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Sábado, 30 de agosto de 2014

MUSICA › ROBERT PLANT HABLA DE LULLABY AND... THE CEASELESS ROAR, SU DECIMO ALBUM SOLISTA

“Quizás este disco sea el final para mí”

Al tiempo que descarta absolutamente cualquier reunión de Led Zeppelin, el cantante celebra su regreso al hogar con su trabajo más reciente, después de haber estado radicado en Texas. Y en la entrevista especula con terminar con el “maravilloso carrusel” al que está montado.

 Por James McNair *

“Estaba en Womad el otro día”, dice Robert Plant. “Pasé caminando al lado de este tipo sentado en una silla plegable que estaba leyendo una revista musical, y tenía una foto de nosotros en los viejos tiempos. Le pregunté: ‘¿Quiénes son ésos?’ y me miró. Yo tenía lentes de sol y mi pelo estaba atado. ‘Es Led Zeppelin’, me contestó. Y le dije: ‘Ah, ok, ¿y quién es ese tipo?’. ‘Es Robert Plant’, respondió. ‘¿Y cómo se ve ahora?’, le pregunté. El tipo se encogió de hombros, así que me saqué los lentes y le dije: ‘¡Mirá!’. Fue un momento encantador y nos fuimos riéndonos. Las lágrimas rodaban por nuestras viejas y gordas mejillas.”

El encuentro con Plant es en un hotel cinco estrellas de Birmingham, donde los valets lo conocen simplemente como “Planty”. Tanta cotidianidad tiene sentido: el cantante dice que fue apenas a 700 metros, de donde se desarrolla la entrevista, que él vio por primera vez a Bukka White y a Son House, y por supuesto fue en otro hotel de la misma cadena –uno en Sunset Boulevard, Los Angeles, que Led Zeppelin bautizó “La casa del quilombo”– donde supuestamente tuvo lugar buena parte del desenfreno de fines de los ’60 y principios de los ’70 con el que se asocia a la banda.

Pero hoy no habrá conducción de motos por los pasillos del hotel. Sólo estará Plant, que ya tiene casi 66, entusiasmado con los trabajos de Rubens y Caravaggio que vio hace poco en Dresden o diciendo cómo una vez distrajo a Bob Dylan, que estaba poniéndose una media, preguntándole por John “Spider” Koerner. Plant es un conversador relajado y atento, no uno de protocolo. “Debe ser extraño para vos pensar qué decirle a un tipo como yo”, dice en un momento. “Han pasado tantas cosas...”

Lo que pasó más recientemente es el disco solista número 10 de Plant, Lullaby and... The Ceaseless Roar, que aparecerá el 10 de septiembre (la edición en vinilo llegará más tarde a Buenos Aires). “Es mi vida; son todas nuestras vidas, en realidad”, dice cuando se le pregunta por el título. El disco lo muestra apoyado por The Sensational Space Shifters, un combo de expertos sónicos ahora aumentados por Juldeh Camera, un virtuoso gambiano del griot y el ritti (violín de una sola cuerda). Aunque en la música hay una inclinación intercontinental, de saltos de género, en lo lírico el disco es un trabajo reflexivo y profundamente personal sobre volver a casa. En su mayor parte, el Dios Dorado fálico de antaño recurre a “la quietud y el control” que aprendió mientras cantaba con la artista de bluegrass Alison Krauss en Raising Sand, el disco de 2007 por el que se llevó varios Grammy.

Canciones como “Embrace Another Fall”, la extraordinaria balada de piano “A Stolen Kiss” y “House Of Love (que comienza con la frase: “Irse fue tan difícil”) son clave: Plant habla de su separación, en 2013, de la cantante folk norteamericana Patty Griffin. La dupla se había establecido en Austin, Texas, después de colaborar en el disco de Plant de 2010, Band of Joy, pero “culturalmente y un poco espiritualmente”, Plant comenzó a experimentar un problemático aislamiento que, según él, lo llevó ha “hacer rodar la rueda otra vez”. Tal como lo detalla la febril y descarnada “Turn It Up”, la sensación de alienación de Plant no se disipó cuando manejó hasta Tunica, Mississippi, para entrar en comunión con los fantasmas de los grandes del blues del Delta que fueron su primera inspiración: “Estoy perdido dentro de Estados Unidos/ Me estoy dando vuelta/ Me estoy convirtiendo en otra persona/ De la que escuché mucho/ Estoy cegado por el neón/ lo recto y lo posible/ Estoy atrapado en una radio/ Encendela y dejame salir”.

“Patty y yo intentamos una suerte de zig zag a través del Atlántico –cuenta Plant–, pero ella no compartía mi afición por la sidra y se maravillaba por el personaje del país negro en el que me convierto después de cuatro pintas de Thatchers. Mis sentimientos eran de tristeza y arrepentimiento, pero también me desacomodé. Tenía que volver (a Worcestershire) para descubrir sencillamente cuánto valoraba lo que había dejado atrás. Es una vieja canción, supongo.” Plant continúa: “John Bonham (el fallecido baterista de Zeppelin) y yo solíamos manejar de regreso hasta aquí después de cada evento de Led Zeppelin. Antes de las autopistas, veníamos en la camioneta de su mamá, Anglia, haciendo nuestro propio camino a través de Oxford, Stratford y Alcester. Teníamos familia aquí. Eso es todo, supongo. Está el agite y está el hogar”.

