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Jueves, 29 de noviembre de 2007

MUSICA › MANU CHAO, LA INSPIRACION, LAS PASIONES, EL PODER DE LA MUSICA

“No me interesa la perfección”

El músico francoespañol agradece que la fama de sus canciones no se tradujo en la imposibilidad de transitar la calle. A la luz de La Radiolina, el ex Mano Negra hace algo parecido a un balance: “A mis 46 años, más o menos sé quién soy. Y sé que no voy a cambiar radicalmente, que nunca seré Maradona o cualquier otro. Me he acostumbrado a mí”.

 Por Javier Rombouts

Dice que, por suerte, todavía no tiene la calle prohibida, que está acostumbrado a que no lo reconozcan. Y, cuando lo dice, no parece parte de un discurso demagógico. Simplemente es así. Todavía Manu Chao puede tomar un café en cualquier bar y pasar inadvertido. Incluso, puede subir a un escenario y no ser reconocido de inmediato. Eso, al menos, le ocurrió el lunes, cuando participó de dos canciones en el recital que Los Piojos dieron en el Luna Park. Muchos dudaban, de que fuese él. Para colmo, Andrés Ciro recién lo anunció al final. Y eso, lejos estuvo de molestarlo. Por el contrario, volvió a sentir que la calle le sigue perteneciendo. “Me gustó que no me anunciaran primero, que me dejaran cantar y después dijeran que era yo. Estoy súper acostumbrado a que la gente no me reconozca enseguida.

Muchas veces me pasa que tengo cita con una persona y estoy en el bar esperando, mientras esa persona también está en el bar esperando y no me reconoce. Y, la verdad, me gusta. Eso me da aire, me da calle. Porque si yo no tengo la calle, cómo escribo una puta canción. Si no puedo observar, estoy perdido para escribir”, dice recién llegado a Buenos Aires, pocas horas después de participar del primero de los recitales de Los Piojos.

–¿Le molesta ser observado?

–Nunca fue algo violento, está bien por ahora. Lo que no está bueno es cuando la banda se la pasa pipas por ahí, tomando cervezas, y yo estoy tres horas firmando autógrafos. Todo bien con la gente, me encanta, pero pasame una cerveza.

–¿Le costó aceptar que era una persona pública?

–Para mí no fue algo a lo que estuviera acostumbrado. La verdad, hasta que llegó cierto grado de fama, yo nunca había sido el centro de atención de las fiestas. Era un chico que estaba en la periferia, un observador. Era de los que miraban a las estrellas de la fiesta. Desde ahí escribía mis canciones. Ahora mi vida es un poquito más complicada porque, cuando me reconocen, ya no soy un observador, soy un observado.

–Una de las figuras que se reiteran en su obra es la de Diego Maradona. Escribió “Santa Maradona”, en la época de Mano Negra, y en su nuevo disco, La Radiolina, la canción que se llama “La vida tómbola”.

–Es que Maradona es un destino fascinante.

–En “La vida tómbola” dice: “Si yo fuera Maradona, viviría como él”. ¿Cuándo llegó a esa conclusión?

–Cuando lo conocí. Lo vi por primera vez a Diego en Nápoles, cuando le fui a mostrar una cancioncita para incluirla en el proyecto que Emir Kusturica está haciendo sobre su vida. Emir quería poner “Santa Maradona”, pero le dije que para mí esa canción no significaba ningún riesgo. Por eso iba a mostrarle a Diego el tema “Mala fama”. Pero cuando estuve en Nápoles con él, durante todo un día, me di cuenta de que vivir como Maradona supone una adrenalina única, es taquicárdico. Y estando ahí, la primera sensación que tuve fue decirme: “No debe ser nada fácil ser Diego Maradona”. Y la segunda fue preguntarme: “Si yo estuviera en su lugar, ¿cómo actuaría? ¿Cómo respondería a semejante presión? ¿Qué errores haría más o menos? La verdad, debe ser muy difícil ser Diego. Por eso, viviría como él eligió vivir.

