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Jueves, 1 de octubre de 2009

CINE › LOS ABRAZOS ROTOS, DE PEDRO ALMODóVAR, CON PENéLOPE CRUZ

Duplicidad de las imágenes

Como en un juego de cajas chinas, el nuevo film del director de Volver esconde unas historias dentro de otras, con personajes que tienen más de una personalidad y, a veces, como en el caso del que compone Penélope Cruz, varias identidades superpuestas.

 Por Luciano Monteagudo

Hay varias películas en Los abrazos rotos, de un modo figurado pero también en un sentido literal. La obra de Pedro Almodóvar siempre se nutrió vorazmente de otras fuentes –los melodramas de Hollywood, la estética de las grandes divas italianas–, pero en su nueva realización pareciera estar rindiéndole homenaje a la capacidad demiúrgica del cine, a su potencialidad como máquina de narrar. No parece casual que el protagonista, antes que director, sea un guionista. Y que ese guionista –ciego, y por lo tanto obligado a imaginar la realidad, y eventualmente a transfigurarla– sea quien lleve la batuta del relato, quien cuente la historia de un pasado traumático capaz de confundirse con un melodrama a la vieja usanza, aunque envuelto en el brillo de una película como las que en los años ’80 hacía... Pedro Almodóvar.

Conviene ir por partes. La primera capa de la cebolla es la de Harry Caine (Lluís Homar). Al comienzo, él mismo cuenta, a la manera de un monólogo interior, que ese nombre tan sonoro –de ecos que remiten al protagonista de El tercer hombre– no es otra cosa que un pseudónimo, un alias con el cual solía escribir sus primeros guiones y que terminó adoptando definitivamente cuando Mateo Blanco, su verdadera identidad, aquella con la cual se consagró como director de cine, quedó ciego.

Aquí empiezan los flash forwards, los racconti, esos “recuerdos” que –a la manera de los que en sus tramas más delirantes imaginaba Hollywood– se producen uno dentro de otro, como cajas chinas. Basta que una amante ocasional del veterano Harry Caine le lea en el periódico acerca de la muerte del magnate Ernesto Martel (José Luis Gómez) para que la memoria de Harry Caine se agite afiebradamente y reabra en él una vieja herida que nunca llegó a cicatrizar. Esa herida se llama Lena (Penélope Cruz). Y como Lena lleva muerta casi quince años, el film la puede imaginar –como Harry Caine, que la amó ciegamente cuando era Mateo Blanco– de muchas maneras diferentes. Como la sumisa secretaria del millonario Martel; como Séverine, una belle de jour que completa sus magros ingresos trabajando para la madama de un burdel, y como una estrella en potencia, capaz de transformarse en una nueva Audrey Hepburn.

Es de esa imagen que se enamora el cineasta Mateo Blanco. Y una imagen es todo lo que quedará de ella para Harry Caine. El tema del doble es central en Los abrazos rotos. Todos los personajes principales parecen tener más de una personalidad, y a veces más de dos. Es el caso, por ejemplo, de Ray X (Rubén Ochendiano), un joven cineasta que quiere filmar con Caine una película sobre un padre tan violento como siniestro y que se revela como el hijo de Martel (¿el apellido de este personaje habrá salido de la relación de Almodóvar como productor del cine de Lucrecia? Todo aquí remite al cine).

Desde el Blow up de Antonioni hasta el Blow out de De Palma, pasando por Vértigo de Hitchcock y Viaggio in Italia de Rossellini, la historia del cine se da cita en Los abrazos rotos, a la manera de un maelstrom, o del Aleph borgeano. Cuando Harry Caine, ya ciego, quiere “ver” una película no puede sino elegir la voz de Jeanne Moreau en Ascensor para el cadalso. Hay algo un poco asfixiante en esta cinefilia, en este mundo de Los abrazos rotos que vive únicamente por y para el cine. Como si Almodóvar a su vez se hundiera en sí mismo, la película que Mateo Blanco filma con Lena como protagonista se titula Chicas y maletas y parece una suerte de calco de Mujeres al borde de un ataque de nervios, con Chus Lampreave y Rossy De Palma incluidas.

Comedia brillante, film noir, melodrama, sainete ibérico, todo tiene lugar en Los abrazos rotos, y a veces parece demasiado. Sin embargo, y a pesar de ciertas escenas quizás excesivamente conversadas, en las cuales los personajes no sólo se pierden en digresiones, sino que se explican demasiado a sí mismos, hay algunas secuencias verdaderamente magistrales, que prueban que Almodóvar es capaz de hallazgos magníficos como cineasta. Uno de ellos es el momento en el cual Lena llega a casa de Martel y, a espaldas del hombre, completa en voz alta el diálogo de unas imágenes mudas que el millonario ha mandado filmar, para espiarla. Realidad y representación se confunden en un mismo plano, sintetizando el proyecto de toda la película, la duplicidad esencial que la define.

7-LOS ABRAZOS ROTOS (España/2009).

Dirección y guión: Pedro Almodóvar.

Fotografía: Rodrigo Prieto.

Música: Alberto Iglesias.

Asistente de dirección de arte: Clara Notari.

Intérpretes: Penélope Cruz, Lluís Homar, Blanca Portillo, José Luis Gómez, Tamar Novas, Chus Lampreave, Rubén Ochandiano.

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Penélope Cruz es la estrella reflejada por la cámara y los espejos.
 
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