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Miércoles, 17 de octubre de 2012

CINE › BLAS ELOY MARTíNEZ HABLA DE SU óPERA PRIMA, EL NOTIFICADOR

En el laberinto burocrático

El film que se estrena este jueves pone el foco en un hombre cuyo trabajo roza lo obsesivo y que comienza a desmoronarse cuando aparece un supuesto competidor. “Ocurre que el trabajo se lo ha comido a él: toda su vida pasa en base al trabajo”, dice el director.

 Por Oscar Ranzani

Cada día, Eloy Cruz Díaz tiene una misión: entregar cien notificaciones judiciales a todo tipo de personas. Cada entrega implica una experiencia y, en algunas ocasiones, un peligro. Eloy es un obsesivo de su trabajo en Tribunales y tiene cinco reglas para perfeccionar el método del notificador ideal. Por ejemplo, llegar a entregar siempre la centena de cédulas judiciales por día, más allá de los riesgos que esto implique, y la más importante: tener una buena birome siempre a mano. Porque no hay tiempo que perder en la firma de quien recibe la notificación. Eloy está compenetrado con su trabajo, a tal punto que lo absorbe. Tal vez lo vive así como una manera de sentirse seguro, algo que no le ocurre en su vida personal. Pero cuando su jefe convoca a un nuevo compañero, y Eloy debe explicarle el trabajo, comenzará a desmoronarse toda esa seguridad que sabía mantener, aun cuando una vez tuvo que entregarle una notificación a un muerto en su velatorio o sufrir el robo en carne propia por parte de una gitana. A medias entre la comedia y el drama, por el absurdo, y a la vez por cierto patetismo de las situaciones que Eloy (Ignacio Toselli) debe padecer, El notificador es la ópera prima en ficción de Blas Eloy Martínez, cuyo nombre está asociado al del personaje porque este cineasta trabajó nueve años como notificador judicial: es un mundo que conoce como la palma de su mano. El film se estrenará este jueves en la cartelera porteña.

Si bien El notificador es una ficción, Martínez reconoce que tiene mucho anclaje en la realidad porque, básicamente, “recupera muchas de mis vivencias y de las de otros ex compañeros míos”, explica. El realizador, hijo del escritor Tomás Eloy Martínez, intentó que su ópera prima “tuviera el espíritu, el clima de lo que se vivía, por lo menos cuando yo trabajaba como oficial notificador y la oscuridad que se generaba espiritualmente en torno del trabajo”. El anclaje más fuerte con la realidad es, entonces, “el tema del clima que el trabajo generaba en mí durante aquella época, y también recupera anécdotas puntuales que me pasaron a mí y a otros compañeros”, destaca Martínez.

–¿En algún punto es, entonces, autobiográfica?

–Yo no quiero encasillarla dentro del tópico autobiográfico, aunque claramente tengo que admitir que muchas de las situaciones que ven en la película me pasaron realmente. Y la voz en off del personaje está basada en muchas cosas que también me pasaron.

–O sea que si bien tiene su nombre y tintes autobiográficos, Eloy no es su alter ego...

–No, por suerte (risas). Tiene algunas cosas muy diferentes a mí. Además, él ve el trabajo de una forma muy diferente a como yo lo veía en ese entonces. Para él, el trabajo es todo y para mí no lo era. Y yo no pretendía ser oficial notificador el resto de mi vida. Y para él, el trabajo se ha vuelto la vida misma, la medida de todas las cosas.

–¿Y eso sucede porque en su vida no tiene la seguridad que tiene en su trabajo?

