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Jueves, 25 de abril de 2013

LITERATURA › A LOS 93 AñOS, MURIó AYER EL ESCRITOR JUAN JOSé MANAUTA

Un radiógrafo de la realidad argentina

El narrador entrerriano, autor de Las tierras blancas –que fue llevada al cine por Hugo del Carril en 1959–, nunca figuró entre los best-seller, pero cosechó el reconocimiento de sus pares. Fue un ferviente comunista, tanto es así que reconocía a Gorki como su maestro.

 Por Silvina Friera

La repetición es la esencia de la existencia: el sol sale todos los días y por la noche vuelve a ponerse. Nacimiento y muerte. Un narrador gigante, invisibilizado por el mercado editorial, puso el oído en la tierra –en esos rancheríos donde los únicos sustantivos que aplican son la pobreza, la miseria y la necesidad– para escuchar el galope en la sangre. Gualeguay, su pago natal, llora. Buenos Aires, ciudad donde vivió desde 1942, también. Juan José Manauta murió ayer a los 93 años. Un escritor nunca es sólo un estribillo. Pero a veces la mente almacena un puñado de palabras invariables, adheridas para siempre en los pliegues más íntimos de la memoria. Entonces regresa la voz de Odiseo, uno de los protagonistas de la novela Las tierras blancas. “Y otra vez el hambre. Otra vez el hambre, y es como decir: otra vez la mañana, el atardecer, el mediodía. Otra vez la primavera. Otra vez el hambre, como si dijésemos: otra vez las nubes andan hacia el crepúsculo. El hambre, el hambre-día, el hambre-estación, el hambre brisa-del-Sur que lleva las nubes hacia el horizonte.” Y otra vez la muerte, querido Manauta, “vieja y maternal, asesina, jugosa y obediente”.

Manauta nació el 14 de diciembre de 1919, en Gualeguay; fue el mayor de seis hermanos, el niño mimado de la familia. Su madre era directora de una escuela de alfabetización. “Todos los días tenía en mi casa treinta o cuarenta chicos a la mañana y otro tanto a la tarde con los cuales convivía. Eran chicos de las tierras blancas, del suburbio, a los que había que darles de comer”, recordaba el escritor esa infancia que definía como feliz. Después de recibirse de maestro en la Escuela Normal de Gualeguay, en 1938 rumbeó hacia La Plata para estudiar Letras. Antes, el poeta Juan L. Ortiz habló con el padre de Manauta para convencerlo de que lo dejaran ir a “la mejor facultad del mundo”. “¿Cómo se va a ganar la vida este chico?”, se preguntaban los padres. El “chico” que egresó como Profesor en Letras, pero nunca ejerció la docencia, se afilió al Partido Comunista, trabajó como vendedor de libros para la editorial Signos, en una imprenta, en un aserradero, fue tipógrafo, corredor de seguros, peón en un astillero del Tigre, corrector de pruebas, redactor en el diario La Hora del Partido Comunista y en la revista Novedades de la Unión Soviética y editor de la revista Hoy en la cultura.

Como muchos viejos militantes, se fue alejando del PC en la década del 60. “El partido se había convertido en una federación de tontos, de sectarios que adherían incondicionalmente a la Unión Soviética, que fue una falsificación, una negación del marxismo. Muchos de nosotros no podíamos romper con el marxismo porque éramos marxistas por convicción. Nos sentimos muy mal, nos quedamos sin partido, aunque el partido existía y tenía su local. Nos quedamos en el aire. Fue una experiencia fea que nunca me animé a encarar literariamente porque convertirme en un apóstata no me atraía. Además, uno escribe mejor con el recuerdo que con la confrontación inmediata de las cosas. Yo creo que el recuerdo mejora las cosas”, aseguraba Manauta. Un tío anarquista pronunció el nombre de Máximo Gorki y al adolescente de Gualeguay le gustó tanto la musicalidad –le pareció un verso latino– que fue hasta la biblioteca a preguntar si había algún libro de ese autor. La madre fue el primer libro que leyó “en serio”. Cuando terminó esa novela –se la devoró en dos días–, dijo: “Yo quiero escribir como este tipo”. Manauta reconocía a Gorki como un maestro. Fue gracias al autor ruso que le perdió el miedo a la pobreza. “Yo vivía entre pobres. Los chicos que venían a la escuela eran todos pobres, algunos indigentes. He convivido con la pobreza, he estado metido en la pobreza, aunque mi familia no era pobre”, aclaraba.

