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Viernes, 29 de diciembre de 2006

LITERATURA › ENTREVISTA A RICARDO COLER

“Aquí y allá se paga un precio alto por haber sido una diosa”

El escritor y director de La mujer de mi vida habla de Ser una diosa, un libro en el que relata la vida de las Kumari nepalíes.

 Por Angel Berlanga

“A un occidental le cuesta aceptar que adoren al pene, símbolo de creación y vida. Me imagino que mucho más a un nepalí entender la devoción a la cruz, sistema de tortura romano del año cero.” Ricardo Coler anota esto en Ser una diosa, el libro que acaba de publicar, luego de contar cómo una viejita, cartera en brazo, se acercaba hasta la punta de un pito gigante de Shiva, le daba un beso y seguía su camino. La escena fue registrada en Bhaktapur, Nepal; ahí está el templo de la diosa hindú Taleju, divinidad de tres cabezas, diez brazos y un cinturón de calaveras. De acuerdo con la tradición, Taleju encarna en una niña de dos o tres años, que mantendrá su condición sagrada hasta que su cuerpo vierta sangre: si los cuidados impidieron que se raspe una rodilla mientras juega o que se haga un corte en el dedo al pelar una manzana, esto ocurre cuando su primera menstruación. Tres meses atrás, Coler hizo el último de sus cuatro viajes a ese país, uno de los más pobres del mundo, y anduvo por Katmandú, Patán y otras ciudades para contar acerca de las Kumari y de las que alguna vez lo fueron, del culto y adoración de esa creencia religiosa en la que confía el 80 por ciento de la población. Pero, también, o acaso sobre todo, y como ocurrió con su libro anterior, El reino de las mujeres, acerca del matriarcado de las Mosuo en China, con sus relatos de viaje Coler busca socavar algunos sobrentendidos de la sociedad occidental que se pretenden como verdades demasiado absolutas.

Este escritor y médico, director de la revista La mujer de mi vida, se las arregla para hacer que las historias por momentos parezcan increíbles; “esto se lo inventó”, puede pensarse cuando observa una Barbie al lado de la diosa Tenila, diez años. El jura que es cierto. A la hora de componer un relato, Coler maneja con destreza climas, humor e “incorrección sociopolítica”: “Hay mucho verso en la antropología”, dice (para tirria de los antropólogos que, asegura, más de una vez lo reputearon). En Patán consiguió el milagro de entrevistar a una diosa y en Katmandú a varias ex; así supo, por ejemplo, que el ritual para la reelección divina, que según la tradición consiste en ver qué nena aguanta mejor a solas toda una noche en una habitación iluminada con unas velas colocadas en las cabezas de 108 búfalos degollados, no es tan así: “Son apenas tres o cuatro cabezas –le dijo una ex diosa de 25 años–. Cada nena va acompañada por un familiar y está allí apenas diez minutos”. “En el último viaje asistí al festival, el único día al año en el que la diosa sale a la calle –cuenta Coler–. El culto es multitudinario, realmente me impresionó. Y es Dios. Salvando las distancias, es como haber estado en la época bíblica, como cuando Jesús tuvo una dirección en Nazareth. Hubo un momento en el que fue posible verlo. Bueno, esta nena representa a un dios único, con sacerdote, milagros, creyentes, todo.”

–Por lo que cuenta, cuando preguntaba acerca de la sabiduría o el poder de la diosa, en general se disgustaban. ¿Será que les molestaba hablar con usted?

–Ocurre lo siguiente: si antes alguien escuchaba la palabra de dios era un profeta, pero si la escucha hoy es un psicótico. No sé si antes los dioses engañaban a la gente, si eran una especie de perversitos que andaban por ahí; creo que no, porque era una época en la que no existía la ciencia, la tierra era plana, las relaciones entre los hombres eran diferentes, el pensamiento funcionaba de otra manera. Yo estoy seguro de que estuve con dios. Lo que pasa es que hoy por hoy estar con dios es una experiencia menor. No es lo mismo que dos mil años atrás, cuando existía esa manera mágica de pensar.