–Probablemente la haya tenido, pero el laburo lo fue absorbiendo, que es algo que tiene ese tipo de actividad. Te brinda tal seguridad económica y tanta estabilidad laboral, en cierta forma, que hace que uno se achanche o sienta cierta comodidad con ese oficio. Y eso hace que uno no vislumbre una posible salida. Con lo cual, finalmente el laburo te absorbe, empieza a ser una parte fundamental de tu vida. Y en el caso de Eloy eso está radicalizado. Lo que le ha pasado es que el trabajo se lo ha comido a él mismo. Toda su vida pasa en base al trabajo, es un obsesivo compulsivo en relación a éste. Al mismo tiempo va perdiendo los lazos que lo unen con otras cosas que tiene la vida. Por eso, la película no sólo habla del mundo judicial, sino también sobre la relación que los seres humanos tenemos con el trabajo.

–¿Por qué observa a su nuevo compañero como un intruso? ¿Por qué lo desestabiliza?

–Porque el jefe le dice: “Te traigo este tipo porque vos ya no das abasto con la cantidad de cédulas que tenés que entregar todo el día, así que vamos a dividir la zona: una parte para él y otra para vos”. El ve eso como una intromisión en su mundo. Y empieza a paranoiquearse un poco con que quieren sacarle el laburo. Y si Eloy pierde su laburo, ¿qué tiene del otro lado? Nada. Ojo, yo creo que eso es justamente lo que nos hace avanzar en la vida. Cuando se pone en riesgo nuestra burbuja en la cual nos sentimos cómodos, es el momento del cambio.

–¿Buscó también reflejar cómo incide la burocracia en ese tipo de trabajo?

–Sí, era parte de la situación del oficial notificador. La burocracia ya estaba metida en el propio trabajo. Pero no intenté hacer un análisis de ésta ni del sistema judicial, aunque algo que me impresionaba era el absurdo del mismo. Esa burocracia está llena de absurdos y de cosas ilógicas que después no se condicen con lo que uno se encuentra en la calle. Entonces, me impresionaba un poco y quise reflejarlo.

–¿Y hay un germen kafkiano en el modo de representar la burocracia?

–Sí, a mí me encanta Kafka y, por ahí, inconscientemente lo debo haber buscado. No quise aplicar el modo porque Kafka ya estaba inmerso de por sí en la materia prima de la historia. No hacía falta recurrir a Kafka o citarlo.

–Por lo que se ve en la película, el trabajo de notificador parece bastante alienante. ¿Es así?

–Sí, es bastante alienante, pero uno no se da cuenta de eso porque, en realidad, a veces tiene la sensación de que es muy relajado. Pero se da cuenta de lo alienante que es cuando deja de ser notificador. Yo tengo sueños recurrentes con que soy oficial notificador: voy caminando tranquilo por la calle, entro en un lugar, voy hasta el fondo donde lo que hay es la oficina de notificaciones; allí me recibe alguien de la mesa de entradas y me dice: “Hace trece años que no venís por acá. Tenés toda esta parva de cédulas sin diligenciar. Llevátelas” (risas); me las entrega y yo me desespero porque hace trece años que no hago eso y no sé cómo empezar a dividirlas. Esos sueños me dan la sensación de que el laburo tuvo que haber sido muy alienante porque fui periodista seis años en Página/12 y no sueño que tenga cosas que escribir. Y también tuve laburo en universidades y en el cine y no sueño con eso. Sueño sólo con el trabajo de notificador.

–Por lo que cuenta, es de suponer que no lo extraña...

–Extraño algo de ese trabajo: el contacto con la gente, porque ganás mucha percepción sobre el ser humano. Al estar en contacto con tantos tipos por día, ganás una conexión muy fuerte con el ser humano. Eso lo extraño. Y, además, vivís mucho la ciudad, sabés mucho de ella, sentís las cosas individuales.

–¿La voz en off del personaje que se dirige siempre al juez es una suerte de expresión de su mundo interior?

–Exacto, es eso y una especie de catarsis interior que tiene Eloy. Y una especie de resquicio por el cual muestra la poca humanidad que le queda.

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“No intenté hacer un análisis de la burocracia ni del sistema judicial, pero me impresionaba el absurdo.”
Imagen: Guadalupe Lombardo
 
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