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Jueves, 3 de septiembre de 2015

CINE › GLORIA, DE SEBASTIAN LELIO, CON PAULINA GARCIA, PREMIADA EN LA BERLINALE

Una mujer que no rinde cuentas a nadie

El tercer largo del director chileno encarna a la perfección algunas de las virtudes del nuevo cine que se está produciendo en el país vecino y la gran cantidad de premios cosechados en diversos festivales del mundo no hacen sino confirmarlo.

 Por Diego Brodersen

Casi tres años después de su estreno mundial en el Festival de Berlín, el cuarto largometraje del chileno (nacido en Mendoza) Sebastián Lelio (El año del tigre, Navidad) cruza la cordillera y desembarca en las pantallas argentinas. Mejor tarde que nunca, ya que Gloria parece encarnar a la perfección algunas de las virtudes del nuevo cine que se está produciendo en el país vecino y la gran cantidad de premios cosechados en diversos festivales del mundo (incluido el merecidísimo a Paulina García, como Mejor actriz, en la Berlinale) demuestran que la película ha sabido tocar a jurados profesionales y a aquellos integrados por el público en partes iguales. A pesar de que nunca se explicita su edad, Gloria debe andar por los cincuenta y largos, tiene hijos grandes, se ha separado de su marido hace bastante tiempo, vive sola en un típico departamento de clase media y trabaja en una empresa en Santiago de Chile. Gloria sale, le gusta bailar y conocer hombres y por ello no le rinde cuentas a nadie. Así la presenta la película, en una disco para seniors, bailando al ritmo de Donna Summer (“I Feel Love”, obvio guiño) y regresando a su casa con algunas copas de más encima.

Es precisamente en uno de esos eventos donde conoce a Rodolfo, un caballero también separado que será su nuevo interés amoroso, aunque no sin complicaciones: el hombre mantiene una relación por momentos casi patológica con su ex y sus dos hijas. El inteligente guión de Lelio y Gonzalo Maza trabaja de manera descriptiva y por sedimentación y va desplegando la información sobre la protagonista, su familia, el entorno y su nueva pareja de manera gradual. De esa forma, el espectador se sumerge en el retrato y la historia y va conociendo las posibles aristas conflictivas a medida que el film las va descubriendo. A pesar de no ser una comedia en un sentido estricto, Gloria hace gala de un humor que está agazapado sin llegar nunca a pegar el salto, como en esa subtrama sobre un vecino que sufre de recurrentes y muy ruidosos ataques de nihilismo en medio de la madrugada o la sesión de yoga a la que Gloria asiste con la única intención de ver a su hija.

La construcción del personaje –que es un todo: guión, actuación y puesta en escena, nunca una sola de esas cosas– termina moldeando a una inconformista silenciosa, una mujer que no acepta los dictados del deber ser a su edad. Gloria es una rebelde que se levanta una y otra vez luego de los pequeños y grandes golpes que recibe cotidianamente. La relación con Rodolfo ocupa una parte importante del metraje y es muy destacable que, lejos de encarnar a un personaje melindroso o patético, haya algo extremadamente humano en esa imposibilidad de entregarse por completo al contacto con otro ser humano a esas alturas de la vida. La de Gloria, la película, no es una historia de amor en ese sentido otoñal bastante ñoño que tantos largometrajes insisten en perpetuar, sino el relato de dos personajes imposibilitados de construir algo perdurable más allá de sus deseos íntimos. Que ello no incluya dosis importantes de crueldad –apenas un leve sarcasmo en alguna que otra escena– es otro de los logros para nada menores del film, como en esa escena central para su desarrollo dramático, durante una cena familiar que reúne a las relaciones lejanas con las recientes y que incluye, en partes iguales, alegría, tristeza y bastante incomodidad.

Acercándose al desenlace, luego de un fallido viaje a Viña del Mar, la película abandona algunas de las libertades narrativas que supo conseguir y se empeña en cerrar varias líneas del relato de manera exaltada, sometiendo a Gloria a un pequeño desastre un tanto inexplicable desde el punto de vista del famoso verosímil (la pérdida de una cartera) para justificar la presencia de un personaje secundario que, a su vez, funciona solapadamente como metáfora de tipo social. U obligándola a clausurar la relación con Rodolfo con una situación harto simpática pero definitivamente impertinente. La última escena en una fiesta de casamiento re versiona ese gran invento de Claire Denis en Bella tarea, la escena de liberación en la pista de baile. Con fondo, por supuesto, de ese inoxidable clásico compuesto por Umberto Tozzi, “Gloria”, aquí en su versión original en español. El viaje llegó a su fin y Gloria sigue allí, de pie y con renovadas energías.

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Paulina García, merecidísimo premio a la Mejor actriz, en el Festival de Berlín.
 
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