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Miércoles, 26 de marzo de 2014

LITERATURA › EL ESCRITOR LUIS DUARTE Y SU NOTABLE LIBRO DE CUENTOS LA HERRADURA DE FREUD

“Es en la realidad donde late el absurdo”

Los relatos de Duarte van a la yugular de la condición humana. “En un cuento me gusta abrir un tajo, examinarlo, quedarme ahí un rato y después cerrarlo”, dice este “escritor tardío”, fanático de Osvaldo Soriano.

 Por Silvina Friera

El enigma de la ramita, desplegada sobre la mesa de un bar, destila el encanto de una pasión y sus fantasmas. El caballero de semblante reposado, el “bicho raro” de la familia, el cuentista que va a la yugular de la condición humana y rastrea el absurdo donde no siempre se lo quiere ver, exhibe ese modesto talismán que lo acompaña. Una vez por mes Luis Duarte visita la tumba de Osvaldo Soriano en el cementerio de la Chacarita. La última vez que estuvo reparó en esa ramita, tributo involuntario que dejó el viento sobre la lápida. No pudo evitar recogerla, acaso como una señal del destino. Desde entonces, no se desprende de la frágil ramita. “Yo lo leía mucho al Gordo, pero nunca llegué a conocerlo”, cuenta el autor de La herradura de Freud (Ediciones El Mono Armado), su primer libro de relatos, dieciséis cuentos unidos por voces que a veces se enfrentan al hastío de la existencia con ínfimas resistencias individuales por la vía de la imaginación. Voces que –también– saltan al vacío y son condenadas por la brutalidad del lenguaje policial. El “loca de mierda muerta” que lanza uno de los personajes –un policía, claro– queda rebotando como el eco de un golpe que duele. Voces que, desde la perspectiva infantil y en un claro homenaje a Julio Cortázar, descubren el viaje infinito por los laberintos de la lectura. “A veces me gustaría tener dos vidas para poder leer y escribir”, admite Duarte.

Aunque se levanta a las cinco de la mañana para poder escribir unas dos horas, Duarte no se queja. Trabaja como personal administrativo en la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires, pero hace seis años decidió ser escritor. De la elección al hecho de la publicación ha recorrido un camino, con más de cuarenta cuentos escritos, algunos pendientes del correspondiente pulido. “Llegué a la literatura casi de manera casual porque no tuve una educación que me fuera guiando. Un día entré a una librería y agarré Sobre héroes y tumbas sin saber de qué se trataba. Cuando leí ese libro, me di cuenta de que se podía llegar a las personas mediante las palabras”, recuerda el escritor a Página/12, encadenando pequeñas escenas a modo de relámpagos que iluminan zonas en penumbra. “Como lector de Cortázar y de Roberto Arlt, como degustador de la prosa de Soriano y de (Roberto) Fontanarrosa, fui armando un universo personal con algunos autores. Me gusta contar algo rápido y corto. Que el cuento sea como un tajo de la realidad. Me gusta abrir un tajo, examinarlo, quedarme ahí un rato y después cerrarlo.” La familia lo tipificaba como un “bicho raro”, abducido por imágenes y voces que de pronto lo habitan y lo impulsan a escribir. Ahora, con un libro publicado y otro en camino para este año –también de cuentos, probablemente titulado Fósforos gemelos–, el “raro” ha conquistado una parcela de reputación donde antes imperaba la incomprensión. “Yo escribía para mí en las servilletas de bares, pero no tenía una idea. Sabía que quería volcar algo, que había algo que hacía ruido y quería salir. Estudié periodismo y llegué a relatar fútbol. Una vez que lo conseguí, me preguntaba: ‘¿Y esto es todo?’ No me hallaba.”

A su hijo Juan Benjamín –que tiene seis años– le dedicó La herradura de Freud. “Desde los tres años que le hago recitar los nombres de diez escritores. Sé que es una locura esto que estoy contando. Yo quiero que tenga diez escritores en su mente. Hace poco leía que Paul Auster dice que cuando uno anda mal se puede aferrar a una palabra, a una frase, y salir a flote.” Juan Benjamín, cuando su padre se lo pide, menciona de memoria a Roberto Arlt, Osvaldo Soriano, Dostoievski, Tolstoi, Virginia Woolf, Ana María Shua, Luisa Valenzuela, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Julio Verne. “Cuando presenté el libro en la Biblioteca Nacional, mi hijo me dijo: ‘Papá, los escritores ya no son diez: son once’. Y empieza por el padre, por Luis Duarte. Que mi hijo me incluya en ese equipo me emociona. A pesar de que laburo con las palabras, no puedo poner en palabras lo que sentí en ese momento...” En esos segundos en que se impone el silencio, amasa una intimidad con la levadura de lo que se calla pero está flotando en el aire. “A veces me voy por las ramas. Soy medio pasional”, dice.