–Y ser Manu Chao, ¿es difícil?

–Es mucho más fácil que ser Diego. Nada es comparable a la presión que soporta Maradona. Eso es otra cosa.

–¿Le gustaría poder cambiar su destino? ¿Ser un Manu Chao distinto al que es ahora?

–Claro que me gustaría ser otros Manu Chao. Me gustaría trabajar la tierra, tener una casita en el campo, cultivar tomates. No estaría nada mal. No sé si me acostumbraría a eso. Pero la gente que hace eso me encanta. Creo que ésa es la verdadera revolución, tener tu propio huerto. Ahí no vas a la tienda a comprar. Estás afuera de esta economía de mierda. Eso sí que es tocarle los huevos al sistema. Es una opción de vida súper políticamente digna.

–¿Está conforme con el Manu Chao que es hoy?

–Estoy conforme. Me siento más conforme hoy que años atrás. Lo que pasa es que en la adolescencia, a los 18, a los 20 años, no sabés quién sos. Querés ser una cosa y a los pocos minutos querés ser otra. Es una época de muchas angustias, muchos quiero y no puedo, muchos fantasmas sobre cómo es el mundo. A mis 46 años, más o menos sé quién soy. Y sé que no voy a cambiar radicalmente, que nunca seré Maradona o cualquier otro. Es que ya me he acostumbrado a mí. Sé quien soy. Conozco mis límites, sé qué cosas puedo hacer y qué cosas no puedo hacer. Y a partir de eso, la realidad se aguanta mejor.

El tema de la profesión, del trabajo, de la chance de elegir cambiar de rumbo, volverán una y otra vez. Como si sus últimos discos –La Radiolina y el que editó sólo en Francia, Sibérie m’etait contéee– hubieran servido de disparador a la hora de reflexionar sobre el futuro. O tal vez hayan sido los seis años que mediaron entre estos trabajos y su anterior Próxima estación: Esperanza los que propiciaron un espacio para imaginar diferentes opciones, distintos ámbitos. O quizás sea su no método a la hora de trabajar una canción, su bohemia marca registrada.

“No trabajo de una manera determinada mis canciones. Es difícil que termine un tema de una sola vez. Muy pocas veces me salen las canciones de un tirón. De este disco, la única que me salió así fue ‘Me llaman calle’. Y la hice en Madrid, en la casa del director Fernando León, viendo su película Princesas. Fernando me llamó para colaborar en la película y fui directo porque soy súper fan de su cine”, asegura.

–¿Se puede trabajar sin plan? ¿No le da cierto vértigo no saber qué va a pasar mañana?

–No, porque si mañana ya no estoy inspirado, puede ser un poco triste a nivel musical, pero a mí me abre muchas puertas a cosas que puedo hacer en la vida y que todavía no hice por culpa de la música. No me siento pendiente de estar inspirado y de sacar algo. Yo sé perfectamente que ese grifo un día se va a cerrar.

–¿Por qué sabe perfectamente que un día ese grifo se va a cerrar?

–Porque puede pasar. Digamos, no lo sé perfectamente pero estoy preparado a que un día se cierre. La inspiración no se puede controlar. De cualquier modo, en estos últimos tiempos me siento más inspirado que nunca. Y lo mejor es que ya sé encauzar mi inspiración, tengo más años y más tablas. Cuando llega, sé tratarla bien, tengo mis técnicas; sé qué debo hacer con ella. Antes era más empírico, me esforzaba para terminar una canción. Ahora nunca fuerzo: si la siguiente frase es forzada, dejo. No hay que forzar un texto porque, si nunca sale, tampoco cambia nada en el mundo. Dos temas de este disco son un ejemplo de esto: “The bleedin’ clown” la escribí hace 20 años. “Y ahora qué?”, en mayo de este año.

–Recién decía que había dejado una serie de cosas por la música. ¿La música quita cosas?

