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Viernes, 12 de diciembre de 2014

MUSICA › ADRIANA VARELA PRESENTA HOY Y MAÑANA EN ND TEATRO UN DISCO DE VOZ Y PIANO

“No se puede caretear con la identidad”

El CD rescata el vivo de tres conciertos que dio en el pequeño escenario de Medio y Medio, en Punta del Este. Varela destaca la crudeza del material, integrado por tangos clásicos. Y dice: “Se me acercan mucho los pibes, los del tango, pero más los del rock”.

 Por Karina Micheletto

Adriana Varela y piano es la propuesta del nuevo trabajo discográfico de la cantante de marca propia en el tango. Se trata de la grabación en vivo de tres conciertos que dio en el pequeño escenario de Medio y Medio, en Punta del Este, junto al pianista Marcelo Macri. Con este ropaje íntimo, la Varela grabó tangos que son tangazos a los que les imprimió su sello, esta vez más al frente que nunca, despojados de la contundencia de una orquesta, con el riesgo del vivo y “sin retoques posteriores”, según ella aclara. Hoy y mañana a las 21, en el ND Teatro (Paraguay 918), mostrará este trabajo, ahora en Buenos Aires.

La voz y el decir de Varela asumen como propios en este trabajo clásicos de clásicos: “Cuando tú no estás”, “Por una cabeza”, “Cuesta abajo”, “Yvette”, “Nada”, y la lista de tangazos sigue por “Ventarrón”, “Garúa” o “Sur”. Los grabó en un lugar que describe como “cargado de una mística muy especial”, y al que regresará el 2, 3 y 4 de enero, para otra serie de conciertos, “una mezcla de trabajo y vacación”. “No quiero sonar sectaria, pero realmente pasa por ahí gente grossa de la música, con la pretensión única de hacer música. No es un lugar careta ni que esté en el Este, está más bien escondidito. Es un sitio buscado por gente que quiere escuchar música: es un lujo”, describe la cantante y halaga el lugar de grabación en diálogo con Página/12.

–Queda claro por qué eligió grabar ahí su disco...

–A mí me había contado mi vieja sobre las épocas de La Fusa, cuando Vinicius, Toquinho, esos monstruos, grababan discos en vivo en lugares pequeños. Yo siento que este lugar tiene algo de aquella mística, esa onda café concert. Los grandes escenarios, por supuesto que están buenos, pero cuando vas a estos lugares, bajás energéticamente. Te encontrás con un living, y es muy gratificante para el artista ese vínculo que se establece. Diría que es más real, te ven crudamente. Y de hecho el disco tiene una crudeza muy fuerte, no quise retocarlo, no quise que sonara mejor ni “más vendible”. Soy bastante cabeza dura con esas cosas y me planté: quería que el público tuviera lo que pasó ahí.

–Usted es una artista con una particular relación con el vivo. ¿Qué siente que gana un disco suyo en vivo y qué pierde o qué debe ceder?

–Tenés que ceder perfección, virtuosismo, no podés ser exigente en ese sentido. Pero tampoco pasa lo mío por ahí: en estudio también trato de ser fiel a mis vivos, aunque claro, no es lo mismo. Lo que ganás: estás muy humanizada, no careteás una, y la gente agradece eso. No sé si todos; pero los que me siguen a mí, seguro que sí. Está muy en primer plano ese rito que se logra en el vínculo con el público, y en este caso con Marcelo Macri, que es un pianista de la hostia, que viene trabajando conmigo desde hace muchísimos años. Acabo de volver de Montevideo, me fue a ver el Negro Rada. Después de escucharlo a Marcelo le dijo: “Vos, flaco, vas por otro lado, vas por el tango, pero sos un grande”. El negro, que es un grosso, supo captar eso de Marcelo.

–¿Y por qué quiso que su voz esta vez sólo estuviera acompañada por piano?

–Grabar en vivo con piano solo es la crudeza. El tango tiene una cosa muy de puñalada, de clavarte en el medio las letras. Y el piano dulcifica bastante esa tensión que tiene el tango. Es una tensión que no tienen otras músicas: hablo de las letras, de lo rítmico y de lo conceptual. Y de las consonantes, ¡porque el tango tiene mucha consonante! Yo tuve que aprender, curtiéndome en boliches de tango, a sostener esa tensión que tiene. No es fácil, está todo puesto ahí. Después de cantar, quedo relajadita, ¡y ni quiero escuchar un tango!

–¿Qué escucha?

–Yo no escucho tango: yo canto tango. No soy una mina que se meta en YouTube –que es algo que me encanta– a buscar tango...

–¿Y qué busca en YouTube?

