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Miércoles, 11 de diciembre de 2013

MUSICA › JUAN FALú CELEBRA MEDIO SIGLO SOBRE EL ESCENARIO

“Me interesa tener siempre encendida la llama creativa”

A los quince años, el 13 de diciembre de 1963, debutó en el auditorio de la Caja de Ahorro de Tucumán. Desde entonces se convirtió en una figura insoslayable del folklore y ahora festeja 50 años con la música con nuevos discos y un show en vivo.

 Por Cristian Vitale

Juán Falú cumple 50 años con la música y la referencia no parte de un capricho arbitrario para inventarse un aniversario. Tampoco un disco debut (éste se llama Canticorda, y es de 1982), ni siquiera un primer concierto en público. Es, en todo caso, el primero que recuerda con nitidez. “Tenía 15 años, sí, y jamás voy a olvidar el rostro de mi padre escuchándome, y la crítica que iba a llegar después. Fue el 13 de diciembre de 1963, en el auditorio de la Caja de Ahorro de Tucumán”, asegura con total precisión este guitarrista, referente y compositor de la música de raíz argentina, que festejará tal aniversario redondo el sábado 21 de diciembre, a las 21, en el ND Teatro (Paraguay 918). Que lo viene festejando, en verdad, desde que publicó Zonko Querido, un bellísimo CD doble poblado por 35 piezas propias, que formará parte de una tríada cuando publique un segundo CD –también en estudio– y un tercero en vivo, con registros tomados durante todo el siglo XXI y los últimos años del XX. “La verdad es que lo decidí así porque tengo la necesidad de ponerme al día, de cerrar una puerta para emprender nuevos caminos”, sentencia.

–Empecemos por el futuro, entonces: ¿cómo imaginar esos “nuevos caminos” para una personalidad musical tan afianzada?

–La verdad es que más que diversificarme me interesa tener encendida la llama creativa para que, junto a una disciplina, esa creación se transforme en un buen arreglo y luego en una buena grabación. Con eso me conformo, porque cuando uno se entrega demasiado a la espontaneidad, que es lo que me pasó en los últimos quince o veinte años, se acomoda a una situación en la que se mueve tranquilo gracias a un oficio que ya maneja, pero al mismo tiempo deja de lado actividades que pueden ser más rigurosas, más sistematizadas. Y esto es lo que me interesa... no sería un nuevo camino, porque ya lo hice, pero sí retomar uno de cierta formalidad, aunque manteniendo la brasa encendida, porque sin ella la disciplina no sirve para nada.

Zonko querido podría funcionar entonces como el reinicio de este nuevo plan Falú, pensado entre dos franjas: creatividad y disciplina. Una creatividad que va de suyo, no sólo porque el hombre nacido en Tucumán hace 65 años es el dueño de la pluma de todas las piezas del disco –a lo sumo hay algunas en coautoría–, sino también porque toca la guitarra en todas y, dato no menor, las canta. “Me animé, sí –se ríe–. Muchos amigos me decían que los grabe yo, que no tenía que preocuparme por cómo canto, sino que simplemente lo tenía que hacer por ser el compositor. Y es cierto eso, porque hay un modo de decir por parte de quien ha compuesto las obras, que es bueno conocer. Eso me animó más a grabar mi voz”, explica.

–¿Se resistía a hacerlo?

–Sí, pero igual con el canto me pasa que si no estoy cómodo sufro mucho, pero si estoy cómodo es muy placentero... en ese sentido soy más raro que perro verde (risas).

–¿Cómo fue grabar ante ese malestar potencial, entonces?

–Tuve que rehacer el disco entero.

–¿En serio?

–Casi todo, sí. La verdad que el técnico de grabación (César Silva), pobre, ha sufrido junto conmigo, porque cuando estábamos terminando le dije que había que hacer todo de nuevo. Y, bueno, ha sido un parto en ese sentido, pero me siento bien por haberlo hecho y haberme puesto al día porque, como decía antes, me había quedado con la más fácil a la hora de grabar, que es la del registro en vivo, pero había muchos temas que no había mostrado... y muchos novísimos, casi sin estrenar.