¿Qué era, específicamente, lo que extrañaba Plant? “Un montón de cosas que daba por sentadas. Paisajes y cumbres particulares de por aquí y de Gales. Para tristeza de los lectores, todavía hay un sentimiento que tengo cuando miro al Occidente (risas). Estuve afincado en Austin durante unos dieciocho meses y cuando volví a casa, vi que todo había crecido. Pensé: ‘Guau, todo se mueve excepto yo’. Esta misma semana estuve deleitándome con las casas en cuevas que hay por aquí; todos los lugares a los que iba con mi papá cuando salíamos en bicicleta. No tenés tiempo para pensar en esas cosas cuando estás criando a tus hijos o cuando estás dejando las drogas, pero ahora veo muchas obras maestras sin enmarcar a mi alrededor.”

En otra parte, prevalecen las obras maestras enmarcadas (o al menos aclamadas). En octubre continuará el programa de relanzamientos de las versiones expandidas de la vieja banda de Plant con Led Zeppelin IV y Houses of The Holy. Y con ellas llega la inevitable especulación sobre una reunión. En mayo, Jimmy Page le dijo a The New York Times que Plant estaba “simplemente jugando” con él, pero la broma del cantante sobre su disponibilidad en 2014 fue más parecido a un intento de voltereta para restarle sentido a un tema tremendamente agotador. Y sin que se mencione el tema, Plant suelta: “No va a suceder. Deberíamos exhumar”.

Pero si Zeppelin es un “no” definitivo, menos tajante aparece la posibilidad de que Plant trabaje con Page otra vez. En un artículo publicado en la revista Uncut, un día después de esta entrevista, Plant reveló que, unos dos años atrás, hizo un gesto en dirección al guitarrista, que lo ignoró. “Le dije: ‘Si tenés algo acústico, voy a darle una vuelta’.” La compleja relación entre Page y Plant parece coloreada por sus muy distintas actitudes respecto de Zeppelin. “Jimmy es el punto de apoyo y el curador”, dice Plant, pero es el propio cantante el que uno siente que está sujeto a una más compleja mezcla de emociones cuando considera sus años en la banda, aunque esté claramente orgulloso de su legado. La naturaleza de la ambivalencia que parece sentir se hace más evidente cuando habla de “Somebody There”, otra canción de Lullaby and... The Ceaseless Roar. “Habla de sacarse ese exterior duro que todos desarrollamos cuando nos metemos en el juego”, dice Plant. “Como adultos, debemos tirar los hombros para atrás, pero cuando era chico veía todo hermoso, no había más que asombro. En los primeros tiempos de Zeppelin escribí inocentemente, pero amaba todo ese misterio del pasado oscuro y de la Reina de la Luz. Desafortunadamente, he sentido cómo me lo quitaban parte por parte.”

Uno de los eventos que lo ayudaron a ver de otra forma a Zeppelin, dice Plant –“uno de esos momentos mágicos que calan hondo”–, llegó cuando él, Page y John Paul Jones (el bajista de la banda) recibieron las medallas por su “contribución a la cultura norteamericana” de parte del presidente Barack Obama en el Kennedy Center, el 2 de diciembre de 2012. Pero no fue la distinción la que logró conmoverlo, fue el cover con un coro gospel de “Escalera al cielo” que hicieron las hermanas Ann y Nancy Wilson, de la banda norteamericana Heart. “Después de todos los años de escuchar la canción malinterpretada y tocada para atrás y todas esas tonterías, nunca pensé que alguien iba a darme un golpecito en el hombro y a decirme ‘ah, ya que estamos, esa era una hermosa pieza, y para demostrarlo, acá tenés otra forma de abordarla’”, dice Plant.

“Barack me miró, frunció un poco el ceño y encogió los hombros. Le devolví la mirada y pensé: ‘Siempre ha sido así, Barack. Podés interpretarla mal un millón de veces, pero nadie nos menciona a Page y a mí avanzando a los tropezones por las montañas Atlas con un grabador Nakamichi para grabar a mujeres bereberes’. Y aún así, ¿quién sabe? ¿Y a quién le importa, eh? Lo único que puedo decir es que cada vez que hago un buen concierto con mi banda actual, todo eso vuelve de algún modo.”

“Quizás este nuevo álbum sea el final para mí”, agrega Plant, de modo sorpresivo. ¿El final de qué? “De este espíritu viajero musical y del maravilloso carrusel en el que he estado. Es como un calidoscopio: lo apuntás a la luz, lo rotás, y todas las piezas se acomodan hermosamente de distintos modos, pero este disco se siente diferente. Es la consumación de todos esas piecitas, desde Son House hasta Roni Size o Gambia, y todo parece tener alguna clase de carácter definitivo”.

* The Independent, de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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Lullaby and... The Ceaseless Roar aparecerá el 10 de septiembre.
 
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