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Viernes, 9 de julio de 2010

CINE › CHERI, LA NUEVA PELICULA DEL BRITANICO STEPHEN FREARS

Un novelón demasiado cargado

Michelle Pfeiffer luce tan bella como siempre, pero Frears derrapa en su adaptación de un díptico de Colette.

 Por Horacio Bernades

4

CHERI
Gran Bret./Francia/Alem., 2009

Dirección: Stephen Frears.
Guión: Christopher Hampton, sobre novelas de Colette.
Música: Alexandre Desplat.
Intérpretes: Michelle Pfeiffer, Rupert Friend, Kathy Bates, Felicity Jones e Iben Hjejle.

Una cosa es decadentismo y otra, decadencia. Decadentismo es el de Colette, que supo novelizar una París hedonista y libertina. Decadencia es la de Stephen Frears, que para adaptar un díptico literario intenta reeditar Relaciones peligrosas, convocando por segunda vez al dramaturgo Christopher Hampton y a Michelle Pfeiffer. De Relaciones... a Chéri, ¿qué es lo que decae? No la belleza de Pfeiffer –que a los cincuenta y pico sigue luciendo como si nada– ni el texto de Hampton, sino la capacidad del realizador para hacer cine. Si en Relaciones peligrosas Frears reconvertía cada plano en veneno finamente destilado, Chéri –inoportuna competidora oficial en Berlín 2009– representa la gestión de un cineasta retirado antes de tiempo.

Aquí como allá, el arco dramático va del disfrute a la tragedia. Cuando se anuncia que hasta el momento Léa de Lonval (Pfeiffer) logró evitar “la única cosa que una cortesana no debe permitirse: enamorarse”, no es difícil sospechar qué va a suceder en la siguiente hora y media. Una lástima: hubiera sido más interesante narrar la vida de una cortesana de lujo en el París de la Belle Epoque que el metejón de una cincuentona por un veinteañero. Que éste, Chéri, esté encarnado por un actor que hace quedar a Orlando Bloom como un dechado de virtudes expresivas (el británico Rupert Friend ya se deslucía en Orgullo y prejuicio), no ayuda a sostener ni la credibilidad ni el adecuado balance con su partenaire. Pero no es ese el principal problema, sino el modo en que Frears empeora las decorativas convenciones de lo que da en llamarse “cine de época”.

Una de esas convenciones es la reconstrucción ostentosa, imponentes mansiones solariegas hasta para las prostitutas y mucha capelina, art nouveau, tonos malvas y lingerie de lujo. Otra es que todo esté fotografiado como para un álbum, tarea que compete al iraní Darius Khondji. Para darle al asunto una impronta más literaria no es malo un relator en off. El propio Frears se ocupa de ello, exagerando hasta la parodia la pompa británica (en esta París se habla en inglés). Animo lúdico que no se extiende a una puesta en escena impertérrita. Reino de lo teatral por excelencia, los actores declaman diálogos sobrescritos (súmese a Kathy Bates como bruja interesada y conspirativa), dando la sensación de que si osaran cambiar una coma podrían ser juzgados por traición en el Royal National Theatre. ¿La historia? Cortesana veterana pisa el palito con galancete impávido, sin adivinar que la mamá ha diseñado para él destino más lucrativo, en otros brazos. Cortesana sufre, añora, llora, no se convence, sucumbe, como en cualquier ajado novelón romántico. Si al menos se hubiera puesto algo de convicción en el trámite...

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Pfeiffer es una cortesana que comete el error de enamorarse.
 
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