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Miércoles, 21 de agosto de 2013

LITERATURA › ELMORE LEONARD FALLECIó AYER A LOS 87 AñOS

Una prosa desnuda, directo al hueso

El escritor y guionista norteamericano era un maestro de los diálogos y no creía en las descripciones o los largos párrafos llenos de palabras. Sus policías y criminales poblaron las 45 novelas que publicó, muchas de las cuales fueron llevadas al cine.

 Por Silvina Friera

Los genios literarios no abundan. Quizá sean una especie en extinción. Elmore Leonard, que murió ayer a los 87 años en su casa de Detroit, pertenece a esta especie. No son autores de cultos ni los “secretos mejores guardados”. El lenguaje se estrella con la simplificación más torpe. Pero tampoco conviene dramatizar la cuestión. Menos ante uno de los grandes maestros de la novela negra contemporánea. Basta que alguno de sus policías, asaltantes de bancos como el célebre Jack Foley –que cuenta en su haber más de doscientos robos–, contrabandistas, extorsionadores, estafadores y una variedad de gansters para alquilar balcones, entre otras criaturas que circulan por las 45 novelas que publicó –muchas de las cuales fueron llevadas al cine– abran la boca y se pongan a hablar para reconocer el sello Leonard: diálogos inolvidables en una prosa desnuda que va al grano o al hueso. Explicó su estilo en una guía de diez puntos publicada en The New York Times en 2001, citada por miles de admiradores en Twitter cuando se conoció la noticia de su muerte. Una de ellas quedará como emblema: “If it sounds like writing, rewrite it”. “Si suena a escritura, reescriba”. El autor de Perros callejeros, El blues de Misisipi, Rum punch –adaptada al cine por Quentin Tarantino–, Bandidos, Pronto y Cuba libre, por mencionar apenas un puñado de títulos, se definía como un escritor popular que escribía historias “en las que siempre aparece una pistola, se dispare o no, si bien suelo hacerlo”.

La capacidad de Leonard para describir los rincones perdidos de Estados Unidos es comparable a la que mostró John Steinbeck durante la Gran Depresión. La comparación puede incluir también a clásicos de la novela negra como James M. Cain, Jim Thompson o James Hadley Chase. Cuando el escritor trepó a las listas de los más vendidos, amplió el horizonte de lectores. La crítica, que suele mirar con supino recelo los best sellers, le extendió el certificado de gran maestro. Pero con los libros solamente no alcanza, parece. El cine haría el resto. Si Hollywood siempre llamó a la puerta de Leonard, los años ’90 fueron una suerte de época dorada. Directores como Tarantino o Steven Soderbergh convirtieron las adaptaciones de su obra en grandes éxitos internacionales. Sus novelas fueron material de películas como Jackie Brown, Un romance peligroso (basada en Out of Sight) y El nombre del juego (inspirada en Get Shorty) con John Travolta en el papel de Chili Palmer, un mafioso fascinado por el séptimo arte. Pronto empezaría el efecto imitación. El se burlaba del asunto para restarle importancia. “Mi editor me suele decir: ‘Elmore, maldita sea, hay más tipos copiándote el estilo que nunca. Incluso hay críticas que arrancan como escenas de tus novelas’. A mí no me parece lo mismo, la verdad, pero no sé qué pensar...”. El año pasado recibió el premio al conjunto de una obra literaria que concede en Estados Unidos la National Book Foundation, Distinguished Contribution to American Letters. Hasta ahora sólo Stephen King mereció este reconocimiento. Durante la entrega del premio, el novelista británico Martin Amis describió a Leonard como “un genio literario que escribe thrillers para releer”.

