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Jueves, 24 de agosto de 2006

MUSICA › “JONNY SPIELT AUF” EN EL TEATRO COLON

Una ópera donde el jazz funciona como una metáfora

El nuevo mundo frente al viejo. Un negro ladrón y talentoso y un compositor torturado. Y una puesta de impacto para Krenek.

 Por Diego Fischerman

Desde el Tristán e Isolda de Richard Wagner, varias de las certezas musicales de Occidente habían caído por el precipicio. A partir de la década de 1880, el lenguaje de la música de tradición escrita entró en una larga crisis que terminó desembocando en varias rupturas estéticas, distintas entre sí pero similares en su radicalidad. Debussy, Stravinsky y Varèse comenzaron a pensar la música desde otra parte y a organizar el discurso a partir de variables que hasta ese momento habían estado relegadas: el timbre, las densidades, el ritmo. Schönberg, Berg y Webern conservaron, hasta cierto punto, las alturas (es decir las notas) como principio constructivo. Pero sus notas fueron muy distintas que las del Romanticismo y crearon a partir del atonalismo y de las series de escalas de doce sonidos. A partir de ese momento no hubo certezas. Todo podía –y debía– ser puesto en tela de juicio. Y Ernst Krenek, de la misma manera que Max, el protagonista de Jonny spielt auf, su obra más exitosa, encarnó en sí mismo estas crisis de lenguaje, estas idas y vueltas, estas discusiones acerca del rumbo de la música, y, a lo largo de su carrera, abrazó tantas veces como repudió el dodecafonismo, los géneros menores, la idea de una música entendible por las masas y un neorromanticismo a la medida de las enseñanzas de su viejo maestro, Franz Schreker.

Jonny spielt auf gira, en gran parte, alrededor del vacío creativo e, incluso, vampiriza en largos pasajes a Richard Strauss –y a Schreker– e ironiza acerca de las vanguardias de su época (“lástima que haga música contemporánea”, dice alguien acerca del personaje de Anita, la cantante, y otro contesta: “Sí, pero la hace tan bien que parece música”). Que aquí el nombre de la obra no se refiera al torturado Max sino al avasallante Jonny, es un dato. La indefinición estética del compositor llevará puesta, como un sello, la imagen de ese negro tan talentoso como ladrón que la pone, por contraste, en evidencia y que anuncia ni más ni menos que la conquista de Europa por la danza. No es, desde ya, la única conquista que se pregona. Ferrocarriles, teléfonos, radios y automóviles –y su correlato sonoro de motores, sirenas y altoparlantes– vendrán a poner en escena el enfrentamiento entre un mundo que muere y otro que nace. Krenek vivió en permanente duda acerca de la estética a abrazar en una época bastante anterior al posmodernismo –más bien en plena explosión del modernismo–; en un período en que estar fuera de alguna de las barricadas no estaba bien visto por nadie. Sin embargo, parte de la personalidad –y del atractivo– de esta ópera que comenzó a escribir en 1925 y estrenó dos años después es precisamente su mezcla de géneros y estilos. Está, por un lado, el posromanticismo a là Strauss, aunque nunca hay seguridad de siel uso es irónico o no, y por otro una especie de jazz malentendido, extraído de comedias musicales y cabaret alemán, todo atravesado por un contrapunto sumamente cuidado –es la época, también, de la fascinación por Bach y la música supuestamente pura– y una orquestación virtuosa.

Jonny spielt auf tuvo, entre su estreno en 1927 y su prohibición por el nazismo, bajo la acusación de “bolchevismo musical”, un éxito extraordinario. Después, conoció una especie de ostracismo incluso en Estados Unidos, donde el compositor se exilió a partir de 1938. Allí se la estrenó recién en 1958 y en Europa no fue repuesta hasta la década de 1980. En Latinoamérica no se había programado jamás hasta la impactante puesta de Marcelo Lombardero que, con dirección musical de Stefan Lano, acaba de subir a escena en el Teatro Colón. Con una resolución escenográfica de altísimo nivel, una puesta de luces exquisita y un vestuario tan detallado y riguroso como bello, la ópera logra un potente efecto visual. Los cambios de luz en la escena de la segunda parte en que el compositor, solo, espera en vano la llegada de Anita durante toda la noche son perfectos. Y la secuencia que comienza en el glaciar, con la aparición literalmente desde la nada de una terraza poblada de gente, mientras la voz de Anita suena por altavoces que transmiten una emisión radial, está resuelta de manera portentosa. También la llegada a la ciudad y el final, con la entrada del tren en la bellísima estación imaginada por Feijoo y, luego, la transformación del reloj en un globo terráqueo que gira mientras Jonny asciende en él, muestran un gran nivel técnico además de una notable creatividad.

Carlos Bengolea y Cynthia Makris, como Max y Anita, componen una pareja homogénea, con voces de buen volumen y amplio vibrato. Patricia González es una Ivonne sumamente correcta y Hernán Iturralde hace que su personaje, el manager, se destaque a pesar de su brevedad. Víctor Torres, como el violinista Daniello, a quien Jonny roba su instrumento, y Luciano Garay como el negro, pintado a la manera de Al Jolson (la cita a “Swanee” de la partitura justifica ampliamente esta elección), unen a la precisión vocal un manejo sumamente plástico del escenario. Sin embargo, tanto Garay como la mayoría de los personajes abusa de algunos tics y de una composición cercana a la caricatura, extrañándose un trabajo mayor en la gestualidad pequeña y en las relaciones entre los personajes. La coreografía, en general desajustada en la ejecución y desfasada rítmicamente, aportó sin embargo encanto visual, sobre todo en la escena del hotel, en el final de la primera parte. La orquesta, brillantemente conducida por Lano, tuvo un rendimiento de gran nivel, excelente en las cuerdas y maderas, con un sonido grupal sumamente homogéneo, más allá de algunas fallas individuales en la fila de bronces.

8-JONNY SPIELT AUF

Opera de Ernst Krenek

Dirección musical: Stefan Lano.

Puesta en escena: Marcelo Lombardero.

Escenografía: Daniel Feijoo.

Vestuario: Luciana Gutman.

Iluminación: Horacio Efron.

Dirección del coro: Salvatore Caputo.

Diseño multimedia: Leandro Pérez.

Coreografía: Carol E. de Castillo.

Elenco: Carlos Bengolea, Cynthia Makris, Luciano Garay, Víctor Torres, Patricia González, Hernán Iturralde, Ricardo Casinelli, Gabriel Renaud, Marcos Padilla, Norberto Marcos y Walter Schwarz.

Orquesta Estable y Coro Estable del Teatro Colón.

Teatro Colón. Martes 22 de agosto.

Nuevas funciones: Mañana, domingo 27, martes 29 y viernes 1º de septiembre.

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