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Sábado, 20 de septiembre de 2014

CINE › ESTEBAN LAMOTHE, DEL CINE INDEPENDIENTE A LA FAMA TELEVISIVA

“Hay actores que no logran sobrevivir a la televisión”

A punto de estrenar El cerrajero, la película que protagoniza junto a Erica Rivas, el protagonista de El estudiante habla de su formación teatral sui generis, del valor del trabajo en equipo y de las exigencias que implica la TV.

 Por Oscar Ranzani

Es “el” actor del cine independiente argentino. Esteban Lamothe, con 37 años, ya tiene un importante curriculum: participó en Historias extraordinarias (Mariano Llinás), Castro (Alejo Moguillansky), Todos mienten (Matías Piñeiro) y Villegas (Gonzalo Tobal), entre otros films del circuito independiente. Pero, sin duda, la película que le otorgó visibilidad en el medio y gracias a la cual saltó a la popularidad fue El estudiante, de Santiago Mitre, donde Lamothe componía a un joven recién llegado del interior que se metía en el mundo de la militancia universitaria para terminar vinculándose con peces gordos de la política. El actor, que vino a Buenos Aires a los diecisiete años desde el pueblo bonaerense de Florentino Ameghino, luego pasó a ser conocido en la televisión: puso su rostro en Sos mi hombre, Farsantes y actualmente es Pablo González, el presentador de noticias que interpreta en Guapas, la tira de Pol-ka que se emite por El Trece. Pero como no olvida sus orígenes volvió a ser el protagonista de otro film independiente, El cerrajero, opus dos de Natalia Smirnoff (directora de Rompecabezas), que se estrena el jueves próximo en la cartelera porteña.

Como bien indica el título, Lamothe es en la ficción el cerrajero Sebastián, un joven que no pudo –o no supo– tener parejas estables, aunque con Mónica (Erica Rivas) ya lleva unos meses, con idas y vueltas. Cuando ella le comenta que está embarazada y cree que es de él, Sebastián siente el impacto. Y a partir de ese momento su vida cambia, ya que empieza a tener extrañas visiones sobre sus clientes mientras está trabajando en sus puertas. Una suerte de clarividencia que a Sebastián no le provoca ninguna alegría: más bien lo vive como algo perturbador, que no puede controlar. Cuando conoce a Daisy (Yosiria Huaripata), esta chica le hace entender que se trata de un don y, entonces, Sebastián, escéptico de la ventaja de lo que tiene, tendrá que ver si puede utilizar sus poderes extrasensoriales para su propio bienestar.

En cuanto a la construcción de su personaje, Lamothe cuenta a Página/12 que ensayó mucho con Smirnoff. “Después vino el rodaje, que es siempre todo más apretado. Traté de ir al mundo de Natalia, que es un mundo femenino”, agrega el actor. Lamothe confiesa que Sebastián quizá sea el personaje más distinto a él que le tocó hacer, “no por caracterización ni por transformación, sino porque El cerrajero es una película de una mujer, muy femenina”, explica. Y lo argumenta así: “La película habla de ese momento de quiebre en la vida de un hombre, cuando entiende o acepta la paternidad y también el crecimiento. Y eso está visto por una mujer. Entonces es algo bastante particular. Es como si yo hiciera una película sobre el parto. Sería mi punto de vista sobre el parto. Yo nunca voy a parir. En ese sentido, traté de confiar en Natalia y de ir para adelante”.

–¿Cuánto hay de metáfora en la película? Porque es como si este cerrajero espiara por la hendija de las almas de los personajes con quienes se cruza...

–Sí, es algo así. Al mismo tiempo tiene algo medio paranormal, porque lo que ocurre es una especie de súper poder no deseado lo que él desarrolló. Pero hay un diálogo entre su profesión y lo que ocurre en su vida.

–¿Cree en la clarividencia que tiene el personaje?

–No, no, yo creo en el boxeo, en el fútbol, en Dios, en la Virgen de Itatí y nada más (risas).

–Trabajó en muchos proyectos de cine independiente argentino. ¿Es una casualidad o es algo que tiene en cuenta para elegir las películas donde participar?

–No, no es una casualidad: a Mariano Llinás, Alejo Moguillansky, Delfina Castagnino, Gonzalo Tobal y Matías Piñeiro los conocí y me formé con ellos. Mi etapa independiente terminó con El estudiante, aunque El cerrajero podría entrar en ese espacio por su temática, por sus tiempos, por su temporalidad. De hecho, Natalia es egresada de la camada dorada de la FUC, donde estuvieron también Pablo Trapero, Ana Katz, Lisandro Alonso. Pero en esta película hice un casting y quedé. Las otras las hice con amigos. Entonces, no fue una casualidad, porque los admiro y porque quería que ellos me filmen porque lo hacen muy bien y porque me gusta lo que cuentan.

