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Martes, 12 de marzo de 2013

CINE › UN FILM FRANCéS Y OTRO ARGENTINO EN EL ARRANQUE DE PANTALLA PINAMAR

No sólo fierros, huesos y músculos

Tanto Metal y hueso, del francés Jacques Audiard, como De martes a martes, ópera prima del argentino Gustavo Fernández Triviño, tienen en su centro a sendos forzudos, tipos forjados en el gimnasio y en la vida y enfrentados a situaciones críticas.

 Por Oscar Ranzani

Desde Pinamar

¿Cómo abordar la discapacidad y el deseo amoroso sin caer en lo morboso ni hacer uso del golpe bajo? Esa es la pregunta que se debe haber formulado el francés Jacques Audiard, quien luego de realizar el drama carcelario Un profeta, presenta Metal y hueso (De Rouille et D’os), donde el cuerpo es un factor determinante en la historia. El film, que compitió por la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2012, fue el elegido para la ceremonia de apertura del noveno encuentro cinematográfico argentino-europeo Pantalla Pinamar, organizado por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) y el gobierno municipal de Pinamar. Mientras todavía se debate el estreno comercial en la Argentina, el director de la muestra, Carlos Morelli, fue el encargado de presentar la película: “Junto con los dos queribles personajes principales, ustedes van a emprender un viaje profundo y, por cierto, perdurable, de la derrota a la ilusión, del derrumbe a la posibilidad de volver a empezar, y fundamentalmente, de la oscuridad más empecinada a una luz todavía posible”, expresó.

El protagonista es el belga Ali (Matthias Schoenaerts), quien se traslada a Antibes, Francia, buscando mejores horizontes en su vida. No le resultará sencillo: deberá cuidar de su pequeño hijo de cinco años, aun cuando Ali es un hombre más bien bruto y bastante insensible, que tendrá más de un encontronazo por este tema con su hermana, a cuya casa llega a vivir con el niño. Ali consigue trabajo como empleado de seguridad, pero su fuerte es su cuerpo. Es un boxeador con experiencia y con el “lomo” lo suficientemente curtido como para batallar contra alguno que quiera aprovecharse. No tiene pareja estable y pasa sus noches en encuentros sexuales ocasionales. En el otro lado de la vida está Stephanie (Marion Cotillard), quien trabaja como domadora de orcas y con una vida bastante armada. Se conocen azarosamente en un boliche. Pero a los pocos días, Stephanie sufre un terrible accidente en su trabajo y pierde sus dos piernas. Desde entonces, entablan una relación. De Stephanie se podrá entender su furia con el mundo, pero también sus ansias de superación, mientras que en Ali irá creciendo una sensibilidad que parecía escondida y que lo lleva a tratar a Stephanie sin lástima (gran acierto del guión). Prácticamente, se diría, como si nada le hubiera sucedido.

Metal y hueso nunca vulnera la integridad de Stephanie, a diferencia de lo que sucedía en Porfirio, el film del colombiano Alejandro Landes, que enfoca también en el tema de la discapacidad de un hombre, al que el Estado no le da respuesta por haber quedado inmovilizado y, entonces, intenta un atentado, preso de su desesperación. Si en Porfirio el personaje –que además era el verdadero protagonista– quedaba expuesto y violaba el límite de lo desagradable, en Metal y hueso, en cambio, Stephanie tiene más luminosidad, es dignificada por su director y convierte ese mal destino en una esperanza superadora.

En cuanto a la producción nacional, se presentó la ópera prima de Gustavo Fernández Triviño, De martes a martes, que seguramente será uno de los platos fuertes de los estrenos del cine independiente de este año. Triviño estudió en el Cievyc. Y se recibió hace dieciséis años. Trabajó como operador técnico en alrededor de setenta largometrajes, pero nunca había podido dirigir. Ese sueño se le cumplió a los cuarenta años. Y lo concretó con un film que despertará más de un debate de orden ético. Planteada como dos películas en una, De martes a martes tiene una bisagra que la divide de esa manera. En la primera mitad del film, Triviño presenta al personaje principal, Juan Benítez, un hombre amante de las pesas, con un cuerpo trabajado que parece el típico “ropero”. Benítez está casado y convive con su mujer y su hija, pero la plata no le alcanza para transformar en realidad su deseo de tener un gimnasio propio y dejar la fábrica textil, donde el dueño y los compañeros lo ningunean. Hasta que una noche, volviendo de su trabajo, es testigo de una violación. A la chica la conoce: es la kiosquera que siempre lo atiende amablemente. Pero Benítez no se mete. Por el contrario, aprovechará esa oportunidad para extorsionar al violador y así poder concretar su sueño de comprar un gimnasio.

Uno de los méritos de la película reside en la encarnación de Benítez que realiza Pablo Pinto, un desconocido hasta ahora en el mundo de la actuación. Triviño buscaba un actor y no lo encontraba, pero el nombre de Pinto se lo dio la directora de arte. No se conocían, y una noche de lluvia lo citó en un bar de Villa Urquiza. Cuando Pinto entró encapuchado, todos los que estaban en el bar pensaban que iba a asaltarlos. Y Triviño se convenció de que Pinto tenía que ser Benítez. “Yo siempre pensé en el Roña Castro, alguien más bien morochón, feo, con una mirada muy amenazante, pero que a la hora de hablar, uno diga ‘no es tan peligroso como parece’”, comenta el director en diálogo con Página/12. Pero no fue fácil la interpretación para Pinto porque tuvo que engordar treinta kilos para llegar a los 120 que precisaba su personaje. “Necesitaba alguien que fuera un patovica de cuarenta años más que patovica alguien grandote”, confiesa Triviño.

“La película habla de lo mal que está la sociedad, o al menos yo lo veo así: cómo un tipo bueno, que tiene su familia, se levanta a la mañana para ir a trabajar, y que hace su rutina de pesas porque le gusta eso, y va a un boliche a hacer horas extra para poder tener su gimnasio, haciendo las cosas bien no sale del pozo. Está hundido y no puede salir, pero es un buen tipo, tiene su familia, su hija. Hace las cosas mal una vez y consigue su objetivo”, entiende Triviño. “Tácitamente, la peli habla de una sociedad que va impulsando a alguien a ser un mal tipo”, expresa el director sobre la transformación del personaje.

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Marion Cotillard y Matthias Schoenaerts en Metal y hueso, de Jacques Audiard.
 
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