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Sábado, 24 de enero de 2015

LITERATURA › MURIO AYER EL ESCRITOR Y ARTISTA PLASTICO PEDRO LEMEBEL

En los márgenes de la sociedad chilena

Autor de crónicas notables, irrumpió primero en la escena de la transición democrática al formar, junto a Francisco Casas, el colectivo artístico Las Yeguas del Apocalipsis. Fue un referente de la literatura homosexual de su país. Tenía 62 años y sufría de cáncer.

 Por Emilia Erbetta

Pedro Lemebel murió ayer a la madrugada. En el comunicado que anunció su muerte no hubo eufemismos: nada de “larga enfermedad” para nombrar al cáncer de laringe que lo apagó en la madrugada en una habitación de la Fundación Arturo López Pérez, en Santiago de Chile, donde estaba internado. El escritor y artista plástico tenía 62 años y se había despedido públicamente quince días antes, el 7 de enero, cuando sorprendió con su aparición en el Centro GAM (Gabriela Mistral), durante la apertura del Festival de Teatro Santiago a Mil. Ahí, Lemebel estuvo sin voz pero con sonrisa y fue ovacionado de pie.

“Desde los márgenes urbanos, Lemebel hizo propia la resistencia político-cultural, la crítica social y una férrea defensa de los derechos humanos. Desde su propia biografía homosexual, que reflejó en su obra, remeció las estructuras patriarcales y machistas de nuestra sociedad y su doble moral, que nunca pudieron acallar su inmensa voz.” Así describieron sus familiares y amigos la vida del escritor que nació como Pedro Segundo Mardones Lemebel, el 21 de noviembre de 1952. Lemebel creció a orillas del Zanjón de la Aguada, en una barriada de Santiago, junto a su madre, Violeta Elena Lemebel, y en 1970, a los 18 años, entró a la Universidad de Chile, de donde saldría con un título de profesor de Artes Plásticas. En 1983 ejerció como docente en dos liceos de Santiago, pero no duró demasiado.

Lo esperaban otros territorios: rondaban los ’80 y junto a Francisco Casas, Lemebel formó Las Yeguas del Apocalipsis, un colectivo artístico que irrumpía en distintos espacios públicos con performances plásticas, fotográficas y de video, con el cuerpo como soporte. Fueron una leyenda en la escena artística chilena de la transición democrática. Su primera presentación fue en diciembre de 1987, en la Feria del Libro de Santiago, celebrada en el Parque Forestal, donde los dos aparecieron enfundados en los colores de la bandera de Chile. Iban descalzos, tomados de la mano y arrastrando un velo negro en señal de luto. De esa caminata fundacional quedaron unas pocas fotos en blanco y negro. Años después, en una entrevista que dio a The Clinic, Lemebel explicaba: “Las Yeguas existieron en un contexto histórico donde había un baldío en el tema homosexual, era un discurso huérfano, un habla en extinción. Nos autonombrábamos como las últimas locas del fin del mundo”.

Hasta hoy, el registro fotográfico de esas fugaces y brutales apariciones se expone en el Museo Reina Sofía de España. La última performance fue en Cuba, en la VI Bienal de La Habana, en 1997. Ahí, después de hacer una aparición muy maquillados y con tacos altos, Lemebel y Casas desfilaron como si fueran dos divas. Simultáneamente se reproducía, junto al himno oficial de la Internacional Socialista, el Manifiesto (Hablo por mi diferencia) de Lemebel, uno de sus textos más famosos, en el que grita: “No soy Pasolini pidiendo explicaciones / No soy Ginsberg expulsado de Cuba / No soy un marica disfrazado de poeta / No necesito disfraz / Aquí está mi cara / Hablo por mi diferencia / Defiendo lo que soy / Y no soy tan raro / Me apesta la injusticia / Y sospecho de esta cueca democrática / Pero no me hable del proletariado / Porque ser pobre y maricón es peor / Hay que ser ácido para soportarlo / Es darle un rodeo a los machitos de la esquina / Es un padre que te odia / Porque al hijo se le dobla la patita / Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro / Envejecidas de limpieza / Acunándote de enfermo / Por malas costumbres / Por mala suerte...”.