–A diferencia del cine, en la pantalla chica trabajó en ciclos de la gran industria. Teniendo en cuenta que en el cine se trabaja de manera más pausada que en la TV, ¿sintió el cambio?

–Sí, pero traté de adaptarme rápido. Hay personas que no sobreviven a la televisión porque vienen del teatro o del cine; sobre todo del teatro, porque en el cine hay una cámara, más allá de que sean otros tiempos. Pasa que en el cine hay una cámara y en la tele hay tres al mismo tiempo. Los primeros días tenés que tener cuidado de no mirar a cámara porque las ves por todos lados. La tele tiene que ser todo presente y no podés hacerte demasiadas preguntas acerca del personaje. Si venís del teatro, y tenés prejuicios con la tele y querés más tiempo para comprender “por qué el personaje ahora entra y toma un café si ayer tomó té”, no, tomate de una el café y hacé la escena porque si no te pegan una patada en el culo. En ese sentido, mi habilidad con la tele fue entender esa velocidad, más allá de que pueda haber actuado mejor o peor en una u otra novela. Aparte, un personaje en una novela está expuesto a un millón de situaciones. En el cine, en general, empieza, tiene un punto de quiebre y llega a un lugar y se desarrolla. A mí gusta mucho más el cine, pero en la tele, de repente, el personaje se va al Africa, vuelve, se va al Tigre, se exilia, se casa, es gay, después es hetero...

–Se lo nota muy natural al actuar. ¿Es una construcción suya o no llega a desdoblarse como otros actores?

–Trato de actuar como los actores que me gustan. Y me gustan las cosas fluidas, naturales o verdaderas cuando veo un actor. Está sobrevaluada la transformación. Si hoy soy rengo y tengo sida y mañana hago de un chabón musculoso voy a ser más ovacionado y probablemente reciba más premios que si profundizo una línea. Profundizar una línea, en general, está mal visto o te pueden decir que hacés siempre lo mismo. Lo que trato de hacer claramente no es cambiar de un personaje a otro, sino que intento que las cosas parezcan verdad. Si me estoy tomando un café en una escena, lo tomo realmente. No hago de cuenta que me estoy tomando un café. Y esa verdad está adentro mío. Yo no la busco afuera. Si tengo que hacer de un médico no voy a investigar la vida de un médico a ver cómo es ese profesional, sino que veo cómo sería yo si fuese médico. Entonces, busco adentro mío.

–¿Es un trabajo más introspectivo?

–Sí, por eso puede ser que haya ciertas similitudes o que esa naturalidad de la que usted habla sea un poco parecida a mí. Yo busco adentro, no afuera.

–¿El estudiante significó una bisagra en su carrera?

–Claramente, porque de ese grupo de películas que venía haciendo fue “la” película que asomó la cabeza a la superficie en términos de crítica, de público, me conoció un montón de gente. Claramente, todo lo que hice después y todo el trabajo que tuve fue gracias a El estudiante y a la visibilidad que tuvo esa película.

–¿Por qué decidió volver a trabajar con Santiago Mitre en el film La patota que está rodando actualmente?

–Porque me llamó (risas).

–Ahí no hizo casting.

–No, por suerte no. Me fue bien con El estudiante y me salteé el casting (risas). No, la verdad es que lo admiro mucho y me parece que es un director tremendo. Y La patota es una película que va a provocar un mazazo en la cabeza. Es muy tremenda. Estamos tratando de adaptarnos a este nuevo formato: hay un poco más de plata y filmamos con un esquema más convencional. Es una aventura. Hacer una película con Mitre es como irme con un amigo de camping o de pesca. La protagonista es Dolores Fonzi y yo interpreto al novio.

–Es una remake de la película de Daniel Tinayre. ¿Le gusta el cine clásico?

–No vi nada. La única película que vi fue La patota porque fui a comer al programa de Mirtha Legrand y tenía que verla como para hablar de algo. Me gustó esa película. Hoy día es un poco ingenuo el final, pero es muy buena. Incluso, me llamó la atención lo bien filmada que está. Está mejor filmada que el ochenta por ciento de las películas que se hacen ahora. Cinematográficamente, me pareció re-poderosa.

–También filmó con Adrián Biniez, el director de Gigante, en El 5 de Talleres, aún no estrenada, donde tiene el protagónico, ¿no?

–Sí, hago un personaje de barrio.

–¿Le gusta el fútbol?

–Sí, pero me gusta más el boxeo. De nacimiento soy de Boca, pero no soy fanático, fui a la cancha muy poco. Incluso voy a ver, a veces, a Independiente con mi hermano, del cual él sí es fanático. Diría que me gusta el fútbol en general. O sea, me gusta ver fútbol.

