizaba en el poder. Cuando se abrió el país en 1988, nosotros ya teníamos nuestras familias y nuestros hijos franceses. Habían pasado 16 años y era difícil ponerse de acuerdo entre ocho personas para regresar.

–El día del golpe ustedes estaban de gira por Europa. ¿Cómo recibieron la noticia?

R.P.: –Teníamos dos compromisos muy importantes. El 9 de septiembre para una fiesta que organizaba el diario del PC francés y otra el 15 en el Olympia de París. En el medio de ambos, recibimos la noticia. Los primeros días fueron muy ambiguos, porque las noticias no eran claras. De repente te decían que había militares del sur (el general Prats) que seguro retomarían el poder y de repente te enterabas de la muerte de Allende. Todo mal. No se preveía el golpe. Había mucha polarización, sí, pero era inimaginable que podía producirse algo así. Allende parecía tener el control de las fuerzas armadas. Incluso Pinochet le había jurado lealtad. Para nosotros fue una hecatombe; mientras los compañeros nos decían que se armaba la resistencia popular, nos enterábamos de una y otra muerte.

–¿Creyeron en la hipótesis del suicidio de Allende?

–No... creímos que lo habían matado.

–¿Y que a Jara le habían cortado las manos?

–Fue confuso también... con el tiempo nos fuimos enterando de la horrenda forma en que lo habían torturado. Después, nos decían lo mismo de Paulo, de José, de Roberto, de compañeros de toda la vida. Todo nuestro entorno familiar, amistoso, universitario fue deteriorándose y, de a poco, fuimos tomando conciencia de que había que prepararse para luchar.

–Desde el exilio, porque volver hubiera sido un suicidio...

–Y, si te fijás en que Angel Parra fue llevado a un campo de concentración; que su hermana Isabel tuvo que refugiarse en la embajada de Holanda como Sergio Ortega. Volver hubiese sido un sacrificio inútil. Y sí, un suicidio, porque éramos el grupo más odiado por la ultraderecha.

–¿Cuándo comenzaron los problemas internos?

R.P.: –Contratiempos, más que problemas. Hacia 1988, nuestra actividad artística había decaído y muchos decidieron abandonar el grupo... básicamente por un descenso de notoriedad, que había comenzado en 1983. Ahí empezaron a verse las diferencias. Por un lado, quienes estábamos dispuestos a dar todo por el grupo y, por otro, quienes elegían otro camino, cansados de la frustración. Algunos, legítimamente empiezan a plantearse qué hacer para mantener a sus familias. Pero eran decisiones personales. Primero se fue Willy Oddó en 1987. Al año, Eduardo Carrasco por problemas personales y en 1992, Ricardo Venegas y Carlos Quezada. Pero en ese momento no había conflicto, más allá de las deserciones.

–¿Y cuándo empezó, entonces?

Patricio Wang: –Al cumplirse el 30 aniversario del golpe, cuando varios de los que se habían ido tuvieron la posibilidad de subirse a un escenario. No fue bonito hacerlo como Quilapayún, porque jamás se habló de separación. Ellos se fueron porque el grupo no daba para vivir, mientras nosotros nos quedamos para conservar el capital cultural que implica Quilapayún. La idea siempre fue mantener al grupo en constante evolución.

El nosotros y ellos parece no tener retorno (ver aparte), incluso por cuestiones artísticas. La facción francesa reniega de una parte del pasado, que la chilena vivificó con éxito en sus últimas presentaciones. Por eso, prevé tocar sólo “cuatro o cinco” clásicos en el Opera, entre los que por supuesto no faltarán “Plegaria a un labrador”, “La muralla” y “Soy del pueblo”. Pero el fuerte del repertorio está dado por los últimos tres discos: Latitudes (1992), Al horizonte (1999) y A Palau (2003) –prácticamente desconocidos por aquí– más algunos temas nuevos, que serán parte del nuevo disco. “Los arreglos del Quilapayún de hoy no tienen nada que ver con los de hace 30 años. La raíz se siente en las vocalizaciones y en la energía... pero es una música que ha progresado enormemente. Hoy, la exigencia básica es cantar fuerte y afinado, por lo menos”, admite Castillo, el cuarto barba, que se integró al grupo en los albores de 1966 y después le puso charango a “Todos juntos”, la inolvidable pieza de Los Jaivas. Wang intercepta el momento en que el grupo sufre un punto de inflexión, cuando se aleja del Partido Comunista en 1979. “La característica del grupo es que ha tenido cambios muy importantes durante su historia. Cada etapa (el origen, el período de Allende, el golpe y el exilio) han sido verdaderos terremotos coyunturales, pero no en el fondo, porque Quilapayún ha conservado una línea ideológica constante. Hoy no existe el discurso directo y contingente de las primeras canciones.”

–¿Cómo tomaron la reunión de sus ex compañeros?

R.P.: –Seguimos minuto a minuto la presentación de los ex quilapayunes en Argentina. Son golpes comerciales, que dejan algún dinero y nutridos de una nostalgia setentista muy linda, pero poco innovadora. Es cierto que siempre es una emoción cantar “Plegaria a un labrador”, aunque lo hayas hecho mil veces, pero nosotros pensamos en lo que va a venir. Subirse al carro de la victoria sin haber hecho nada por años es fácil e incorrecto.

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La “parte francesa” de Quilapayún se presentará hoy en el teatro Opera.
 
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