El genio literario le puso paños fríos al fervor de sus admiradores en varias entrevistas. “No pienso en mi obra en un sentido genérico, sino en cada uno de los libros que la conforman. A mí me gustan todos, todos –subrayaba sin distinción–. Cuando me topo con una crítica que señala ‘es su mejor obra en los últimos diez años’, yo me pregunto, ‘¿y qué pasa con la del año anterior?’”. El escritor y guionista estadounidense nació en Nueva Orleans en 1925. La literatura fue una vocación temprana para ese adolescente criado en Detroit. La obra y el mundo personal de Ernest Hemingway fueron la puerta de entrada, especialmente a través de Por quién doblan las campanas. “Solía abrirlo por la página que fuese antes de empezar a escribir –recordaba Leonard–. Lo leía como si fuese un western en España, con montañas, caballos y armas. Pero le faltaba sentido del humor.” Nunca se le ocurrió escribir sobre sus años en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial porque no tenía nada que contar. “Fui asignado al mantenimiento de una pista de aterrizaje en una pequeña isla de Nueva Guinea llamada Los Negros y luego a Filipinas. Resultó aburridísimo. Sólo recuerdo dos cosas: un desembarco sorpresa en una isla donde esperábamos encarar a los japoneses y no apareció un alma, y que el día que se firmó el armisticio nos regalaron dos cajas de cervezas.” Entre 1950 y 1961 trabajó en la agencia Campbell-Ewald de Detroit, una experiencia que consideraba que fue una “pérdida de tiempo”.

No fue redactando avisos publicitarios donde ensayó o depuró su estilo. Durante los años en que colaboró con el periódico The Detroit News, el escritor salía con frecuencia a patrullar con el Batallón Nº 7 o “Batallón Caliente”. El jefe del departamento de homicidios lo llamaba a la hora que fuera para que lo acompañara a visitar el escenario de los hechos, ver cómo entrevistaban a los testigos y recogían pruebas. Y frecuentaba la comisaría para que le despejaran dudas respecto de armamentos o para revisar el expediente de algún caso. También visitó prisiones y condujo un club de lectura en una cárcel de Tennessee. “Recibo cartas de gente encarcelada que me pregunta dónde cumplí condena o, incluso, si soy negro. Pero no tiene misterio: escucho a la gente hablar, uso mis contactos en la policía y en el hampa”, dijo en la presentación de uno de sus libros. Entre “los diez mandamientos” del escritor, publicados dentro de una magnífica serie de The New York Times en la que grandes autores daban consejos para escribir, Leonard destacó que el más importante es: “Si suena a escritura, reescriba”. Además, ponderaba otros dos: “Nunca empiece un relato hablando del tiempo” y “trate de dejar de lado la parte que los lectores tienden a saltarse”. Completaba esta idea interpelando a los lectores con esta recomendación: “Piense en lo que uno mismo se saltea al leer una novela: gruesos párrafos de prosa con muchas palabras”, escribió. “Apuesto a que usted no se saltea el diálogo”.

Las columnas vertebrales de todos sus libros son los diálogos. Su obsesión consistía en “captar el ritmo que genera el sonido de las palabras, sin poner nunca ‘él dijo/ella dijo’ y aún menos adverbios”. El lenguaje sofisticado era para Leonard una piedra en el zapato de la narración, una intromisión que él rechazaba de plano. Lo que vale, en primera y última instancia, es ser fiel a lo que al perfil de cada personaje en construcción le reclamaba. Y la erudición –se sabe, aunque no se practica– no reina en el mundo del hampa y sus adyacencias. Salvo, claro, honrosas excepciones. “Leía a Chandler, pero no aprendía nada porque con sus disquisiciones y su retórica rompía el fluir de la trama, eran distracciones y alardes de cara a demostrar lo listo que era. Yo, por el contrario, sacrifico todo lo que sea susceptible de sacarte de la trama”, argumentaba. En varias oportunidades comentó que su novela negra favorita es Los amigos de Eddie Coyle. “George V. Higgins ponía a hablar a sus personajes sin especificar el lugar donde se encontraban. Pensé que funcionaba muy bien. Además, empleaba palabras obscenas que yo incorporé a mis libros. Mi madre entonces me regañaba por las palabrotas y yo le respondía: ‘Pero, mamá, no las pronuncio yo, sino mis personajes’. Otro que me abrió los ojos fue Steinbeck al declarar que detestaba las descripciones dado que quería imaginarse qué aspecto y personalidad tenían los personajes por la manera en que hablaban”.

Sus malos suelen ser tipos memorables, como el alguacil Raylan Givens de Pronto y Riding the Rap, famoso por haberse convertido en el héroe de la serie de televisión Justified, estrenada hace tres años. Detroit, Florida y Texas fueron sus escenarios predilectos. El día perfecto o ideal para sus lectores en todo el mundo es volver sobre sus páginas, escuchar las voces de esos rufianes adorables y sentir una vez más el placer de aquello que parece imposible. Pero es cierto. Leonard es el último genio de la literatura americana.

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