Falú se refiere a “Huella de la siembra”, “Vidala del que no está” o la tonada “A San Juan”, por caso, piezas flamantes que se entremezclan con clásicos como “Confesión del viento”, que ya han inmortalizado Mercedes Sosa, Carlos Aguirre, el Dúo Juan Quintero-Luna Monti, y Liliana Herrero; “Canto de Agua”, también registrado por la cantante entrerriana, o “Zamba del arribeño”, de la que grabó tres versiones: una con la voz de su comprovinciano Quintero, otra con la suya, y una tercera con Bárbara Streger en flauta traversa. “Quisiera reparar también en ‘Zonko querido’, el tema, porque dice mucho de la intención global. La letra es de Pepe Núñez y refleja un diálogo entre el hombre y su propio corazón, donde el hombre le agradece al corazón su compañía y le pide que aguante firme: ‘Estuvimos codo a codo / Yo pichón y usted mandando / Hoy deshago mis rincones sin luz /Y hago luz cantando’... es muy hermoso. Creo que el nombre es importante porque tiene que ver con un modo emocional de hacer música, no digo que haya descubierto nada, porque todos somos emocionales (risas), pero esto condensa músicas, encuentros, amigos, hijos, esposa, en fin.”

–Y un feeling intenso con las nuevas generaciones... Florencia Bernales, Lilian Saba, Juan Quintero, Bárbara Streger, Biyi Cortese, varios de los músicos que colaboran en el disco son jóvenes.

–Todos muy queridos, sí. Una de las experiencias más gratas que tengo en mi vida de músico es el contacto con los jóvenes. Tanto me pega esto que no inicio trámites jubilatorios porque me da miedo dejar ese vínculo ¡con la falta que me hace! (risas).

–Además, es una referencia inevitable para ellos... es difícil que no lo nombren.

–Me cuesta acomodarme a esa condición, porque lo de referente termina siendo un término del cual desconfío un poco (risas). En realidad, por un lado me resulta grato y por otro un poco incómodo, porque soy muy exigente conmigo mismo. Tanto que a veces he dejado de dar clases porque he considerado que el alumno sabía más que yo.

–Volvamos al punto de partida: 1963.

–Claro, sí. Yo era un adolescente que estaba embelesado con el reinado de la noche tucumana. Había un florecimiento cultural y social notable allí, y después me di cuenta de que era por la presencia del proletariado azucarero, de los ferroviarios de Tafí Viejo y de una universidad con mucho peso. Tucumán era un lugar de una gran densidad para vivir, un lugar magnífico para transitar la noche y, de esa manera, casi sin quererlo, fui dando los primeros pasos de cierta escuela de aprendizaje musical.

–Callejera, si se sigue el hilo.

–En ronda de amigos y con otros músicos, sí. De ahí salió un modo de tocar e improvisar, de valorar la música como una vía de encuentro, ¿no?

–¿Cómo convivía con el apellido? Su tío Eduardo ya era una figura notable dentro del folklore argentino.

–Creo que mi opción por la noche, en ese momento, tuvo que ver con una especie de huida del apellido y de lo que él conllevaba. Yo ya tenía claro que en la música tenía una opción de vida... ya lo tenía claro, pero empecé a huirle a su forma más formal: a la del estudio académico, ¿no? Creo que me asustó un poco eso, y busqué la otra vía, la informal. Incluso a veces me refugié en el alcohol, pero era un alcohol ingenuo, adolescente, ese que hacía más macho al que más tomaba y menos al que menos se machaba (risas). Por suerte no caí en la locura, porque la fuerza de la música me hizo buscar otros horizontes. La verdad es que la música me ha salvado más de una vez, por ejemplo, en el exilio.

–¿Por qué folklore y no rock? Dado que necesitaba una vía de escape “de sus mayores” y el rock, en esa época, era una opción ideal para dar con tal objetivo, para ir contra el mandato.

–Bueno, sí, los Beatles ya habían asomado y tenían sus seguidores aquí. Pero yo ya venía siendo músico y, cuando aparecen ellos, yo ya venía con opciones de cierto universo musical, que incluía a las músicas que me hacía escuchar mi padre: discos de música clásica que me han impregnado de alguna manera.

–¿Quiénes? ¿Cuáles?

