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Martes, 2 de septiembre de 2014

MUSICA › EL ARGENTINO ROGER HELOU HABLA DE SU ORQUESTA TíPICA SILENCIO

¿Se puede hacer algo nuevo en el tango?

Radicado en Europa, Helou dice que “Silencio es una orquesta de rompe y raja, sucia, mugrienta, bien milonguera, pero a la hora de grabar elijo lo que me parece más poético”.

 Por Cristian Vitale

Trotamundos, zigzagueante e inquieto, Roger Helou. Es argentino pero un buen día, en los últimos minutos del siglo pasado, se internó en la Schola Cantorum Basiliensis para seguir al Bach barroco. Le duró lo que le duró: un flash. Allí, en la mística Basilea, el organista devenido arreglador y director cambió al genio de Turingia por Salgán, Pugliese y Di Sarli y fundó una agrupación “internacionalista” con tal tríada como musa: la Orquesta Típica Silencio. Con ella, además de pisar muy fuerte en Europa, donde anidó los primeros años del siglo, grabó tres discos –el epónimo de 2005, Live in Berlin (2007) y Silencio en las almas (2009)–, hasta que volvió sobre sus pasos con el flamante Todo, menos la canción, interesante selección de tangos y milongas abrillantada por las presencias de Juan “Tata” Cedrón, Hernán Lucero, Lidia Borda y Cardenal Domínguez. “¿Se puede aportar algo nuevo en el tango?, ¿qué material considera ‘presentable’ en un estilo, que tuvo su incalculable auge en los cincuenta, con música de la mejor calidad que se pueda imaginar, y encima con una vanguardia súper revolucionaria en los sesenta que supera en ‘modernidad’ hasta lo que hoy mismo se hace?, las preguntas son eternas y yo lo único que puedo decir es que, aunque lo mejor del tango ya haya sido escrito, la gente indudablemente se sigue expresando con ese lenguaje, incluso sin que exista un mercado o una demanda”, considera un Helou de 36 años totalmente convertido al tango.

–La eterna discusión, sí... una historia “pesada” la del tango...

–Es que en la búsqueda por presentar material que suene nuevo o que aporte algo a todo lo escrito, se tiende a veces a forzar la escritura hacia una música sofisticada, y éste es el punto: personalmente nunca, o casi nunca, se me mueve un pelo con la música instrumental compuesta recientemente o con arreglos rebuscados. Escucho frío lo que se hace, frívolo. No sé: si reviviera Troilo borraría unas cuantas líneas de pentagrama. En cambio, el tango canción, sea rearreglado o nuevo, todavía emociona, llega al público, conserva simplicidad, emoción... habla.

Helou justifica así un entre estético que hace honor al nombre del disco y que, en tal tren, ubica a los convidados al servicio de la canción. A Hernán Lucero y el Tata Cedrón proponiendo el tono justo a “El violín de Becho” del gran Zitarrosa; a Lidia Borda tiñendo de un halo mágico la profunda “Pequeña”, de Maderna-Manzi; al mismo Tata –con quien Helou comparte talentos en el Cuarteto Cedrón– recitando “Juancito caminador”, poema clave de Raúl González Tuñón, o a Cardenal Domínguez, cuya voz se desgarra en función de la notable “Milonga triste”, de Piana y Manzi. “Milonga triste”, ¡ufff!, ese arreglo lo tenía guardado desde el 2007, cuando me lo encargaron los muchachos que acompañaban al Cardenal, para su disco. Al final era complicado de grabar, porque es con cuarteto de cuerdas. Lo escribí pensando en el Cardenal, en su voz, la profundidad con la que interpreta, grave, serio, doliente... me costó largas horas de dolor ese arreglo, porque la música dolorosa hace sufrir y ‘Milonga triste’ es dramática. Quedó mejor de lo que me imaginé”, cuenta el músico.

–¿Cómo y por qué se coló “El violín de Becho”?

–Conocí a Ciro Pérez, guitarrista de Zitarrosa, hace muchos años, en sus giras por Suiza, y me conecté con esa música. En ese entonces estaba atravesando un momento difícil, y siempre me sale escribir algún arreglo intenso cuando paso por momentos así. Y lo tocamos con la orquesta muchos años en Europa. La gente en los bailes lo pedía mucho y se convirtió en el emblema del sonido y del cantor de la orquesta durante un tiempo. Es un lujo que haga su parte el Tata, que siempre fue muy claro con su línea artística y estética. No fue fácil encontrar un lugar que él quisiera ocupar dentro de un disco de canciones, pero creo que acertamos, porque está en el mejor momento del disco. Realmente estoy contentísimo con ese regalo que me hizo.

Helou, actualmente de gira por Europa, intuye el futuro inmediato de la agrupación como lo que “realmente es”: una orquesta milonguera. “Quiero hacer las dos cosas: tocar en los bailes y grabar también... o sea: una cosa es lo que se toca para los milongueros y otra muy diferente es lo que se graba, ¿no? Yo creo que Silencio es una orquesta de rompe y raja, sucia, mugrienta, bien milonguera, pero a la hora de grabar elijo lo que me parece más poético. O sea que tenemos dos caras: la de música grabable, ‘presentable’ para el ambiente músico-tanguero-intelectual, digamos, y por otro lado lo bailable, milonguero, más tradicional, más rítmico, más evocativo de las orquestas realmente bailables de los cuarenta”, determina el arreglador, que va y viene –tal su naturaleza– desde y hacia las Europas. “Haberse ido es irreversible y volver para siempre, imposible. Ni acá ni allá... no hay que parar de buscar.”

–Yendo más a lo estructural de la orquesta, ¿qué rupturas y qué continuidades nota respecto de sus primeros tiempos?

–Algo parecido al desarrollo de las orquestas en general. Si escucha cualquier orquesta en los cuarenta y luego la misma en los cincuenta se dará cuenta de que los gestos maduran, el estilo se exacerba, la flor crece... hay un desarrollo de lo que al principio apenas se empieza a distinguir. Bueno, pasa lo mismo en el transcurso de trece años de trabajo. Hicimos un ida y vuelta de un recorrido experimental, usando instrumentos “raros” como el claron y el Hammond juntos, y exagerando un poco los gestos, casi llevando al extremo las posibilidades de expresión. Eso se escucha en nuestro penúltimo disco (Silencio en las almas), pero ahora hubo un volver a las fuentes, a lo puro, a un sonido más tradicional y a expresar con eso. Y, claro, a no dilatar tanto los tiempos.

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Roger Helou, de Bach a Salgán, Pugliese y Di Sarli.
 
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