En la contratapa de La herradura de Freud, el escritor Diego Meret plantea que “la anécdota de Duarte se tensa y propone zonas de inmediata identificación con el lector”. “Tomado de un lenguaje matizado por el anacronismo propio de la experiencia, el autor da cuenta, entre otras cosas, de ciertos puntos de contacto, en general inadvertidos o sucedidos de modo subterráneo, en los que una o diversas existencias –y en ocasiones antagónicas– hallan su validación en el tiempo. La validación que justifica una historia. Todo eso, además, narrado con la precisión y velocidad necesarias como para no caer ni derrapar en ademanes de pretendida profundidad. Del primero al último cuento, se mantiene ese equilibrio”, agrega Meret. “Si quieren cambiar la historia, no interroguen al pasado, sólo imaginen un futuro sin malezas”, se lee en el primer relato que da título al libro. La frase pertenece al técnico anterior del Botinazo, un equipo que lleva cinco derrotas al hilo de local. La repite Cachenga, “el gran capitán, baluarte histórico de la institución”. Le suelen preguntar a Duarte si Cachenga no sería el equivalente a Juan Román Riquelme. El escritor responde que no. “Quise llevar a la ficción qué pasa cuando alguien está mucho tiempo en un lugar, es un ídolo y todo lo que hace está bien –explica–. En el cuento, los dirigentes contratan un psicólogo para intentar revertir la mala racha. El psicólogo le pregunta cosas disparatadas y Cachenga contesta cosas muy locas.”

“El oso de Julio” es una reescritura de “Discurso del oso” de Cortázar. “No sé si solapadamente hay una crítica social, pero me hubiera gustado, a la edad del personaje del cuento –que tiene ocho años–, tener esa chica de un puesto de diarios que lo guía en la lectura. Un chico que tiene una vida estándar con sus padres hasta que alguien le abre un mundo. Después uno suelta los pájaros, ¿no? Se deja ir”, subraya Duarte.

“Corrían los ochenta como podían, a la dictadura ya se le empezaban a notar los dientes amarillos, y el mal aliento persistía en la vida cotidiana.” Estas son las primeras líneas de uno de los relatos más “autobiográficos” de Duarte: “El Túnel Fútbol Club”. El narrador es el hijo del hombre que fundó un club al costado de Camino Negro, en Banfield, donde el escritor pasó su infancia y adolescencia. El partido final entre el Túnel y Torre Verde transcurre el 11 de diciembre de 1983, un día después de la asunción de Raúl Alfonsín. Duarte, que nació en enero de 1969, entonces tenía catorce años. “Muchos estábamos sumergidos en algo que desconocíamos por la edad que teníamos. Se palpaba cierta cosa en el aire de que algo no caminaba bien, pero ignorábamos mucho. Ignorar es como morir en gotas –advierte–. Tardé mucho tiempo en escribir ese cuento. Lo que ocurre es todo ficción, pero las camisetas, el tema de las rifas, de cómo los vecinos se juntaron para fundar un club y que los pibes puedan jugar, es cierto. A veces uno no sabe dilucidar qué es lo que vivió. ¿Qué es el pasado? Es lo que te acordás de lo que viviste; no tenés algo palpable para decir: ‘esto fue de determinada manera’. Hay recuerdos, destellos... Soy crítico con los adultos, con mis padres, con mis tíos, por la ignorancia en la que vivieron durante la dictadura. En la realidad, en un lugar escondido, late el absurdo. Y eso es lo que quiero contar: aquello que es más jodido de ver de la condición humana. Escribir es soltar los fantasmas internos.”

–¿Por qué aparece esta idea de los fantasmas internos y la escritura?

–No sabría decir con seguridad... Soy muy crítico de cómo nos manejamos, de cómo somos humanamente... Ojo, poniéndome en primer lugar, nunca saliéndome de ahí. Pensando que se puede hacer algo distinto, teniendo las herramientas, me da bronca que no se pueda hacer. Y eso va creando una especie de resistencia interna. Me daba cuenta de que por los lugares donde dejaba fluir estos fantasmas eran avenidas sin luces, avenidas con un montón de ruidos donde no me encontraba. Es el día de hoy que no me encuentro... Por eso creo que escribo y que siempre estoy como buscándome la cola.

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“A veces me gustaría tener dos vidas para poder leer y escribir”, admite Duarte.
Imagen: Rafael Yohai
 
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