–Bach, Liszt, Mozart son parte de mi Biblia musical, que se combinaba con discos de John Coltrane, que ya era complejo, de Dave Brubeck; Gerry Mulligan o Tom Jobim. Recuerdo también que en aquella época yo tenía un grupo vocal que encontraba mucha inspiración en los Huanca Huá, el Grupo Vocal Argentino, Los Andariegos, Los Nombradores, los Nocheros de Anta, el Cuarteto Zupay y Buenos Aires 8, en fin, con ese abanico de grupos, nosotros teníamos mucho para aprender, y nos venía bien porque, además de ser una música familiar, era un lugar de aprendizaje, aparte de Eduardo Falú, claro, que para mí era Dios.

–Tenía una personalidad musical muy formada, pese a su corta edad...

–Sí, ya tenía mi escape en otro lado (risas), y cuando el rock empezó a ampliar su horizonte yo empecé con la militancia política. No encontré en ese género un plus a mi universo musical. Y el rock como modo de ser y estar en el mundo, tampoco me atrajo porque yo ya tenía el mío, que estaba más vinculado con la bohemia tucumana. Me sentía cómodo con mis pares en tres sentidos: en la música, en el humor y en el billar, que obviamente incluía el café.

–Nada de Spinetta y Nebbia, entonces.

–Bueno, sí, cantaba “Plegaria para un niño dormido”, por ejemplo, pero en ese momento honestamente no sabía que era de Spinetta. Me gustaba la canción. Y lo mismo me pasó con canciones de Nebbia; por supuesto que “La balsa” la he cantado.

De aquel primer y agitado ciclo musical que marcó a fuego al joven Falú, y que quedó relegado a segundo plano por su paso a la militancia universitaria primero y revolucionaria después, hay poco en Zonko querido. Según su memoria, apenas algunos pasajes. “No sé, en un tema pueden aparecer rasgos de frases o melodías que son primerizas, sea porque las toqué o porque las escuché. Siempre hay un ida y vuelta en un único tema, pero de todos modos este disco es especial, porque por primera vez reúne muchas canciones con letra, y cantadas por mí. Como dije antes, quería mostrar esa parte no mostrada de mis canciones. Igual, puedo decir que tuve dos comienzos”, reengancha el estupendo guitarrista, para no perder el hilo histórico. Uno, dicho está, el del Juán Falú adolescente que se pierde entre la bohemia tucumana, los tragos de largo aliento, Bach y Los Andariegos. El otro, el que trasciende tras el largo exilio que había ocurrido en Brasil, como efecto de su militancia en la izquierda peronista. “El renacer, digamos, porque yo creo que soy un sobreviviente, y no lo digo adjudicándome ningún tipo de heroicidad o vedettismo”, enfatiza.

–La pasó mal, digamos...

–Me siento parte de una generación golpeada. No fuimos inocentes, claro, porque sabíamos lo que hacíamos y porque sabíamos que estábamos optando por cosas serias que podían tener un precio alto, aunque no tan alto ¿no? Tal vez estábamos más preparados para la muerte que para el destierro. Suena loco, pero creo que nadie está preparado para el destierro, y cuando te llega abruptamente, es una sensación tremenda, abismal, sobre la que no podés detenerte. Y eso nos pasó a cientos de miles. Por eso hablo de un renacer, porque el exilio nos agarró casi pichones y tuvimos que rehacernos. En mi caso, empecé a componer en el exilio, y el regreso al país en 1984 puede considerarse un nuevo comienzo, que es lo que mejor representa Zonko querido. Hay temas que son de hace 35 años, cuando estaba en plena situación creativa, viviendo en San Pablo.

–¿Y qué representan los dos discos que faltan, en estos términos?

–Mucho, pero apelaría a una versión del disco en vivo (“Tonada de los compañeros”), que grabé con Pepe Núñez en un bar de Tucumán y que refleja muy bien mi modus operandi de los primeros tiempos y de siempre: juntarme con compañeros en un bar y hacer un tema a como salga.

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“Con el canto me pasa que si no estoy cómodo sufro mucho, pero si estoy cómodo es muy placentero. Soy más raro que perro verde”, dice Falú.
Imagen: Bernardino Avila
 
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