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Jueves, 8 de septiembre de 2005

CINE › ENTREVISTA CON GASTON PAULS SOBRE “ILUMINADOS POR EL FUEGO”

“La guerra acá todavía no se contó”

Gastón Pauls es uno de los protagonistas de Iluminados por el fuego, la película de Tristán Bauer que se estrena hoy y cuenta una historia sobre Malvinas. “Interpretar a uno de esos chicos me dio orgullo”, dice Pauls.

 Por Oscar Ranzani

“No existe el frío, no existe el hambre, sólo Dios y la Patria”, les grita un teniente sin alma a los colimbas en Malvinas al promediarse buena parte de Iluminados por el fuego, la nueva película de Tristán Bauer que se estrena hoy en 50 salas de todo el país, en medio de una gran expectativa. Esa frase inmunda resuena en los oídos de esos conscriptos que no tuvieron más remedio que dejar sus familias, sus novias, sus amigos y empuñar las armas como si fueran expertos que se prepararon toda la vida para pelear en una guerra. Pero el frío y el hambre existieron. Y también la soledad, el dolor y la muerte de muchos chicos que recién se asomaban a la vida. Iluminados por el fuego es una película humanista, una manifestación de ternura de esos chicos que supieron cultivar una amistad en medio de aquella tragedia.
Inspirada en el libro homónimo de los ex combatientes Edgardo Esteban y Gustavo Romero Borri, Iluminados por el fuego está narrada en dos tiempos: en la actualidad el periodista Esteban Leguizamón tiene 40 años y, a partir del intento de suicidio de Vargas, un compañero suyo durante el conflicto bélico, comienza a recordar el horror de la guerra. El elenco está encabezado por Gastón Pauls, que compone a Esteban Leguizamón tanto en sus dieciocho años como en la etapa de los cuarenta. “Como actor no podría decir que fue el papel más importante pero sí quizás el que se acerque más al orgullo y al dolor –explica Pauls a Página/12–. Al orgullo porque como argentino, actor y ser humano poder representar y retratar la vida de estos chicos es un orgullo. Y quizás, fue la más movilizante por el tema.”
–¿Qué le pasó cuando Bauer dijo “¡Acción!” por primera vez?
–En realidad, es extraño. La primera escena de esta película la filmamos en el aire cuando viajábamos hacia Malvinas en el avión. Para mí es una imagen muy concreta sobre la película: desde arriba mirar Malvinas y poder ver ese lugar donde hubo tanto dolor abajo... Hubo mucho nervio. Lo recuerdo. Cuando Bauer dijo “acción”, dije “por Dios y por todos los pibes que alguien haga fuerza también”, porque yo sentía que era demasiada la carga como actor y como persona de ponerme en el papel de un combatiente. Sentía que estaba siendo la voz de muchos que hoy no la tienen más porque murieron ahí, porque se suicidaron, porque quedaron tocados de por vida y otros porque fueron silenciados por una sociedad, por un gobierno militar y por una democracia que tampoco les dio demasiada bola. Entonces, toda esa carga que yo tenía, en el momento de la acción apareció y después algo se relajó y dije “vamos como se pueda”.
–Una de las características de su personaje es que se trata de una persona equilibrada que pudo rehacer su vida, a diferencia de Vargas que, quizás, esté más cercano a la percepción que puede tener la gente de los ex combatientes.
–Sí, en el imaginario y yo también tenía la imagen de que el ex combatiente o el veterano de guerra era alguien mucho más dolorido o golpeado. Pero también es cierto que el personaje que yo represento, Esteban Leguizamón, al ver a Vargas se replantea un montón de cosas sobre lo que pasó. Mirando a su compañero puede intentar realizar un balance que es lo que no hizo la sociedad argentina. La sociedad argentina negó Malvinas. En un momento estaban todos festejando en la plaza porque se habían recuperado, pero cuando se perdió nadie fue a esperar a los pibes que volvían sin una gamba, sin un pie, sin una mano. No los recibió nadie. Y, de alguna manera, siento que lo que hace mi personaje, volver a la isla, es lo que me parece que le faltó al pueblo argentino: mirar lo que pasó, las culpas de cada uno en este conflicto.
–¿Qué es lo que más tuvo en cuenta a la hora de componer su personaje?
–La mirada de Edgardo. Todos los ex combatientes tienen algo en la mirada. Todos. Hay algo que quedó marcado ahí. Si usted mira a un ex combatiente algo del combate quedó ahí adentro: algo del frío, de la soledad, del hambre, del miedo, de la desolación, está en la mirada del ex combatiente. Yo quería mirar como Edgardo Esteban y fue lo único que él me pidió. Me dijo: “si vos lográs diez segundos de la mirada de un ex combatiente, ya está”. Y para mí el mejor elogio fue que Edgardo me dijo que se había logrado en la película entera. Para mí era fundamental su opinión. Y dio el aval. No hablo sólo de mi laburo sino de la mirada en general de la película.
–Es una película que habla sobre una guerra, pero no es una película bélica. La mirada de Bauer es humanista. ¿Usted lo siente así?
–Totalmente de acuerdo. Es una película bélica porque transcurre en una guerra pero también habla de las relaciones que se generan en una guerra. Sería podarle un montón de otros caminos que tiene la película si la definimos como bélica: es también un documento y una película histórica. Habla de ciertas cosas que pasaron en los últimos veintitrés años. Por ejemplo, al principio de la película hay un momento que yo voy en el auto y miro cartoneros: está presente también una realidad que si sólo pensamos que es una película bélica escamoteamos, nos quedamos en esa batalla. También habla de la guerra cotidiana en el hoy, de una guerra que continúa. Una guerra que todavía tienen los ex combatientes y una guerra que tienen los cartoneros, los pibes que están limpiando los vidrios en la esquina. Se habla de la guerra del ’82 pero se habla también del combate cotidiano por la vida.
–¿Cómo fue trabajar con un director de amplia trayectoria como Tristán Bauer? ¿Qué experiencia rescata?
–La mejor. Fue buenísima. Un orgullo desde varios lugares porque comparto mucho su manera de ver, porque lo respeto como tipo y como profesional. Y además por dos razones: primero, porque tenía muy claro qué película quería hacer y cómo la quería contar pero principalmente porque se animó a contarla. Fue una película muy difícil. Realmente es muy llamativo y habla de cómo somos: uno de los pocos países que tuvo una guerra y no la contó. Se puede pensar “la perdimos, nos da vergüenza”. Estados Unidos perdió Vietnam y deben haber hecho cuatro mil películas sobre Vietnam. Alemania perdió la Segunda Guerra Mundial y lo mismo.
–¿A qué lo atribuye?
–A lo que decía antes: hay como una vergüenza, como habernos comido nuestro propio cuento, cuando las tapas de algunas revistas decían “Vamos ganando”, “Estamos ganando”, cuando el pueblo entero estaba festejando. Fue como no asumir esa vergüenza.
–¿De qué cosas se enteró que le impactaron?
–Del hambre que vivieron muchos, de la inmensa valentía de los pibes, del frío crudísimo que vivieron, de los estaqueados. Los mismos militares argentinos estaqueaban a los chicos cuando cometían alguna “falta”. Eso se ve en la película y yo no lo sabía. También de un pacto que les hicieron firmar cuando volvieron, de que los chicos se comprometían a no contar nada de lo que había pasado en Malvinas, un pacto de silencio.

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“Trabajando en esta película me enteré de muchas cosas.”
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