–Estar con dios no lo convirtió en creyente, en todo caso.

–La idea de dios operó y opera en la actualidad, seamos o no creyentes. La idea del bien y el mal, por ejemplo, o la idea de las consecuencias y el castigo tienen que ver con la religión. O la idea de la creación; en la cotidianeidad, todos pensamos que el universo fue creado, no pensamos en términos infinitos, o eternos. Insisto: pienso que asistí a algo similar a lo ocurrido hace dos mil años. Cuando uno habla con los eruditos la cosa es diferente: los tipos hacen filosofía y explican las cosas de una manera que no tiene nada que ver con lo que en realidad ocurre. En el libro remarco mucho que lo cierto es que, sea de la religión que sea, por alguna razón, dios no volvió a la Tierra. Por qué. Eso no se explica en ningún lado. Todo lo que se dice sobre dios son lucubraciones de los hombres, interpretaciones de lo que quiso decir. Antes venía mucho, tenía como un trato personalizado.

–¿Fue creyente en algún momento?

–Cuando era muy chico, por poco tiempo. Soy absolutamente agnóstico. Tengo una respuesta preparada: “Creen los que nunca estuvieron con dios”. Es ridículo lo que voy a decir, pero mi posición es casi equiparable a la de un personaje bíblico, a alguno que fue testigo de los hechos.

–Podría poner en su tarjetita personal: “Ricardo Coler / Testigo bíblico”.

–¡Sí! Contado así es una experiencia menor; bueno, es eso. El día del festival, qué locura: el rey, el ejército, los fanáticos. Y haber estado en contacto con la diosa fue nada. No pasa nada. Pero hay que tener cuidado cuando uno lo dice, porque dios sirve para muchas cosas. Tiene un efecto de mucha calma y de explicación. Es como cuando a un chico le das algo que lo tranquiliza y lo gratifica. Sacáselo y mirá lo que queda.

–¿Tuvo que ser cuidadoso al momento de escribir?

–Tuve cuidados, aunque en general no es mi estilo jorobar. Y además la diosa es una excusa para hablar de nosotros. Para ellos nosotros estamos de la nuca: creemos en la resurrección de los muertos, les cortamos el pene a nuestros hijos. Somos una religión primitiva. Estamos locos. Y además tenemos un dios que no vimos nunca. Es un problema que ellos no tienen.

–¿Existe la “corrección antropológica”, así como existe la corrección política?

–La semana pasada me enteré de un caso típico. Una tribu de aborígenes con dificultades, que vive en la selva misionera, quería celulares y una casilla de Internet. Pero un grupo de antropólogos se opone fervientemente “para que no dejen de ser indígenas”. Bueno, esa es una típica posición de antropólogo que quiere tener un zoológico. Es muy probable que el indígena deje de serlo, pero no es un delfín al que hay que preservar “naturalmente”. Eso es mirar desde el lado del blanco. Ahí se produce una tensión interesante que tiene que ver con la corrección.

–Así que las diosas lo pasan mal.

–La pasan como el culo cuando son diosas y también cuando dejan de serlo. Imaginate una piba a la que nunca se le pone un límite: piensa que el mundo gira alrededor de ella. La mina se siente una diosa de verdad, vive adulada por todo el mundo. No puede entrar en una relación normal con la gente. Además está encerrada, puede salir apenas una vez al año. Le hacen creer que tiene poderes. Eso hasta la primera menstruación: ahí empieza otra cosa. Muchas terminan locas. En eso encuentro un paralelo con las minas que acá han sido muy bonitas y al llegar a determinada edad dejan de serlo y terminan siendo patéticas. Hay otras que tratan de integrarse a la vida normal, pero les queda un déficit, un retraso madurativo y de aprendizaje, consecuencia de sus años de diosa. Y otras, las menos, consiguen insertarse. Con dificultades. Se paga un precio alto, aquí y allá, por haber sido una diosa.

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Con sus relatos de viaje, Coler busca socavar algunos sobrentendidos de la sociedad occidental.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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