–Cosas que nunca pensé que iba a volver a escuchar: The Supremes, Prince, Jimmy Page, Zeppelin. Música que mi viejo, que era un amante del jazz y el blues, me había dicho que tenía que escuchar: “Escuchá nena, esto viene después del blues.. . Música brasileña de todas las aldeas. O a esta ídola, Elis Regina...”.

–Escucha clásicos...

–Es que yo hice toda mi búsqueda antropológica, de identidad ancestral, con el tango, pero también lo que he vivido contemporáneamente con el rock ya es un clásico. Soy fanática de Bowie, y ahora estoy particularmente fanática, y siempre digo: a ver, chicos, después de Bowie, ¿qué es vanguardia? Yo soy hija del rock, es la época en que me tocó nacer. Recuerdo perfectamente lo que me pasó cuando escuché por primera vez a Los Beatles, en una reunión de amigos de mis viejos. Fue una especie de revolución, una convulsión hasta hormonal. Yo era una nena y la cabeza se me voló. Soy madrina de un montón de bandas de rock; se me acercan mucho los pibes, los del tango, pero más los del rock. Eso es copado, porque me escucharon cantando tangos y es como que las fronteras de los géneros de las músicas van cayendo. Una vez, hace mucho tiempo, cuando recién había empezado, alguien me dijo: “No digas nada del rock, si sos tanguera eso va a caer mal”. Mirá cómo se equivocó. Yo nunca careteé, no se puede caretear con la identidad: no nací en un arrabal. La del tango es una búsqueda mía de identidad, que no me hace negar de dónde vengo.

–¿Qué es eso que encontró en el rock y que forma parte de su identidad?

–Siempre digo que la vanguardia está en la esencia, y no en la apariencia. La gente quiere ser moderna, ¡y a mí me da una cosita...! Estoy leyendo un libro que se llama Los Beatles y Lacan: un réquiem para la edad moderna, es de un inglés, Henry Sullivan. Ahí encontré una buena explicación sobre esto del rock como parte de la identidad que siento más mía. El autor dice que a la modernidad la sellan Los Beatles, y que a partir de ahí todo es posmodernidad. Recuerdo aquella primera vez escuchando Los Beatles, yo tendría 11 años, aquella convulsión hormonal de la que hablaba... Y leyendo esto confirmo que cuando se habla de sexo, se habla de algo visceral, de esas cosas inexplicables, de la incomodidad de los padres frente al deseo de los hijos. Si vos me decís: “Adriana, ¿vos a qué te dedicás?”. Yo no puedo decir que me dedico al tango ni al rock, ni siquiera a la música. Yo me dedico al lenguaje; el lenguaje es una vibración que me hace sentir viva, y la búsqueda de la identidad tiene que ver con el paisaje. Y el paisaje no es el arbolito, la casita: es de dónde venís, y de dónde venís también musicalmente. Aunque Los Beatles te hayan metido en una suerte de movida que no paró nunca.

–¿Y el tango no tiene esta potencia?

–¡Ufff! El tango tiene toda la potencia. Hay una cosa muy fuerte: el tango tiene algo misterioso, muy misterioso. Tan misterioso es, que no lo pudieron subir al establishment. ¡Y mirá que intentaron! Pero no pueden.

–¿Cómo viene su 2015?

–Con un disco que va producir mi hijo, Rafael Varela, un gran músico y un gran productor. Decidí hacer un disco de los contemporáneos míos, los que admiré en mi época: el Flaco, Charly, Miguel Abuelo, Los Redondos. También voy a hacer un tema de Hugo Midón, “Qué te pasa lobo”, arreglado por su hijo, Julián Midón, otro gran músico. En algún punto, lo hago para mí, hasta me lo produzco yo. No es: mirá, ésta ahora se hace la rockera. No. Es simplemente una parte de mi identidad, una parte de mi lenguaje interno. Es un gusto que me doy, y ya estamos trabajando con Mariano Otero, Gustavo Montemurro, va a estar también mi amigo Pedro Aznar como invitado. Es una ventana de frescor que abro para decir: yo también soy esto.

–Hay otro gran amigo suyo, Cacho Castaña, que la pasó mal en este tiempo. ¿Cómo está?

–Está mejor. Yo lo veo mucho, pero no hablo de mis afectos cuando están pasando por estas situaciones. El tiene un ángel a su lado, su mujer, Marina, una psicóloga que lo cuida como nadie. Cuando lo voy a ver, me sigue haciendo reír mucho: si no puede hablar, él pone caras. Me enternece esa picardía y esa cosa absolutamente ingenua de Cacho. El vendió siempre la de “yo me las sé todas”, pero es un nene. Sabemos que es un paciente de riesgo, pero ya está reponiéndose y lo espera la rehabilitación.

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“El tango tiene una cosa muy de puñalada. Y el piano dulcifica bastante esa tensión”, dice Varela.
Imagen: Leonardo García
 
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