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Jueves, 3 de julio de 2014

CINE › AMOR A LA CARTA, DEL REALIZADOR INDIO RITESH BATRA

Revelaciones a la hora de la comida

A pesar de que Bollywood produce una cantidad ingente de películas, puede considerarse este estreno local como una auténtica rareza. Y aunque no pretende descubrir la pólvora, el director y guionista encuentra el tono justo para su historia de almas solitarias.

Cine made in India en la Argentina: poco y nada. Con la excepción de las películas de Mira Nair (afincada en Nueva York desde hace más de tres décadas) y alguna resonante producción europea rodada en territorio indio (Slumdog millionaire – ¿Quién quiere ser millonario?), el cine del mayor productor mundial de largometrajes por año –entre 800 y 1000, dependiendo de la cosecha– es virtualmente desconocido en nuestro país. Un dato que se verifica tanto en su vertiente nac&pop, reconocida en los últimos tiempos por el término genérico Bollywood –con sus bailes, canciones y romances atravesando todas las formas y géneros habidos y por haber–, como en la tradición de ese cine más “autoral”, menos atado a convenciones narrativas y comerciales, cuyos eminentes padres fundadores fueron realizadores de la talla de Satyajit Ray, Ritwik Ghatak o Mrinal Sen. Más allá de sus valores y deméritos, el estreno de Amor a la carta debería celebrarse como un minúsculo, pero valioso granito de arena que aportará, durante el tiempo que permanezca en pantalla, a la heterogeneidad de una cartelera cada vez más escuálida en términos de diversidad.

Ni Bollywood ni su opuesto, Amor a la carta (su título internacional The Lunchbox podría traducirse, mal que le pese a la RAE, como “La lonchera”) intenta cruzar los ánimos e intenciones de la comedia romántica con una mirada que sólo edulcora lo justo y necesario, no sea cosa de que el plato termine empalagando. Y la metáfora culinaria no es casual, ya que la historia de Ila y Saajan comienza cuando una merienda destinada al marido de la primera termina, por un error del servicio de delivery, en la mesa de trabajo del segundo. La ópera prima del realizador y guionista Ritesh Batra toma ese malentendido como excusa para un relato de seres solitarios: el de una joven esposa y madre confinada a un rol femenino tradicional, una mujer algo soñadora y definitivamente insatisfecha, y el de un hombre de mediana edad de tonalidades grises, viudo desde hace tiempo, que ve pasar los últimos días laborales antes de una jubilación temprana sin júbilo ni tristeza. Que Saajan (la estrella del cine indio Irrfan Khan, visto recientemente en producciones de Hollywood como El Sorprendente Hombre Araña y Una aventura extraordinaria) devore esa comida que el marido de Ila usualmente ni registra será el punto de partida para un particular intercambio epistolar entre dos desconocidos. Claro que, cartita va, cartita viene –siempre escondida entre los diferentes platos y las escasas sobras–, ambos irán conociendo sus miedos, descontentos y anhelos.

Ritesh Batra no pretende inventar la pólvora y entre las claras intenciones de su película –que contó con aportes económicos y técnicos de Alemania, Francia y Estados Unidos y que viene de recorrer varios festivales de cine, de Cannes a Toronto vía Karlovy Vary– no es menor su deseo de complacer a la audiencia con risas y llantos siempre amables. Incluso la aparición de un joven personaje secundario le sirve al realizador como contrapunto a la sequedad esencial de su protagonista masculino, pero en ocasiones queda relegado al rol de alivio cómico esquemático. Pero hay varios puntos a favor de Amor a la carta. En principio, el buen uso de locaciones reales: las calles, edificios y trenes de esa enorme y apretada urbe que es Mumbai se transforman en un personaje más, aportando una cualidad muy localista pero al mismo tiempo universal. Por otro lado, Batra nunca se deja seducir por las leyes del melodrama de baja estofa o la hipótesis de la media naranja como ley universal consagrada. Finalmente, el film permite conocer, al menos de manera superficial, el increíble arte de los dabbawalas de Mumbai –encargados de recoger, trasladar y devolver diariamente comida fresca en portaviandas–, hombres orgullosos de ser los únicos en ese ramo en todo el mundo.

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La confusión en la entrega de una vianda termina generando una curiosa relación epistolar.
 
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