Las escritoras feministas Pía Barrios, Raquel Olea y Diamela Eltit le abrieron las puertas de la jungla literaria. A los 26 años, su cuento “Porque el tiempo está cerca” ganó un premio en un concurso. También por esa época militó en el Partido Comunista chileno, pero el prejuicio que la izquierda guardaba contra los homosexuales lo alejó rápidamente. Lemebel seguiría transitando los márgenes de la sociedad chilena, ese subsuelo donde se hacinaba “el loquerío criollo”, acosado por el sida y por los palos policiales. De este mundo Lemebel fue cronista maldito. Su primera colección de crónicas, La esquina de mi corazón, se publicó en 1995. Loco afán: crónicas de sidario salió en 1996 y dos años después publicó Perlas y cicatrices. En 2003 publicó una nueva antología de crónicas, Zanjón de la Aguada, a la que le siguió Adiós mariquita linda, que reúne muchos de los textos que Lemebel escribió para la revista chilena The Clinic. En “Los diamantes son eternos”, que forma parte de Loco afán, decía: “En el gueto homosexual siempre se sabe quién es VIH positivo, los rumores corren rápido, las carteras que se abren de improviso, los papeles y remedios tirados por el suelo. (...) En uno de estos lugares, al calor delirante de la farra marucha, es fácil encontrar una loca positiva que acceda a contestar algunas preguntas sobre el tema, sin la mascarada cristiana de la entrevista televisiva, sin ese tono masculino que adoptan los enfermos frente a las cámaras, para no ser segregados doblemente”.

En 1999, Lemebel recibió la Beca Guggenheim para escribir una colección de relatos sobre la vida de los homosexuales en Chile y, “por su asertividad a la hora de exponer la complejidad de la sociedad chilena”, en 2013 ganó el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso. En 2011 publicó su única novela, Tengo miedo, torero, que fue traducida al inglés y al francés. En 2012 vieron la luz muchas de sus crónicas inéditas en el volumen Háblame de amores, donde Lemebel dedica algunas crónicas al movimiento estudiantil chileno, el conflicto mapuche y el arte contemporáneo. Sobre su oficio de cronista y a propósito de la publicación de Háblame de amores, en 2012 le dijo al diario chileno La Tercera: “Nada es contable un ciento por ciento. Mi crónica tiene una dosis de inventiva delirosa que la hace más literaria y protege el texto del periodismo soplón”.

Seis veces estuvo nominado al premio Altazor a las Artes Nacionales de Chile y en 2014 fue uno de los candidatos al Premio Nacional de Literatura, que finalmente ganó Antonio Skármeta. La proyección internacional de su obra llegó cuando Anagrama, la editorial española en la que publicaba su amigo Roberto Bolaño, publicó Loco afán, en el 2000.

El último día de 2014, Pedro Lemebel se despidió de sus “queridos amigos feisitos”. En el muro de su perfil de Facebook escribió una carta que era, todos los sabían, una despedida. Sobre el final, decía: “Falta gente, faltan amigos, faltan mis desaparecidos, que torpemente casi dejo afuera de esta lista. El reloj sigue girando hacia un florido y cálido futuro. No alcancé a escribir todo lo que quisiera haber escrito, pero se imaginarán, lectores míos, qué cosas faltaron, qué escupos, qué besos, qué canciones no pude cantar. El maldito cáncer me robó la voz (aunque tampoco era tan afinado que digamos). Los beso a todos, a quienes compartieron conmigo en alguna turbia noche. Nos vemos, donde sea”.

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Lemebel se sentía cómodo en los lugares de Santiago donde se hacinaba “el loquerío criollo”.
Imagen: EFE
 
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