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Martes, 19 de febrero de 2013

CINE › ENTREVISTA A MAXIMILIANO SCHONFELD, DIRECTOR DE GERMANIA, QUE SE ESTRENARá EL JUEVES

El viaje inminente y la desintegración

La incertidumbre por lo que vendrá, el proceso de duelo y el crepúsculo de una etapa son algunos de los ejes centrales de la película ganadora del Premio Especial del Jurado en el último Bafici. “Queríamos hablar de un viaje sin que haya uno”, sintetiza el cineasta.

 Por Ezequiel Boetti

No es común que las películas argentinas programadas en la Competencia Internacional del Bafici estén hiladas por la tematización de un mismo conflicto. Pero eso ocurrió en la ultima edición, cuando La araña vampiro, Los salvajes y Germania metieron las narices en la adolescencia. Todas incluían, además, la idea central del desplazamiento geográfico como tracción principal de las acciones de los protagonistas y síntoma de sus cambios internos. Basta recordar la búsqueda de la reparación de los vínculos paternos en el film de Gabriel Medina o la fuga (luego devenida en viaje espiritual) de la ópera prima de Alejandro Fadel para comprobarlo. En Germania, en cambio, el movimiento no es un hecho concretado, sino que está allí, latente a la vuelta de la esquina. “Queríamos hablar de un viaje sin que haya uno”, sintetiza ante Página/12 su director, Maximiliano Schonfeld. La incertidumbre por lo que vendrá, el proceso de duelo y el crepúsculo de una etapa son algunos de los ejes centrales de la ganadora del Premio Especial del Jurado en el festival porteño, que llegará este jueves a la cartelera.

Ambientada en una colonia alemana cercana a la localidad entrerriana de Crespo, la misma donde nació Schonfeld, Germania narra el derrotero emocional de una madre y sus dos hijos ante la inminente mudanza de la granja donde viven. Mudanza menos voluntaria que forzada, ya que una extraña situación amenaza la viabilidad económica del criadero de gallinas en que ellos trabajan. “Había cosas que me parecían muy naturales y finalmente no lo eran, como por ejemplo ciertas formas de pensar, de vivir o el hecho de que la gente intercambie el alemán con el castellano. Además tenía una especie de obsesión por saber cómo era la vida de mi viejo cuando era chico. De alguna forma sentía que todo estaba suspendido en el tiempo, ya que las nuevas generaciones todavía conservan esas costumbres”, asegura el director al momento de justificar la elección de la locación.

–La película está protagonizada por un grupo de actores locales con los que viene desarrollando distintos proyectos audiovisuales desde hace varios años. ¿Cómo es el trabajo que hace con ellos?

–El grupo viene desde mi corto Esnorquel, de 2005. En ese momento ya quería seguir las huellas de la infancia y adolescencia de mi papá, que vivía en una de esas aldeas, y a lo largo de esos viajes fui encontrando chicos con muchas ganas de actuar y expresarse de otra manera a la que habitualmente lo hacían. Después del corto quedamos en contacto y se fueron sumando más actores con los que seguimos probando cosas, hasta que salió otro corto. Se fue dando todo de esa forma; yo no tenía la meta de formar un grupo de actores, sino que me interesaba la contención y la generación de un espacio donde pudieran desenvolverse a medida que ellos quisieran. Había una necesidad muy grande de hacer algo distinto a la rutina del trabajo, de expresarse de alguna otra forma. En este caso llegó alguien con ganas de hacer cine, pero creo que ese potencial podría haberse utilizado en otra forma artística. De mi parte hay un vínculo muy fuerte, una responsabilidad en no abandonarlos. No estaba bueno que filmara y después desapareciera. Siento la responsabilidad de estar con ellos y seguir paso a paso sus vidas.

–¿Y cómo desarrolló el trabajo en el caso particular de la película?

–Germania es una prolongación de los cortos que hice antes, así que fue surgiendo sola. Tenía algunas cosas escritas y un día me junté con el director Gustavo Fontán (El árbol, La casa), le pregunté si creía que ahí había una película y dijo que sí. Después encontré el nombre de Germania y ahí empezó todo. Con respecto a los actores, ellos ya estaban preparados para entender que tenían un rol determinado en la ficción, pero también que tenían que ser ellos mismos.

–¿La utilización casi simultánea del alemán y el español produce un choque cultural entre las viejas generaciones y las nuevas?

–Totalmente. Ese fue uno de los disparadores de la historia. Después, por suerte, pudimos profundizarlo en una serie de televisión que también filmamos allá, en la que hicimos eje directamente en eso, porque Germania no hace hincapié ni subraya un aspecto determinado. Es casi una brisa que atraviesa todo.

–La película plantea varios conflictos, desde la cuestión amorosa y el temor al futuro de los adolescentes hasta cuestiones relacionadas con el pasado de los adultos. ¿Cómo pensó ese balance para generar esa “brisa” que usted menciona?

–Busqué que ninguno de los aspectos estuviera muy subrayado, porque en la vida no es así. Siempre hay una tensión, se siente que algo está a punto de explotar, la gente no se dice las cosas de frente, sino que habla con los vecinos. Todo el tiempo pasa eso, está latente. Al momento de escribir nos preguntamos cómo teníamos que hacer para que alguien que viera la película pudiera sentir eso porque, si no lo lográbamos, sentíamos que nos traicionábamos. Finalmente nos salió después de muchas reescrituras de guión.

–En ese sentido, en una entrevista usted dijo que buscaba que la película se diluyera en lugar de ir creciendo.

–Es que es verdad. Queríamos hablar de un viaje sin que haya un viaje. Cuando uno está decidido a moverse, pero todavía no empezó a hacerlo, conviven tres tiempos: el duelo del pasado, el presente que se vive y la proyección del futuro. La idea era situar la película dentro de esa laguna. Y lo que genera todo duelo es la tendencia a diluir o desintegrar las cosas. Lo que están haciendo los protagonistas es justamente eso, desintegrar el espacio que habitan. Así como la granja se va vaciando y los animales muriendo, ellos tienen que ser una familia que se diluye.

–Pero la película es visualmente muy luminosa, todo lo contrario a lo que podría pensarse de esa idea de duelo que usted menciona.

–Es que ese duelo no es necesariamente consciente. Además, creo que el viaje es siempre esperanza, la idea de una nueva vida en algún otro lugar. Entonces no podía ser algo opaco.

–¿Cree que Germania es una película melancólica?

–Sí, porque la tradición alemana lo es: las referencias constantes a las raíces, las polcas, la idea del pasado como un lugar mejor. Es gente que hace muchísimos años podría haber cambiado su idioma, pero todavía no lo hace y vive una melancolía muy grande por algo que no sabe qué es, porque casi ninguno conoce Alemania e incluso a veces ni siquiera saben nada de ella. Pero esa tierra desconocida es lo ideal. Como si pensaran: “Allá está lo mejor, pero nunca vamos a ir”. Todo el tiempo está la idea del desarraigo en los alemanes.

–¿Qué espacio ocupa la religión en ese desarraigo?

–Lo que me interesa de la religión son las cuestiones laterales. Estas comunidades, e incluyo a Crespo, están repletas de actos religiosos de los que no hay conciencia, como por ejemplo el hecho de jugar al fútbol con el equipo de la iglesia. Son actividades que no tienen estrictamente que ver con la fe, sino que se hacen porque ya están incorporadas.

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