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Martes, 15 de abril de 2014

MUSICA › OPINIóN

Nuestro papa Indio

 Por Fernando D´addario

Los Redonditos de Ricota inventaron sin querer el rock chabón, pero el Indio Solari zafó de los daños colaterales: jamás adscribió a la cultura igualadora que sus colegas menores (en términos de edad y de talento) urdieron para disimular su falta de creatividad. Cambió la aplanadora identitaria del “Somos los mismos de siempre” por la más redituable “Cada vez somos más”. Pero a diferencia de lo que ocurrió con las otras bandas “del palo”, que crecieron al amparo de la comunión de intereses/ gustos/ condición social entre artistas y espectadores, el Indio fue ampliando cada día más la brecha entre el “arriba” y el “abajo” del escenario. Tanto fue así que se dejó llevar a un altar y asumió su condición de ícono venerable. El “anti-chabón” es el “santo de los chabones”. La jerga ricotera (o mejor dicho, la de los medios que creen interpretarla) adoptó, consecuentemente, una curiosa terminología. Se habla de “misa”, de “ritual”, de “peregrinación”. Para salvar a medias la contradicción entre el conservadurismo de las sotanas y el supuesto espíritu libertario del rock, suele apuntarse que el Indio y su gente proponen “misas paganas”.

Esa ritualidad pagana, deudora del componente “dionisíaco” inherente al rock, termina naturalizando el sufrimiento como condición necesaria para el éxtasis (“Ji ji ji”). Sólo así se entiende que miles de personas se sometan voluntariamente a: viajar incómodas, embarrarse hasta la cintura, chupar frío, padecer un sonido mediocre, caminar hasta 15 kilómetros para encontrar a la salida el bondi, el auto o la combi que las regrese a la “apolínea” realidad cotidiana. ¿Qué tiene para decir el Indio frente a semejante abnegación hedonista? Poco y nada. Lo protege un halo de “prescindencia divina”, una suerte de infalibilidad mística que lo exime de bajar a lidiar con menudencias terrenales como, por ejemplo, tener que dotar al predio de Gualeguaychú de una cobertura adecuada para que sus fans la pasen un poco menos mal.

Solari, un gran músico que para no venderse al sistema inventó uno para sí mismo, sabe que tiene a su favor la asimetría lógica que conlleva toda relación de fanatismo y poder. Cuenta también con los famosos “códigos del rock”, esos que aseguran la pertenencia al guetto como premio por la incomodidad tolerada. Como gurú de una celebración que alimenta espiritualmente a muchos y materialmente a unos pocos, el Indio es consciente de que vive en una sociedad atravesada por una grieta, aunque no sea la que promocionan los medios hegemónicos. Con perdón de Umberto Eco, de un lado están los “apocalípticos”, que le rinden pleitesía al Indio. Y del otro están los “integrados”, que comulgan con el papa Francisco. Pero finalmente, todo es parte de la religión.

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