–La pasión quita cosas. Si estás apasionado, la pasión te absorbe por completo. La pasión no está muy lejos de la obsesión. Estás ahí dentro y no podés salir. Es fea la palabra, pero la pasión es algo dictatorial. No deja tiempo para otras cosas. Y pasiones hay varias, como hay muchas mujeres.

–Pero usted dijo que si la música lo dejara, podría hacer otras cosas. ¿A qué cosas se refería?

–A muchas cosas. Hace unos años, comencé a filmar con mi camarita. Y empecé a ver todas las cosas como si fueran planos de una filmación. Esa pasión la corté porque me daba cuenta de que me alejaba mucho de la música. Entraba a una cantina, tomaba la guitarra y me daba cuenta de que me había olvidado las letras. Y esa pasión por editar, por hacer películas y pensar en imágenes, de algún modo, la autocensuré para regresar a la música.

–¿Por qué?

–Porque, en verdad, no se puede estar en todas. Y si querés estar pilas en un escenario, tenés que estar cantando todos los días. Se trata de un entrenamiento. Otra de las razones tiene que ver con lo que hablábamos antes: observar detrás de la cámara tiene sentido si no te observan. Pero cuando estás con la cámara y tenés un grupo de gente observándote cómo filmás, se vuelve una especie de absurdo. Ya no trabajo a gusto.

Manu Chao sigue enumerando caminos que tomaría si se truncara el musical. Hasta que se detiene en uno especial, inesperado. “La medicina me encanta, me gustaría ser quiropráctico. Eso sí que me apasiona. Y he ido aprendiendo empíricamente, pero llegué a un momento que tengo que estudiar porque hay partes que sé curar, pero hay otras partes de la columna vertebral que no me animo a tocar porque son muy delicadas. Para eso tengo que estudiar. Espero tener tiempo para hacerlo. Por ahora la música no me lo permite porque no puedo estar tres años en un mismo lugar, sin moverme y estudiando”, dice.

–A primera vista, la pasión por la música y el cine y la pasión por la quiropraxia no parecen pasiones muy compatibles.

–Cuando te llega una pasión, no tenés mucho poder de decisión. Sin embargo, si se mira bien tiene sus puntos de encuentro. Cuando salís de un concierto o de un bar y ves esa alegría en la gente, en sus ojos, sin que te digan nada, ves que le diste algo bueno a esas personas. Y cuando llegás a un estudio de grabación y ves al técnico de sonido todo encorvado y le ayudás a restablecer su columna vertebral, el agradecimiento también es muy bonito. Cuando aliviás a alguien en el cuerpo también es muy bonito. La música, en todo caso, alivia el alma. Pero cuando tocás algo físico, cuando mejoras a uno que está medio jodido, a alguien que no sabe por qué está tan cansado y lo pones fresquito, es bien lindo. Me encanta levantar columnas, poner la gente a gusto. Lo mismo trato de hacer con la música.

–¿Le gustaría ser una especie de sanador?

–Claro. Me gustaría acabar de vejete como un sanador. Es una meta que me encantaría. No sé si acabaré así. Pero es lindo imaginarse con 60 o 70 años y que me vengan a ver para arreglar los males del cuerpo y el espíritu. Sería una meta que me gustaría.

–Su música, sin embargo, muchas veces provoca, crispa. ¿Cómo se lleva eso con sanar?

–No sé analizar mi música. Hay tanta gente hablando de mi música y diciendo cosas tan distintas de las mismas canciones, que no sé nada sobre el asunto. Hay gente que me asegura que canciones como “La despedida” le hicieron bien.

–Hablando de destinos distintos, en su último disco parece probar otros rumbos. Hizo un disco como Sibérie m’etait contéee que es muy francés y La Radiolina, que también se aleja de sus dos primeros discos solistas. ¿A qué se deben estos cambios?