–¿Cómo observa en la actualidad el cine independiente argentino? ¿Cree que se produjo una renovación por parte de las nuevas generaciones que tomaron las cámaras?

–Sí, se produjo una renovación y hay otra generación más nueva que esa que yo no conozco. Por eso también soy cuidadoso cuando me llega un guión o una ópera prima de alguien para no decir: “¿Qué voy a hacer esta peliculita?”. Porque uno de esos puede ser el próximo Mitre, el próximo Llinás. Entonces, creo que se produjo una renovación. Pero me parece que es un debate más amplio porque no hay salas, hay un montón de películas que son brillantes y que sólo tienen visibilidad en los festivales o una vez por semana en el Malba, que está saturado porque hay muchas películas. O en La Lugones, que ahora mismo está cerrada. Se produjo una renovación y ya se había producido una antes con Trapero, Alonso. Y no me caben dudas de que no estamos lejos de que se produzca una tercera.

–Cuando llegó con diecisiete años de Florentino Ameghino, ¿soñaba con ser actor o no tenía claro a qué dedicarse?

–No, nunca me hubiese imaginado que iba actuar, hacer películas y que alguien se iba a interesar en filmarme. Tampoco tuve ningún tipo de contacto con el arte hasta los 23 años, cuando conocí a un chico que me mostró películas, libros y me llevó a ver obras de teatro. Yo trabajé con él diez años en una parrilla y él fue el que me dio los libros de Chéjov, Carver, de todo. Me dio las películas de los Coen, de Kitano, Tarkovski. Me llevó al teatro a ver las obras de Federico León, de Bartís. Podría decir que me formé con él. Después empecé a estudiar teatro, pero esa información fue la que me motivó. Ahí conocí a Esteban Bigliardi, con quien empezamos juntos a actuar.

–Cuando vino a Buenos Aires, ¿de qué más trabajó?

–Además de la parrilla, trabajé en un bar de Palermo y también pinté casas durante dos años.

–¿Cree que en la actualidad hay espacio suficiente en la TV y en el cine para los artistas del interior del país?

–No, prácticamente no hay espacio para nadie. Es muy difícil entrar. Por ahí, en el cine no. Cuando viene un pibe y me pregunta cómo hice, a quién le puede llevar material, le digo que haga lo que yo hice. Lo que hice fue juntarme con mis amigos. Por suerte tenía amigos talentosos. Me rodeé bien: me dirigían Romina Paula, Mariano Llinás, Santiago Mitre; me junté con Esteban Bigliardi, Pilar Gamboa. Juntos hacíamos obras, pensábamos de la nada. Ibamos con un proyecto, entregábamos la carpetita en un teatro, hicimos una obra independiente. Esa obra duraba dos años y ahí me vio un director de cine, me llamó para hacer un corto... Es un camino muy lento. Lo que pasa es que hay una cosa con la inmediatez que es propia de estos tiempos, de hacerte famoso de un día para el otro. A veces, se me acercan jóvenes creyendo que tengo una especie de fórmula para terminar siendo un galán en Pol-ka. La fórmula es: “Juntate con tus amigos y trabajá”. Excepto en las series de la TV Pública y en las que hay ahora del Incaa, no hay mucho recambio de caras en las novelas. Creo que en Pol-ka ahora hay un poco más, pero también pasa que hay muchos actores.

–¿Y cómo vivió el pasaje del anonimato de vivir en un pueblo a la fama que le otorgó la televisión?

–Dentro de todo, bastante orgánicamente, porque yo tampoco salgo tanto a la calle. Y cuando voy a mi pueblo la gente me respeta. Siempre hay algún hincha pelotas que me toca el timbre a la hora de la siesta para sacarse una foto y lo quiero matar. Pero no lo padecí. Me sigo juntando con la misma gente que me juntaba antes. Y no lo digo porque crea que eso tenga un valor ni nada, sino porque se dio así. No voy a los lugares que van los famosos. Si fuese un chabón medio bolichero, calculo que en esos lugares si sos famoso te rompen las pelotas. Pero solamente tengo cuidado a la salida de los colegios porque los niños todos juntos son un poco atrevidos (risas). Yo era igual, era insoportable, y cuando éramos muchos, yo era más insoportable todavía. O sea que los súper entiendo y no tengo nada contra ellos, simplemente me cruzo de vereda o me bajo un poquito más la gorra para que no me vean. Fuera de eso, no sentí un gran cambio. Camino tranquilo por la calle y, a lo sumo, cuando se acerca alguien de buena onda, incluso me gusta. Pero igual es raro que todo el mundo en la calle te conozca. No lo padecí especialmente.

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“Conocí a Mariano Llinás, Alejo Moguillansky, Delfina Castagnino, Gonzalo Tobal y Matías Piñeiro y me formé con ellos”, dice Lamothe.
Imagen: Rafael Yohai
 
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