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Sábado, 28 de abril de 2007

MUSICA › ADRIAN GOIZUETA, EL ARGENTINO QUE HIZO TODA UNA CARRERA DESDE COSTA RICA

“Siempre estuve cerca del país”

Militante peronista, en 1977 debió huir del país. Una elección al azar lo llevó a Costa Rica, donde tiene más de veinte discos grabados: mañana actúa en el festival de las Madres.

 Por Cristian Vitale

Era 1977 y, a los 21 años, Adrián Goizueta tuvo que esfumarse del país. Es fácil de adivinar por qué: además de músico, era militante del peronismo de base y su fin no era desparecer, como muchos de sus compañeros de hora. “En ese momento, la única manera de estar bien con el país y con uno mismo era estar haciendo algo: transformar, luchar, oponerse. Mi historia es como la de tantos otros... mi vida pegaba en el palo”, prologa, en uno de los bares que merodea la Facultad de Filosofía y Letras. Su norte, único y llamativo, fue Costa Rica. Cuenta que estaba por nacer su primer hijo y eligió un método rápido de escape. Tomó un mapamundi, tiró el dedo al azar y salió la India. “Me pareció que era muy jodido ir ahí, entonces tiré de nuevo. Salió Costa Rica y dije sí: era un país sin ejército, que le dedicaba el 30 por ciento de su presupuesto a la cultura. Me pareció sumamente atractivo, sobre todo para alguien que buscaba empezar una vida tranquila.”

Goizueta anidó allí... y allí se quedó. Ancló en un conservatorio, llegó a dictar clases de armonía e instrumentación en la Universidad Nacional de Costa Rica, armó el grupo Experimental, participó del “Woodstock de la nueva canción” –-así lo llama–, que fue Abril en Managua y, con el tiempo, hermanó corazones con Víctor Heredia, Luis Salinas, Silvio Rodríguez, Luis Enrique Mejía Godoy -–con quien grabó el disco Volveré a mi pueblo– y Luis Eduardo Aute, que suelen aparecer, salpicados, en muchos de los veinte discos que grabó hasta hoy. “El hecho de irme a un país tan chico tuvo sus pro y sus contras. Un ejemplo: yo hice la música de una película que ganó el Festival de La Habana –El pueblo vencerá–, que me abrió un montón de campos pero me cerró todas las visas a Estados Unidos y Puerto Rico (risas). En un momento, nuestro productor estaba organizando una gira por Puerto Rico y yo aparecí como buscado por Interpol. Escrachadísimo.” Pasada la era del espanto, Goizueta retornó varias veces, pero jamás para vivir. Esta visita, en rigor, es un viaje relámpago para presentarse mañana a las 21.30 en el festival organizado por el aniversario de las Madres de Plaza de Mayo, más algunas funciones sueltas: el lunes en Clásica y Moderna y el viernes en la Feria del Libro.

“Voy a hacer una mezcla, porque Tangoizueta (su vigesimoprimer disco) lo voy a editar recién en octubre”, anuncia. Tangoizueta es el fruto de un quinteto multicultural, pleno de milongas con sabor a Caribe y tangos jazzeros, cuyo fin -–según el autor– es “transitar el puente que une Costa Rica con Argentina con más frecuencia”. El guitarrista, cantante y director llama a su menjunje world music experimencanto y tangójazz –así, con acento en la o– y lo cristaliza con dos músicos argentinos (los hermanos Alejandro y Nicolás Guerschberg), dos costarricenses (Kin Rivera y Nelson Segura) y uno a medio camino: él. “Al principio estaba más ligado al folklore de proyección, renovado. Pero mis discos nunca son iguales: algunos suenan a nueva canción latinoamericana, otros a salsa, rock o tango. ¡Hasta grabé uno de rock sinfónico!, Siglo, que es uno de los que menos vendí en mi vida, pero de los que más me gustan. Está más cerca de Pink Floyd que de Atahualpa Yupanqui.”

Hasta el éxodo, además de su militancia en el peronismo revolucionario, Goizueta había estudiado armonía del siglo XVIII con Sebastián Piana y cine en la Escuela de Avellaneda. Había dado clases de guitarra –mucho– y tocado el bajo en un grupo de rock de segunda línea a fines de los sesenta: Aspirina. “Con Aspirina ganamos el primer concurso de rock–beat en Argentina y grabamos un disco para EMI. Tocábamos en festivales en los que caía en cana la mitad de la gente”, evoca. “Pero lo más importante fue estudiar cine, porque en mi estética hay mucha imagen y me sirvió para ponerle música a las películas de todos mis compañeros. Además, hice mis experiencias propias y eso me abrió todo un campo: teatro, danza... llegué a producir la música de 40 espectáculos por año. Una cosa insólita.” Goizueta llegó al país acompañado por el productor de Abril en Managua, el holandés Hans Langenberg. “El fue un gran nexo cultural, porque fue uno de los europeos que se interesó por todo lo que estaba pasando en Latinoamérica. Gracias a él, Abril en Managua se editó en Alemania, Italia, Grecia, Holanda, en un montón de países. Debe ser uno de los discos más pirateados del mundo (risas). Hans se queja de eso, pero yo le digo ‘qué te importa... lo importante es lo que generó’.”

La piratería parece importarle poco a Goizueta. Prioriza su “valor” social. Sus efectos. Algunas de las canciones que tocará en Argentina –“Compañera”, por caso– forman parte de un disco que editó en 1983: Desde la cárcel. Son poemas anónimos que los presos políticos argentinos escribían lejos del sol y entregaban a alguien para que los difundiera. Muchos cayeron en sus manos y su función fue musicalizarlos, adaptarles la métrica para transformarlos en canción. “Me enteré de que lo han pirateado militantes de H.I.J.O.S y me encantó”, dice sobre este incunable que editó allá lejos en el tiempo el sello Todas Las Voces. “Me tranquiliza el hecho de que, pese a mi ausencia, siempre me mantuve cerca de Argentina. Trabajé mucho en los comités de solidaridad que estaban esparcidos por el mundo. Ahora pienso reforzar ese lazo”, epiloga.

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“Mi historia es como la de tantos otros... mi vida pegaba en el palo”, recuerda hoy Goizueta.
 
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