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Sábado, 9 de diciembre de 2006

MUSICA › JOAQUIN SABINA, UN “REBELDE CON MUCHISIMAS CAUSAS” QUE SE PREPARA PARA SU MAYOR CEREMONIA EN BUENOS AIRES

“La gente cree que soy mucho mejor de lo que soy”

“Lo que pasa alrededor de la Bombonera es una cosa milagrosa y singular, que yo no había vivido”, admite el músico español, que está liquidando la extensa gira Carretera y top manta y se resiste a visitar los lugares comunes de quienes han estado en riesgo de muerte. “Yo he decidido vivir, siempre que los dioses paganos me den un préstamo o una prórroga. Y en ésas estamos”, señala.

 Por Karina Micheletto

La gira que trajo a Joaquín Sabina por estas tierras ya pasó por dos puntos: el de anoche, en Córdoba, y el del miércoles pasado en Montevideo, una ciudad a la que dedica versos de amor, aunque todavía no hayan tomado forma de canción. “Amo Uruguay, del modo que amo Portugal. Ir de Buenos Aires a Montevideo es como ir de Madrid a Lisboa, es buscar algo más antiguo y melancólico, menos espectacular y caótico”, describe. Más allá de versiones cruzadas sobre aquel concierto suspendido por un día (en un principio se dijo que los camiones que llevaban el equipo no habían podido pasar el puente por el corte de ruta, luego se supo que se había caído el techo del escenario del estadio), el cantautor trajo de la otra orilla una historia que, dice ahora, está hecha de poesía: “Siete años atrás, cuando canté en Montevideo, Juan Gelman andaba buscando a su nieto, y mandó un telegrama que yo leí en el escenario, exigiéndole al presidente que lo buscara. No era su nieto, sino su nieta. Se llama Macarena, y antes de ayer estuvo en mi concierto. No la vi, pero sé que estuvo allí. Es una de las historias más hermosas que me han pasado jamás. Llevo dos días llamando a mi Juanito Gelman, que ahora sí es amigo mío, para contárselo. Alguien se lo habrá contado ya”, dice Sabina, y tiene la sonrisa grande.

–¿Qué relación tiene con Juan Gelman?

–Somos amigos, nos vemos en Madrid y en México. Ya sabéis cómo es él, de un pudor tremendo. Pero quiero que sepa que la de su nieta es una de las historias más bonitas que me han pasado en 30 años de profesión. Aquella chica, que él creía que era un chico, a la que yo llamé a gritos hace siete años desde el escenario, ahora vino a ver mi concierto con toda tranquilidad. Eso es poesía pura. Poesía de Juan Gelman.

–¿Con Gelman están intercambiando versos?

–Hemos hecho un intercambio de cartas en verso, para un libro que traigo hace muchos años, que no publico por falta de hueco y porque siempre va creciendo. Ahora estuve con Juan en México, le mandé unos versos, él me contestó al día siguiente, y ya es un capítulo nuevo. Y así todo el tiempo. Lo mismo me pasa con el resto de los que estarán en este libro.

–Será un libro con personalidades.

–Personalidades no... ¡Amigos con personalidad! (Se ríe.)

Hacer una entrevista con Joaquín Sabina es una tarea de lo más sencilla: el hombre es de esos entrevistados que se entregan a la charla. No sólo de verbo encendido: también articulado, con chispa, ingenioso. El, que desde hace un par de años escribe columnas en verso para la Interviú española (“una revista de tetas y de firmas, porque entre teta y teta escriben Fernando Savater o Manuel Vázquez Montalbán”), debe saber cuánto rinde cada una de sus respuestas. Con su claro sombrero panameño calzado, es uno más en medio de la hipermodernidad internacional de los pasajeros que van y vienen de la piscina del Faena Hotel. Bien aprovisionado (Ducados y un vaso de tequila) podrá reírse de todo menos de el tema: las dos canchas de Boca que llenará el sábado y domingo próximos. Serán los anteúltimos shows de la kilométrica gira Carretera y top manta, que incluyó unos 130 conciertos y que culminará el próximo 20 de diciembre en Santiago de Chile. Una ciudad que Sabina jura que va “a quemar”.

–Uno de sus productores en la Argentina dice que uno de los secretos de su éxito es que todos creen que es un loquito, y es la persona más responsable y trabajadora. ¿Es verdad?

–¡No! Sí es verdad que si fuera como dice mi caricatura, no hubiera podido escribir 400 canciones, o hacer los 130 conciertos de este año. También es verdad que antes lo hacía de un modo completamente caótico y fuera de horas de oficina. Ahora estoy un poquito más ordenado.

–Otros aseguran que su novia Jimena es la gran responsable de su “resurrección”. ¿Eso sí es verdad?

–Qué puedo contestar... Que ha estado ahí, claro que ha estado, que si no estuviera ahí seguramente yo disparataría muchísimo más, también. Y nada más.

–Pero ella está muy presente, forma parte de la gira.

–Trabaja en la gira. No me calienta la cama. Tiene una función, pone las proyecciones, arregla esa mariconada que uno lee para acordarse las letras, ¿cómo se llama? El prompter. Y claro, hace que cuando acabe un concierto, en lugar de irme a buscar las peores putas de la ciudad, me quede leyendo a Borges y Bioy Casares.

–Digamos que lo hizo cambiar de poesía.

–Esta es una poesía muy doméstica.

–Después de los años de enfermedad y de retiro, de eso que usted llamó marichalazo, su compañero Pancho Barona dice que ahora sus discos no serán unplugged sino undrugged. ¿Qué cosas cambiaron en la banda?

