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Jueves, 26 de marzo de 2015

CINE › HOME, NO HAY LUGAR COMO EL HOGAR, DE TIM JOHNSON

Una para chicos con demasiadas explicaciones

 Por Juan Pablo Cinelli

La nueva película animada de los estudios Dreamworks resulta un interesante objeto de análisis. No porque venga a aportar nada sustancial al género infantil, uno de los más redituables y prolíficos de la actualidad, sino porque su eje temático se encuentra en pleno contacto con una realidad ineludible para una sociedad como la estadounidense. Home, no hay lugar como el hogar, de Tim Johnson, es un relato acerca de la invasión, sus causas y consecuencias pero que, a diferencia de otros relatos que giran en torno del mismo tema, aborda el asunto desde numerosos puntos de vista e incluso intenta ser comprensivo con las motivaciones que dan origen a todos ellos. Un intento de sinopsis: los Buvs son una civilización de tiernos y pacíficos extraterrestres que se ven obligados a invadir la Tierra para evitar la extinción, debido a que los Gorgs, otra raza alienígena, los persigue desde hace rato. Claro que a diferencia de los Buvs, los Gorgs son feos y agresivos, los malos del cuento, y en su persecución van destruyendo los diferentes mundos que los otros eligen para asentarse. Pero aunque sus motivos sean diferentes, ambos pueblos comparten su carácter de invasores y la humanidad termina encerrada en un campo de refugiados en el desierto de Australia. Pero como los Buv son buenos, lejos de parecer la Franja de Gaza el lugar es una especie de Disneylandia, en donde la humanidad no sólo tiene todo lo que necesita, sino también todo lo que aparentemente puede desear. El lugar perfecto, un paraíso de capitalismo socialista.

A diferencia de Francotirador, de Clint Eastwood, en donde la narración se ocupa nada más del relato propio y reduce al otro y sus acciones a un papel menor, en Home el otro también es un individuo con una explicación razonable para su accionar. Pero la película no sólo tiene esa generosidad con los humanos y los Buvs, que también habitan el lugar de la víctima y con quienes es muy fácil empatizar, sino que hasta se permite ser comprensiva con los Gorgs, los monstruos, que parecen venir a destruir por capricho y sin lógica aparente. En Home, entonces, no hay malos, sino problemas para entender las razones ajenas. Claro que todo eso sería más poderoso si tras un arranque prometedor, con buen humor y un alto sentido del absurdo, el film no se dedicara a dinamitar sus propios méritos con una banda de sonido de canciones pop–chorizo; con un doble final que sólo busca multiplicar el llanto del espectador y que, peor que peor, termina cayendo en el proto new age saintexuperiano de “lo esencial es invisible a los ojos” que desvirtúa bastante la cosa. Porque en el fondo, Home no se permite aceptar al otro en tanto monstruo (donde lo monstruoso es lo verdaderamente distinto de uno), sino que antes necesita asimilarlo en un ser lindo y amigable. En cambio, hay quienes podrán acusar a Eastwood de derechista o de alterar la realidad que retrata (incluso todo eso podría ser cierto, aunque este no es el espacio para debatirlo), pero les será más difícil probar que Francotirador es una película timorata o que atenta contra su propia (y sólida) lógica dramática.

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Invasores buenos y malos.
 
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