En 1952 publicó Los aventados, novela que mereció una crítica “severísima” de Bernardo Verbitsky. “Me encontré con don Bernardo y le dije: ‘Vea, usted me dio con un caño, pero me parece que es justo, que usted tiene razón’ –admitía Manauta–. El me criticaba el esquematismo, el no haber cuidado el lenguaje, el hecho de haberme dejado llevar por la anécdota, que era tremenda, los campesinos desalojados de su tierra que arribaban a la ciudad y se encontraban con los problemas de la década del 50, dos familias en una misma pieza. Yo no atendí mucho al estilo, al cuidado del lenguaje. Esa crítica, aunque me dolió, me sirvió mucho. Cada vez que apretaba una tecla, me acordaba de Verbitsky.”

En su obra fundamental, el clásico Las tierras blancas, publicada en 1956, explora el drama del éxodo de los campesinos entrerrianos, cómo padecen el desarraigo de sus tierras, corridos por el latifundio y la miseria. Estructurada a partir del contrapunto narrativo entre una tercera persona, Odiseo, y una primera persona, su madre, durante un domingo de elecciones en esas tierras blancas, la novela es una “radiografía” del hambre que padecen esos seres desamparados que a veces sólo toman mate. Aunque algunos críticos le adosaron la etiqueta de faulkneriano, la estructura de la novela la tomó de John Dos Passos. “Siempre he tratado de exigirme la unidad de tiempo y de lugar, aunque no soy autor teatral –explicaba en una entrevista con Página/12 en 2008, cuando se reeditó la novela en la colección Los recobrados que dirige Abelardo Castillo–. Prefiero que la cosa se desarrolle en un día, en un lugar, y que el asunto tenga coherencia. Tenía que seguir el itinerario del chico, Odiseo, desde la mañana hasta la noche, cuando llega a la casa muerto. Ese día está engarzado con los recuerdos de su madre del pasado, el entorno, el marido. Ellos llegaron a ese lugar un domingo en que había elecciones y la novela de Odiseo y la madre también se desarrolla en un domingo electoral.”

Hugo del Carril filmó Las tierras blancas en 1959. ¿Cómo fue que un peronista hizo la película sobre un libro de un autor comunista? Manauta sacudía sus manazas y afirmaba que el cantante, actor, guionista y director de cine era “un peronista de izquierda, un hombre muy cercano al marxismo”. “El era del mejor peronismo, del peronismo proletario, de la clase baja. No nos llevábamos mal, no nos peleábamos. Era un hombre muy lúcido... y era peronista hasta por ahí nomás, porque el peronismo no lo trató muy bien, incluso hasta estuvo preso.” Al escritor no le gustó la versión fílmica. “Yo hice algunas objeciones porque la relación de la madre con el hijo estaba desvirtuada, no está reflejada en la película. El personaje de la madre en la película es casi inexistente, y en cambio tiene relevancia el personaje del padre, que en la novela no aparece. Hugo tomó la parte social, el problema político y social, pero no el psicológico.”

Tren Gaucho (1989), cortometraje que dirigió Gabriela David, está basado en un cuento del escritor entrerriano. “Hacia vos me lleva el grito/ litoral de mis hermanos/ celeste lino infinito/ flor de mi pago entrerriano.” Son los últimos versos de “Zamba del lino”, un poema de Manauta que la cantante Liliana Herrero grabó en 1998, incluido en el disco El tiempo quizás. En 2006 la editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (Eduner) publicó Cuentos completos, que reúne todos sus libros de relatos –Cuentos para la Dueña Dolorida (1961, Premio Fondo Nacional de las Artes); Los degolladores (1980), Disparos en la calle (1985, Premio Municipal), Colinas de octubre (1995, Premio Fray Mocho)–, además de inéditos, cartas, fotos y fotogramas de la película filmada por Del Carril. En agosto del año pasado, la UNER lo distinguió con el título de Doctor Honoris Causa.

“Yo fui escritor de sábado y domingo obligatoriamente, no había otra posibilidad. Nunca gané nada con la literatura, ni siquiera con la película; recibí algunos mangos por los derechos, pero por derechos de autor, miserias. Nadie vive de los derechos de autor, salvo los best sellers como Paulo Coelho”, comentaba el autor de las novelas Papá José (1958) y Mayo del ’69 (1995). Nunca buscó ser un narrador hermético. “Tal vez sin quererlo, la vanguardia va tan adelante que de pronto no se entiende. Por temor a ser hermético, quizá no fui vanguardista.” Se consideraba “mejor cuentista” que novelista. “En el cuento todo tiene que girar alrededor de un punto. El cuento es como una piedra que se cae en un estanque y hace círculos concéntricos; todo lo que se desarrolla está referido al impacto.” “Alejo”, por ejemplo, es un relato perfecto. ¿Cómo logra que la repetición sea un arma afiladísima, cuando se suele proclamar, no sin cierta razón, que un recurso demasiado utilizado se gasta rápidamente? Y ahí, en ese cuento, hay otra frase de Manauta para atesorar: “El río se lo lleva todo”.

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Juan José Manauta no provenía de una familia humilde, pero aprendió a convivir entre los pobres.
Imagen: Leandro Teysseire
 
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