–No creo que sean cambios. En todo caso, se trata de otras facetas mías, nada más. Es cierto que Sibérie m’etait contéee es súper parisino, pero yo viví 25 años en París. Es algo que tengo adentro, sé de lo que hablo. Incluso, aunque rechace la ciudad y ya no quiera vivir ahí, reconozco que forma parte de mi realidad. Esos inviernos parisinos, esa Siberia parisina, la llevo adentro.

–Además Sibérie... tiene mucho de la nueva canción francesa.

–Sí, yo vengo del rock pero viví en París, monté mis primeras bandas ahí, en las afueras de la ciudad. En esa época cantábamos en inglés porque cantar rock en francés no nos funcionaba. Empecé a escribir en francés cuando descubrí a Edith Piaf, a Jacques Brel, esa canción realista que para mí fue el verdadero rock francés. Piaf es una rockera. Brel sobre el escenario es enorme. En el disco era música de mi papá pero sobre el escenario era un punky con letras buenas. Y ahí sí saqué la pluma y al ataque. Me dieron ganas. Y Sibérie... es un poco de todo eso.

–La Radiolina supone un regreso a los instrumentos enchufados, más cerca de Mano Negra que con sus dos discos solistas. ¿Eso fue buscado o sólo ocurrió?

–A mí me influye mucho el entorno a la hora de grabar. Y en estos tres últimos años el entorno fue la banda. Tenerlo a Madji Fahem, a David Bourguignon, que vienen de un sonido duro, hizo que todo fluyera de modo natural. “Rainin’ in Paradise”, que salió súper duro, era un reggae que canto desde 2001. Pero al juntarme con la banda empezamos a enchufar instrumentos y se endureció. Le metimos una capa de dureza como a veinte canciones.

–A pesar de no planear demasiado, ¿tiene en carpeta un disco de rumba?

–Sí, Lo peor de la rumba. Esas canciones solemos cantarlas en los bares y las tenemos muy bien llevadas. Algunas ya las puse en Radiolina, como “Me llaman calle” o “La vida tómbola”. Pero no importa porque, como no está planeado, cuando saque el disco de rumba quizás las incorpore. Y entonces no faltaran los que digan que otra vez Manu Chao se está repitiendo. Pero bueno, es así mi carrera.

–Su entorno influyó en el sonido del disco. ¿Es muy permeable a los otros o no se sale de su idea?

–Es que no tengo una idea, me dejo llevar. Entonces, quien visita mi casa puede ser una influencia. Este creo que es el disco donde tengo más músicos profesionales. No me gusta estar grabando solo. En el cuarto que estoy grabando siempre pasan cosas. Hay algunos que son músicos y otros que nunca cantaron en su vida y de pronto se encuentran en un disco, como Flor, que canta en “A cosa”.

–Se lo preguntaba porque usted tiene una postura en lo político y social, en la que no es permeable y no parece ser fácilmente influenciable, mientras que por lo que dice en lo musical parece el opuesto. ¿Cómo hace para manejar esos dos polos?

–Es cierto. Trato de ser coherente en lo político y social, lo intento. Y en lo musical me dejo llevar. Pero cuidado porque sé perfectamente lo que va a ser bueno. Sé qué va a servir al segundo de escucharlo. Y esto puede ser complicado con los músicos profesionales porque quieren hacer veinte tomas hasta que salga genial. Yo a la tercera ya sé cuál toma me sirve. Después de ahí, me aburro, tío.

–¿No se trata de buscar la perfección?

–No, definitivamente la perfección no me interesa. Es una cuestión de frescura. Yo tengo como técnica de grabación tres tomas.

–¿Y cuando le toca a usted? ¿También se conforma con tres tomas?

–Bueno, lo más difícil es aplicarlo a uno mismo. Porque uno tiene el mismo defecto que el resto de los músicos y quiere hacer la toma perfecta. Entonces, si estoy solo, después de las tres tomas me fijo que no haya nadie y hago una más.

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