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Viernes, 23 de noviembre de 2012

CINE › FILMS DE GUSTAVO TRIVIÑO Y VOLKER SCHLÖNDORFF COMPARTEN CARTEL EN EL FESTIVAL DE MAR DEL PLATA

Jornada de clasicismo en la competencia oficial

La ópera prima de Triviño es un policial sin tiros, muertos o policías. Y la nueva película del veterano director alemán narra con convicción y mesura un episodio en tiempos del nazismo.

 Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

“¿Tu superhéroe favorito es el Increíble Hulk, no?”, lo cargan a Benítez. El tipo tiene un físico imponente, pero como es tímido hasta la mudez, todos lo forrean. Desde el encargado de la fábrica hasta alguno de sus compañeros, incluyendo algún conchetito de madrugada y algún pesadito de la noche. Pero como todo tipo que se expresa con monosílabos, tal vez Benítez esté urdiendo algo que nadie sepa. Ni su propia mujer. Interpretado por el debutante Pablo Pinto (físico de placard, expresión de Bambi), Benítez es el protagonista de De martes a martes, ópera prima de Gustavo Triviño (Buenos Aires, 1977) y segundo de los films argentinos que participan de la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata.

“¿De dónde salió este tipo?”, se pregunta uno al ver la película de Triviño, como antes se preguntó ante La parte del león o Nueve reinas. No se trata de poner a este ex asistente de dirección y operador de steadycam a la altura del primer Aristarain o de Fabián Bielinsky, sino de constatar un mismo cultivo afiatado de la narración clásica, la misma confianza en que ese canon puede renovarse a la vez que se lo pone en práctica. Ganadora del premio mayor en el Festival de Biarritz, De martes a martes es un policial sin tiros, muertos, criminales o policías. Sí con una violación, un plan y una extorsión. En la figura de un arquitecto tan poderoso como repulsivo, interpretado por Alejandro Awada, y en la venganza que sobre él se cobra el “tapado”, De martes a martes hace la clase de señalamientos políticos y sociales propios del género. Señalamientos sugeridos, nunca subrayados.

Narrada con total fluidez, la de Triviño es una de esas películas en las que (tal vez con excepción de la resolución, un poco demasiado fácil) está todo bien. Desde la fotografía del gran Julián Apezteguía hasta la última de las actuaciones (notables Jorge Sesán, Daniel Valenzuela y Roly Serrano), pasando por la duración y tamaño de cada plano. En la figura de Gustavo Triviño, está claro, un cineasta de ley se incorpora al cine argentino. Una buena manera de medir el nivel de superioridad de las tres competencias oficiales del Ficmdp este año, con respecto a las del año pasado, es comparar el “ladrillo” histórico que presenta la Competencia Internacional en esta edición, con el que presentó un año atrás. La referencia va en relación con In Darkness, de Agniesz-

ka Holland, y La mer à l’aube, de Volker Schlöndorff. Lo de “ladrillos” va por su carácter de dramas de Segunda Guerra, puestos en escena de manera tradicional por reconocidos cineastas europeos. De allí en más, las diferencias.

Mientras que la de Agnieszka Holland (realizadora de Europa Europa) echaba leña al fuego del heroísmo, el martirologio y el academicismo cinematográfico, la de Schlöndorff (realizador de El tambor, El joven Torless, Un amor de Swann) toma como eje un hecho trágico producido durante la ocupación alemana para desplegar todo un cuadro de situación de Francia en tiempos de esa circunstancia, explorando paradojas y dilemas morales, antes que certezas. Basándose tanto en hechos reales como en una novela de Heinrich Böll y extractos de los célebres diarios del escritor y jerarca alemán Ernst Jünger, el hecho central de La mer à l’aube (coproducción francoalemana, hablada en ambos idiomas) es un atentado cometido en Nantes, en 1941, en el cual tres combatientes ejecutaron a un oficial nazi. Desde las altas esferas del Reich llega la orden de hacer lo propio con ciento cincuenta prisioneros de guerra franceses: ése es el valor que para Hitler tiene la vida de un militar alemán.

Ni el general Stüpnagel ni su segundo, Jünger, altos mandos del ejército de ocupación, creen que el fusilamiento sea una medida inteligente, mientras que un alto oficial del gobierno colaboracionista se opone aún más decididamente a ello. Mientras tanto, el atentado suscita también puntos de vista divergentes dentro de la Resistencia. Específicamente, entre los prisioneros políticos de un campo de concentración ubicado en territorio francés, víctimas elegidas a dedo por orden del embajador alemán. El de La mer à l’aube es un relato tradicional narrado con convicción y mesura (no hay nazis sádicos ni prisioneros piel-y-hueso), evitando los clichés, golpes bajos y facilismos habituales en estos casos. No será “la” película del festival, pero ni por asomo lo deshonra.

La película con sangre, joda y pop & gol de la Competencia Argentina del año pasado fue Diablo, dirigida por Nicanor Loreti, coescrita junto a Martín Blousson y protagonizada por Juan Palomino, Sergio Boris y Luis Aranosky. Este año la hereda Hermanos de sangre, dirigida por Daniel de la Vega, escrita por Loreti y Blousson, coprotagonizada por Boris y Aranosky, con Palomino en un secundario y muchos nombres que se repiten en el equipo técnico. Y como Diablo, Hermanos de sangre es una comedia (muy) negra, del estilo de “cuanta más sangre, más divertida”. Una suerte de Almodóvar + Tarantino, si se quiere.

Excelente en todos los rubros técnicos (lo mismo sucede con Diablo, que se estrena en poco tiempo más), la película de De la Vega gira alrededor del típico gordito de anteojos al que todos toman para el churrete, y que un día encuentra a su doble oscuro, que comenzará a “hacer justicia” por él. Una justicia regada de sangre, claro está. Con excelentes escenas de violencia y buen timing de comedia, la película tiene sus altibajos. Uno de ellos es Carlos Perciavalle, totalmente pasado de revoluciones (de decibeles, más bien) en el papel de tía chupacirios del protagonista. Como Diablo, se trata de películas que, bien lanzadas, deberían tener destino de culto entre los amantes del cine de trasnoche. Y que no tienen por qué no ser parte de cualquier festival.

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Alejandro Awada, un arquitecto tan poderoso como repulsivo, en De martes a martes.
 
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