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Martes, 18 de noviembre de 2008

CINE › EL AUSPICIOSO COMIENZO DEL FESTIVAL DE TESALóNICA, EN GRECIA

Tradición, vanguardia y cinefilia

Concebido como ventana al cine griego, el evento impulsa hoy a la producción independiente, con abundante presencia de films argentinos como Una semana solos, de Celina Murga, que participa en la competencia internacional.

 Por Luciano Monteagudo

Desde Tesalónica

Recostada sobre las mansas aguas del Mar Egeo y protegida por esa niebla espesa y misteriosa que inmortalizó Theo Angelopoulos en la mayoría de sus films –sobre todo en La eternidad y un día (1998), con las caminatas de Bruno Ganz por su rambla poblada de fantasmas–, Tesalónica es no sólo, después de Atenas, la segunda ciudad en importancia de Grecia, sino también la sede de uno de los festivales de cine más antiguos de Europa, con cuarenta y nueve años de existencia. Como toda ciudad-puerto, Tesalónica –en la que se cruzan las culturas y tradiciones helena, romana y bizantina– es abierta y cosmopolita, y ése es también el espíritu del festival, que reúne cada noviembre unos 250 films de todo el mundo.

Nacido originalmente como una ventana al cine griego (que lo sigue siendo, con muestras y retrospectivas que dan cuenta de la producción local, popular en su propio territorio, pero de muy escasa difusión en el exterior), Tesalónica, sin embargo, supo abrirse a horizontes más amplios. Desde hace más de una década, el festival se organiza alrededor de una competencia internacional dedicada –como la del Bafici– a primeras y segundas películas, como una manera de estimular el cine más joven y, a la vez, de confrontarlo con las realizaciones locales, para evitar su aislamiento. El otro núcleo duro del festival es la sección “Independence Days”, un amplio panorama del cine independiente internacional, que convoca multitudes de estudiantes universitarios y que de la mañana a la noche llenan las modernas salas ubicadas en un viejo muelle reciclado del puerto, una de las cuales se denomina –con toda justicia– “John Cassavetes”, en honor a uno de los fundadores del espíritu del cine indie.

Como ya es costumbre en Tesalónica, el cine argentino tiene una presencia preponderante en ambas secciones. En “Independence Days” están los tres representantes argentinos en la última Quincena de los Realizadores de Cannes: Liverpool, de Lisandro Alonso; Salamandra, de Pablo Agüero, y Acné, del uruguayo Federico Veiroj, una coproducción argentina de Hernán Musaluppi. Y en la competencia internacional ya pasó estos días Una semana solos, el notable segundo largo de Celina Murga, producido por su marido, también cineasta, Juan Villegas. De hecho, Murga no es una desconocida en el festival. En 2003, con su ópera prima Ana y los otros se llevó de aquí el premio a la mejor dirección y ahora va por más con una película de un grado de sutileza y un poder de observación excepcionales.

La premisa de su película –que en Buenos Aires todavía no se estrenó y tuvo apenas un par de pases en el último Bafici– es aparentemente muy simple. Se trata de registrar la cotidianidad de una docena de chicos –que van de los 7 a los 14 años–, habitantes privilegiados de un country de las afueras de Buenos Aires, en los días en que sus padres se han tomado una semana de vacaciones fuera del país. En la superficie, poco y nada sucede en términos estrictamente dramáticos, pero por debajo de esa plácida rutina a la que esos chicos parecen ya demasiado acostumbrados se van perfilando los datos de una realidad tan palpable y nociva como inédita hasta ahora en el cine argentino. Se diría que, sin necesidad de enunciarlo en ningún momento, Una semana solos es uno de los mejores y más profundos ejemplos de cine político, un análisis implacable de las consecuencias del menemismo en la disgregación del tejido social argentino.

El country del film, como cualquier country, es claramente un enclave, un capullo protector hecho de pulcros jardines y casas modelo. Pero alrededor de ese paraíso de piscinas, plasmas y heladeras repletas se adivina todo un ejército de guardianes y vigilantes armados, que custodian la entrada al reino del bienestar. Sin apuntar otra cosa que sus acciones más banales, el film de Murga es capaz de dar cuenta del conformismo en el que han sido educados esos chicos y eventualmente la incomodidad (y hasta la violencia latente) que es capaz de surgir cuando aparece un extraño, el hijo de una mucama que viene a pasar unos días con ellos. No hará falta una crisis profunda ni una eclosión dramática para evidenciar hasta qué punto hay dos mundos antitéticos, en conflicto entre quienes tienen el privilegio de pertenecer y los que se han quedado del lado de afuera del confort y la modernidad.

Quizá con demasiadas claves locales para un público internacional, Una semana solos se las tendrá que ver con otros trece títulos provenientes de Corea, India, Filipinas, Irán y Grecia, entre otras cinematografías no convencionales. Pero en todo caso cuenta con Lita Stantic como miembro del jurado para explicarles a sus colegas –Diablo Cody, la guionista de Juno; el escritor canadiense Michael Ondatje; el crítico británico David Robinson; la actriz belga Emilie Dequenne, protagonista de Rosetta, de los hermanos Dardenne– las peculiaridades de un film que no debería pasar inadvertido.

No es la única tarea que tiene Stantic en Tesalónica. En funciones especiales, fuera de concurso, se proyectan dos de sus producciones más recientes: Cordero de Dios, de Lucía Cedrón, y Café de los maestros, que también trajo a estas costas del Egeo a Gustavo Santaolalla, que ya está conchabado para dar una masterclass sobre la relación entre cine y música, considerando que ganó dos veces consecutivas el Oscar de la Academia de Hollywood a la mejor banda de sonido original. Otras masterclasses de estos días en Tesalónica incluyen los nombres de Takeshi Kitano (que presenta su film más reciente, Aquiles y la tortuga), Oliver Stone (que trae su flamante W., sobre George W. Bush, en la misma línea de JFK y Nixon, sus dos films presidenciables anteriores) y Luc Dardenne (que acompaña una retrospectiva integral de los films que hizo junto a su hermano Jean-Pierre, incluidos aquellos anteriores a La promesa, tan difíciles de ver). Todavía queda mucho por decir de Tesalónica.

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Una semana solos compite con títulos de Corea, India, Filipinas, Irán y Grecia.
 
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