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Viernes, 15 de marzo de 2013

CINE › ELENA, DEL RUSO ANDREI ZVYAGUINTSEV, PREMIADA EN CANNES 2011

Una familia como reflejo de la sociedad

En un pueblo con una tradición de profunda espiritualidad y en una sociedad que vivió durante 80 años bajo el marxismo, Elena muestra que hoy en Rusia el único dios es el dinero y que las clases sociales están más distanciadas que nunca.

 Por Luciano Monteagudo

El tercer largometraje del ruso Andrei Zvyaguintsev, después de El regreso (León de Oro en la Mostra de Venecia 2003) y El destierro (premio de interpretación en el Festival de Cannes 2007), comienza con un plano fijo y sostenido, el balcón de un lujoso departamento apenas cubierto por las ramas yermas e invernales de un árbol, una imagen casi abstracta que parece hablar de un mundo inmutable. En principio, ese mundo es el de Elena, la mujer que le da su título al film y que vive allí para servir a su marido. No parece que nada pudiera cambiar en esa casa y, sin embargo, algo cambiará, quizá para que todo siga igual.

Esa paradoja es el núcleo del film de Zvyaguintsev, que va narrando todo ese proceso de una manera tan morosa como detallista, como si cada gesto cotidiano revelara la materia de la que está hecho su cine. Por la mañana temprano, antes de que sus habitantes despierten, la cámara del director va recorriendo –casi como un intruso– ese departamento lujoso en su funcionalidad, donde el dinero parece expresarse a través de las despojadas líneas de diseño de los muebles y enseres domésticos. En ese marco, Elena (estupenda Nadezhda Markina) casi parece desentonar: es una señora ya entrada en años y en carnes, que no bien se levanta de la cama se alinea como si intentara mimetizarse con el ambiente. Nunca lo logra del todo, sin embargo, porque aunque es la mujer del dueño de casa se comporta como la mucama de su marido.

O la enfermera. Es que así conoció diez años atrás a Vladimir, un hombre de negocios al que alguna vez atendió cuando ella trabajaba en una clínica donde él estuvo internado. Esa información el film la va desplegando con cuentagotas y sólo a partir de referencias. No hay flashbacks ni relatos: la de Zvyaguintsev es una película en puro tiempo presente. Pero la relación actual de ambos implica que nada cambió con aquella boda. El es quien tiene el dinero en la casa y ella está allí para atenderlo. Ni siquiera duermen juntos. Un nuevo episodio de salud de Vladimir, sin embargo, decidirá a Elena a tomar una determinación drástica, que no conviene adelantar, pero que expresa el nihilismo esencial del film.

Premiada en la sección Un Certain Regard del Festival de Cannes 2011, Elena es una película que trabaja simultáneamente en varios niveles, que funcionan como círculos concéntricos de poder. La explotación que practica Vladimir con Elena no es muy distinta a la que a su vez ejerce el hijo de Elena (de un matrimonio anterior) con su propia esposa. La diferencia, en todo caso, es de clase. Unos tienen plata, otros no; unos viven en un gran departamento de la ciudad y otros en un triste monoblock de las afueras, pero todo siempre gira alrededor del dinero.

En un pueblo como el ruso, con una tradición de una profunda espiritualidad, y en una sociedad que vivió durante 80 años bajo el marxismo, Elena muestra que hoy, sin embargo, el único dios es el dinero y que las clases sociales están más distanciadas que nunca. Esa potencialidad polisémica que tiene la película, capaz de sugerir relaciones de poder y de clase de toda una sociedad a partir de una sola familia, se ve resentida, sin embargo, por el tratamiento que impone el director Andrei Zvyaguintsev. En su ópera prima El regreso, estrenada una década atrás en la Argentina, ya era evidente la atención que el realizador prestaba a las formas, que parecían imponerse a su tema antes que trabajar a partir de él. Aquí, en Elena, esa característica se exacerba, al punto de que no sería difícil calificar al film de formalista, como si detrás de cada travelling –y no son pocos, a cual más calculado– se pudiera ver al director y a todo su equipo moviendo la cámara. La música henchida de importancia de Philip Glass no hace sino aumentar este efecto.

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Aunque es la mujer del dueño de casa, Elena se comporta como la mucama de su marido. O la enfermera.
 
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