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Martes, 17 de septiembre de 2013

CINE › PASADO Y PRESENTE EN EL FESTIVAL UNASUR CINE EN SAN JUAN

Cuando la cámara cambia de manos

La sección “La propia mirada” reúne seis cortometrajes realizados por habitantes de barrios carenciados de Capital y Gran Buenos Aires. En el rubro “Homenajes” sobresale el que le está brindando el festival a Leonardo Favio, a casi un año de su muerte.

 Por Ezequiel Boetti

Desde San Juan

Promedia la segunda edición del Festival Unasur Cine, que se realiza hasta el próximo viernes en seis sedes de una capital sanjuanina atravesada por un crepúsculo invernal de los más gélidos que sus habitantes recuerden en años. La sorpresa de los locales es aún mayor si se tiene en cuenta que hace apenas una semana sopló el viento Zonda, dilatando el mercurio de los termómetros hasta casi los 40 grados. En este contexto de ciclotimia climatológica, nada mejor que refugiarse en las salas, que en estos días ofrecen una variada oferta de 148 películas provenientes en su mayoría de casi toda la región, además de charlas, homenajes y eventos especiales.

Uno de estos últimos fue “La propia mirada”, sección que bien podría haberse denominado “De cómo el cine aprehende lo real”. Concebidos con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), la Secretaría de Cultura de la Nación, la gobernación de San Juan y la Fundación Cine con Vecinos, y coordinados por Florencia Kirchner, estos seis cortometrajes desplazaron el poder de la cámara a los habitantes de tres barrios carenciados de Capital Federal, Gran Buenos Aires y otros tantos de esta provincia, “a quienes se les brindó una serie de charlas introductorias para que ellos decidieran qué contar, cómo filmar y con qué perspectiva”, según explicó durante la función la directora de Unasur Cine, Paula de Luque.

Con la flamante sapiencia técnica y artística, la segunda parte del trabajo consistió en la puesta en marcha de la captación de las distintas facetas de la cotidianidad. Se entiende, entonces, que algunos optaran por la rotura de los prejuicios, otros por la magnificación de los pesares colectivos e incluso algunos se animaran a una óptica lúdica y esperanzada. El resultado fue un corpus alejado de la suficiencia sensacionalista habitual en los informes periodísticos, presentado el domingo a la noche en una función que contó con parte del gabinete provincial y la madre de Plaza de Mayo Taty Almeida, además de varios de los protagonistas. La sección abrió con Emergencia, en el que la comunidad del Barrio Cildañez ficcionaliza la habitual desidia burocrática aplicada a aquellos que viven en los márgenes, en este caso ilustrada en una sala de emergencias. Los habitantes del Elefante Blanco de Lugano fueron los creadores de Mi barrio, que narra el derrotero de una familia forzada a mudarse de la villa cercana a la faraónica construcción inconclusa, en donde descubren la solidaridad de sus vecinos. Que la coordinación de este trabajo haya recaído en un director habituado a insuflarle verdad a su cine como José Celestino Campusano (Vil romance, Vikingo) es una buena razón para explicar por qué este corto resultó el mejor de la sección.

El tercer integrante del grupo fue Mi caballo. Realizado en el Barrio La Garrote, ubicado en las márgenes de la idealizada Tigre, el film muestra en tono de comedia la historia de un chico dispuesto a invertir todos sus ahorros en la compra de un pony. Le siguió Kevin, proveniente del Barrio Villa Paula del departamento sanjuanino de Chimbas, que narra la historia real del asesinato del chico del título a raíz del impacto de una bala perdida durante una disputa vecinal. Más tarde fue el turno de Hay equipo, en el que un grupo de adolescentes del Barrio Madre Teresa de Calcuta de la localidad de Pocito debe disputar un partido de fútbol sin su principal jugador, descubriendo así las bondades del trabajo colectivo. El cierre estuvo a cargo de Las familias, del Barrio Evita, fábula que exhibe en primer plano los prejuicios generados por las diferencias socioeconómicas dentro del núcleo familiar.

Pero no sólo de presente y realidad social se abasteció la primera parte de Unasur Cine. Fallecido hace casi un año, Leonardo Favio fue, menuda novedad, uno de los únicos realizadores argentinos que logró la fórmula perfecta para amalgamar la calidad de productos artísticamente sofisticados con historias de alcance popular y masivo. Basta recordar las 6 millones de entradas cortadas por el tándem Juan Moreira y Nazareno Cruz y el Lobo para comprobarlo. Desde entonces consolidó aun más una filmografía tan breve (nueve películas en más de 40 años) como fundamental en la historiografía sudamericana. “Favio tuvo siempre la increíble habilidad para convertir lo que en otros sería sensiblería, cursilería, puro caramelo, en la más auténtica sensibilidad. A los sentimientos desbordados siempre supo acecharlos y contenerlos con golpes de realidad”, escribió el periodista y crítico Mariano Kairuz en el libro La memoria de los ojos: filmografía completa de Leonardo Favio, editado en conjunto por La Otra Boca y el grupo de gestión y producción cultural La Nave de los Sueños hace un par de años.

La realización de un homenaje aquí, a poco más de 160 kilómetros de su Mendoza natal, no hace más que magnificar la justicia del reconocimiento. Reconocimiento que incluyó –e incluirá– la proyección de una retrospectiva casi completa (las ausentes son Crónica de un niño solo y Perón, sinfonía de un sentimiento) y un acto de apertura centrado en las distintas expresiones artísticas del director de Soñar, soñar, que contó con la participación del actor Federico Luppi, la actriz Antonella Costa, la bailarina y protagonista de Aniceto, Natalia Pelayo, y los músicos Pilín Massei y Nicolás Favio, además de los productores de la banda sonora de Juan Moreira, Pocho Leyes y Luis María Serra. “El trabajo musical en esa película fue muy raro. Había un coro clásico cantando, tardamos cuatro o cinco meses armando la música, cuando generalmente se hace en dos o tres semanas”, recordó Serra durante la conferencia de prensa de la que también participaron Costa y Luppi, quien pegó el salto del teatro independiente a la pantalla grande gracias a su protagónico en El romance del Aniceto y la Francisca, en 1966. “Era un sabio con una capacidad de síntesis genial que sacaba lo mejor de cada persona con la que trabajaba”, recordó el actor.

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Los habitantes del Elefante Blanco de Lugano fueron los creadores de Mi barrio.
 
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