–Los músicos se han puesto a hacer gimnasia. Yo sólo dejé la nariz, pero ellos han dejado de beber, de fumar, de coger... Es una cosa horrible.

–¿Y qué les pasó?

–¡Se han vuelto locos! Están equivocados (se ríe). Se asustaron por mí, dijeron: si a éste, que tiene diez años más que nosotros, le está pasando esto, ¡lo que nos va a pasar a nosotros!

–Cambió el proceso. ¿Cambia el resultado también?

–Mira: Con marichalazo o sin marichalazo, yo tengo 57 años. No voy a aparentar que tengo 32, o 27, o que soy rebelde sin causa. Soy rebelde con muchísimas causas. Pero tengo 57 años y he visto morirse a mucha gente a mi alrededor, de mi edad, y de muerte natural: natural a consecuencia de la vida que habían llevado, que era la mía. Yo he decidido vivir, siempre que los dioses paganos me den un préstamo o una prórroga. Y en ésas estamos.

–Pero no anda aconsejándoles a otros que hagan lo mismo.

–Sin ningún fundamentalismo, sin partidos contra la droga, en absoluto. Lo pasé muy bien en todos esos años, y ahora también lo paso muy bien en mi rinconcito, viviendo, escribiendo, cuidándome un poquito. No demasiado, aquí estoy con un cigarrito y un tequilita. ¡Que me dejen así!

–Tiene varios proyectos de libros. ¿En un futuro se ve más como escritor que como músico o compositor?

–Me vi en un pretérito sólo como escritor. Con 16 años, mi sueño era ser un honrado y tímido profesor de literatura, en un instituto de enseñanza media en una ciudad de provincias: quería ser Antonio Machado. Y escribir unos libros que leyera sólo un público muy exquisito y muy de culto, es decir, nadie. Luego pasó lo que pasó, pero yo ni lo busqué, ni lo soñé, ni peleé por ello. Tal vez por eso no disfruté tanto cuando pasó.

–¿No?

–No, porque me pareció siempre que era una impostura, que le pasaba a otro. Por eso también mis disfraces, el bombín y el exceso de caricatura, para no confundir al tipo del escenario con el tipo que escribe en un rincón de su casa.

–Los que escuchan sus canciones suelen confundirlo, pensar que ese hombre de los bares eternos del que hablan sus canciones es usted.

–Yo no soy responsable de mi público, pero sí es verdad que andaba en los bares eternos, escribía en los bares y pasaba las noches allí. Ahora tengo un bar en mi casa, estupendo.

–¿Cuál es la vejez perfecta, la postal ideal que imagina?

–Tengo algunos amigos que casi la están teniendo: Angel González, el Gabo García Márquez, Mario Benedetti, con quien estuve en Uruguay, todos han pasado de los 80 años. Ojalá yo pudiera llegar así, escribiendo, riéndome, tomándome una copita de vez en cuando. La vejez perfecta es sin deterioro grave, con deterioro grave no merece la pena. Sin deterioro grave, con un papel en blanco, un bolígrafo, amigos alrededor, una copita y ganas de reír y de despertar cada día, ¡ojalá llegue! Pero soy muy escéptico, en mi caso.

–¿Por qué?

–Supongo que pronto empezarán a atacarme todo tipo de jinetes del apocalipsis.

–Lo dice justo ahora, que hizo los deberes como para ahuyentar a esos jinetes.

–Es que no me lo creo, cuando miro para atrás y veo 130 conciertos, de verdad no me lo creo. Los músicos creían que no llegaría a la segunda canción del primer concierto (se ríe). No hemos hecho charlygarciadas, ni una. Me costó muchos conciertos volver a amar el escenario, a sentir que era mi casa, a creerme mi papel. Y ahora que todavía me quedan dos Bocas, que estoy aterrorizado, y por otro lado, en cuenta regresiva... ¡que tiemblen los chilenos! ¡Porque Chile es el último punto, y quemo Chile! Lo digo de verdad.

–¿Qué es lo que le da tanto miedo de Boca, qué se imagina?

–El exceso de pasión, de presión, de esperanza de la gente. Creen que soy mucho mejor de lo que soy, que les voy a dar mucho más de lo que les voy a dar. Yo les voy a proponer que estén como si estuviéramos en un bar, que compartamos unas canciones. Nada más, no tengo más que proponer.

–¡Qué difícil proponer que estén como en un bar en la cancha de Boca!

–Es imposible, ya lo sé. Lo que para mí tiene de divertido la cancha de Boca es que creía que conocía todos los escenarios. Esto no, lo que pasa alrededor de La Bombonera es una cosa milagrosa y singular, que yo no había vivido. Lo voy a vivir, pero estoy loco por que pase.

–¿No hay alguna imagen que lo tranquilice, alguna estrategia para llegar más tranquilo a ese momento?

–Estrategia, ninguna. Lo único que creo es que los que van saben que para mí es un sitio muy especial, con algo de mitológicamente sagrado, por amistades, por chicas, por canciones que he hecho, y supongo que entenderán un poco lo sagrado de eso. Espero que eso haga que las barras bravas no sean tan bravas. Quiero amansarlos un poquito.

–Esta vez se queda varios días en la Argentina. ¿Qué lugares y personas va a visitar?

–Me voy a quedar varios días pero no voy a disfrutar nada: estoy tocando mucho, y durante el día, cuando no toco, me callo, para cuidar la garganta. Es la peor tortura que Satanás me pudo dar, porque yo sin hablar soy una persona profundamente infeliz. Así que no lo voy a disfrutar, pero como luego tengo unos meses de vacaciones, prometo volver a pasear.

–Al final es un trabajador.

–Un humilde obrero de la construcción. Bueno, no tan humilde. Pero obrero, sí.

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