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Viernes, 1 de junio de 2007

LITERATURA › MARTIN MURPHY, AUTOR DE “EL ENCIERRO DE OJEDA”

La mente de un oficinista

El ganador del Premio Juan Rulfo 2004 acaba de publicar en Adriana Hidalgo la novela de un hombre del montón, “ni un personaje que brilla ni un gran héroe”, dice.

 Por Silvina Friera

Un ascenso laboral hunde a un hombre abúlico, que trabaja en una empresa contable, en un aislamiento inexorable. Tal vez por considerarse esencialmente un optimista, el protagonista piensa que tarde o temprano su malestar se solucionará. Pero el trato con quienes fueron sus colegas se torna vez más conflictivo, la angustia crece, sufre un ataque de pánico y padece un derrotero sin fin: un tratamiento psiquiátrico, la pérdida del trabajo, el silencio de su mujer y el posterior abandono. Los vínculos con los seres humanos se desmoronan, pero él parece dispuesto a aceptar la locura sin oponer resistencia. Y aunque al principio cree que la respuesta a sus problemas está en los números –se pasa horas tirado en el sillón del living haciendo cuentas con el bloc de hojas y la lapicera en la mano–, pronto asiste a otra revelación: las posibilidades infinitas que le abren las palabras, la escritura de un recuerdo de infancia o la descripción del vuelo de una mosca.

“Nunca les había prestado atención a las palabras. Para él eran algo dado, como los microbios, algo que no influía en su vida. El mismo vocablo palabra le llamaba la atención, sonaba raro, como si lo pronunciara en un idioma que entendía, pero que no era el suyo”, señala el narrador de El encierro de Ojeda (Adriana Hidalgo), de Martín Murphy, Premio de Novela Breve Juan Rulfo 2004, otorgado por un jurado integrado por Juan José Saer, Javier Cercas y Jorge Volpi, entre otros.

Murphy cuenta en la entrevista con Página/12 que su primera novela empezó siendo un cuento que escribió hace más de diez años. “Siempre había querido escribir una historia en donde el personaje terminara encerrado de alguna manera. Ese cuento después fue creciendo y terminó siendo una novela corta”, explica el escritor, que colaboró en los diarios The Buenos Aires Herald y El Cronista y que actualmente trabaja en la BBC de Londres, donde vive desde 2006. “Ojeda es un oficinista, como hay tantos en todas partes, y a la hora de escribir no sabe bien qué palabras usar. Escribe porque es la manera más práctica con la que logra solucionar sus problemas, pero ni siquiera se da cuenta, es como cuando te pica el brazo y te rascás –plantea el autor–. Es un hombre muy mediocre, es un tipo más de los miles y cientos que andan dando vueltas por Buenos Aires o por otras ciudades del mundo, que va a su trabajo, cobra el sueldo a fin de mes, no se cuestiona el tipo de vida que lleva y hace lo que le piden.”

“Escribir es lo que más me gusta hacer –admite Murphy–. Si tuviera que elegir entre el periodismo y la literatura, mandaría al diablo al periodismo. Me gusta, pero como muchos que nos queremos dedicar a escribir, me metí en el periodismo porque era lo más cercano a lo que me gustaba y me permitía ganarme la vida. Muchos periodistas tenemos una novela guardada en el cajón y, a la hora de trabajar, nos refugiamos en este oficio, pero después no vemos la hora de largarlo. El periodismo ahora me resulta muy banal y superficial.” El escritor admite que le fascina la filosofía, muy presente en esta primera novela en momentos en que Ojeda se obsesiona con la idea de cómo suprimir el tiempo. “Siempre me interesó tratar de meter cuestiones filosóficas en un texto literario; combinar las dos disciplinas me parece fantástico, como hacía Borges, por supuesto salvando las distancias. Pero me doy cuenta de que no tengo la erudición suficiente para hacerlo.”

–¿Qué personajes de la literatura podrían ser familiares cercanos de Ojeda?

–Si hay un personaje que siento que se parece a Ojeda es Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. Lo curioso es que terminé de leer este libro un día antes de enterarme de que había ganado el Premio Juan Rulfo y me pareció que había muchas similitudes, porque Pereira y Ojeda son huraños, solitarios y no tienen grandes dudas existenciales. Pero me basé más en personas mediocres que conocí que en personajes de la literatura. Trabajé en una empresa de ingeniería porque estaba ahorrando plata para irme de viaje. Conocí mucha gente promedio y ese ambiente laboral y esa experiencia están reflejadas en mi novela. Me atraen esas oficinas kafkianas en las que nadie sabe demasiado bien qué está haciendo, todos cumplen su horario y son una grilla más en la pared. Sin duda, es un lugar con muchas posibilidades de explotarlo literariamente.

–¿Qué fue lo más difícil de resolver durante la escritura en el abordaje de un personaje tan mediocre?

–Lo más difícil es no caer en lugares comunes, aunque ser mediocre significa estar plagado de clichés. Ojeda, si bien es un ser mediocre, termina viviendo una experiencia que no es para nada mediocre. La locura sigue siendo un acto bastante singular en la humanidad. Aunque es muy limitado, para él todo es blanco o negro; la matemática me pareció la mejor forma de expresar esa cosmovisión. Es lo primero que le sale, encuentra sentido a lo que le está pasando a través de los números. Si hubiera sido artista, quizás hubiera pintado o escrito poesía, pero cuando ve que la matemática no le alcanza, empieza a escribir desde una posición mucho más científica porque no sabe lo que es la literatura. Después de que descubre que la matemática no es suficiente, lo más práctico que encuentra es describir lo que ve a su alrededor.

–Una de las paradojas de la novela es que Ojeda no sólo está encerrado en la oficina o en su casa, sino también cuando está en la calle o de vacaciones en la costa atlántica.

–No pensé la novela como una crítica al mundo globalizado. La historia es atemporal y puede suceder en cualquier lugar del mundo. Obviamente, el encierro va más allá de una cuestión física. Siendo una persona anónima, uno más del montón, podés estar tan solo como si estuvieras en una isla, y nada te va a salvar de los problemas que podés tener como persona. Aun en la masificación, podés tener vida espiritual e individual y eso es lo que trato de reflejar: qué le pasa por la cabeza a un individuo que no espera, no sabe y no es mucho en la vida. No me gustan los personajes que brillan ni los grandes héroes. Me parece que es más fácil hacer literatura con los héroes, pero me resultan poco atractivos. Prefiero a los tipos del montón.

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“Me basé en personas mediocres que conocí”, dice Murphy.
Imagen: Ana D’Angelo
 
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