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Viernes, 6 de mayo de 2016

CINE › PEQUEÑO DICCIONARIO ILUSTRADO DE LA ELECTRICIDAD

Historia del pionero que nunca existió

La ópera prima de los realizadores rosarinos Carolina Rimini y Gustavo Galuppo imagina vida y obra de un supuesto investigador especializado en el campo de la electricidad, y se va convirtiendo, paulatinamente, en una comedia fuera de quicio.

 Por Horacio Bernades

Una de las formas de la parodia, el falso documental se mimetiza con alguna variante del ancho campo del registro de lo real, lo vampiriza y practica algún corrimiento, para lograr efectos de comicidad o extrañamiento. Con guión de Alan Pauls y dirección de Carlos Sorín, emitida por televisión en 1986 y luego desaparecida, La era del ñandú imaginaba la existencia de un científico que en los años 50 y 60 había logrado sintetizar una droga extraída de aquel ave pampeana, que permitiría prolongar la vida. Otros ejemplos del género –que cuenta con un especialista, Christopher Guest, autor de un puñado de falsos documentales a lo largo de casi treinta años– son la legendaria This is Spinal Tap, falso rockumental (1984), la rusa Los primeros en la luna, que trabajaba con material de archivo real y falso para imaginar una llegada soviética al satélite (2005) y, por supuesto, Zelig, tal vez el primero y seguramente el más popular y más famoso (1983).

Al reducido lote se suma ahora este Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad, ópera prima de los realizadores rosarinos Carolina Rimini y Gustavo Galuppo, que imaginan vida y obra de un investigador pionero, el francés Christian Villeneuve, especializado en el campo de la electricidad. Entre el cientificismo positivista y el desaforado romanticismo, lo que habría motivado a Villeneuve a seguir, ponerse a la par o eventualmente anticiparse a Luigi Galvani, Thomas Alva Edison, Nikola Tesla, Jules Marey y hasta los hermanos Lumière habría sido la ilusión de prolongar la vida del alma y revivir a los muertos, tal como más tarde una escritora británica llamada Mary Shelley, un médico de ficción de nombre Frankenstein y un autor de ficciones argentino apellidado Bioy Casares soñaron o hicieron soñar. A lo largo de una hora y media, Rimini y Galuppo reconstruyen la movida vida de Villeneuve con una verdadera catarata de material de archivo. Lo cual no es difícil, porque buena parte de él, y esa es parte de la gracia, no guarda la menor relación con el hilo narrativo.

Si todo falso documental mima las formas de alguna variante del documental, en el caso de Pequeño diccionario... la variante elegida es la del documental de montaje en base a imágenes de archivo, llevadas por el relato en off, que va contando el cuentito. Claro que en este caso, y ese es el truco, desde un primer momento hay inserts que desentonan: ¿qué hace allí un Boris Karloff joven y de bigotes, intercalado de modo casi subliminal entre las primeras imágenes, por ejemplo? Karloff es, de hecho, todo un leit motiv a lo largo de Pequeño diccionario..., y se entiende que así sea, teniendo en cuenta que este caballero inglés encarnó al más famoso monstruo de Frankenstein de la historia del cine y ese monstruo, reanimado por la electricidad, tiene todo que ver aquí.

A medida que el héroe fracasa en todos sus emprendimientos, Pequeño diccionario... se va convirtiendo más decididamente en una comedia, como la mayoría de los falsos documentales mencionados en el primer párrafo. Junto con él, que se sume en la locura, la narración tiende a perder la cordura, dejando ingresar inserts cada vez más derivativos, anacrónicos o fuera de lugar. Una mención al general Custer –para quien Villeneuve habría trabajado, así como para otros famosos de la segunda mitad del siglo XIX– da paso a la siguiente asociación: Erroll Flynn fue Custer en Murieron con las botas puestas; en Camino de Santa Fe actuó junto a Ronald Reagan, que hizo de Custer; Reagan fue electo presidente de los Estados Unidos en 1981... etc.

Un edificio, la imagen de un musical de Hollywood, una mujer que baila desnuda, un precario dibujo animado, un equipo de radiotransmisión, definiciones de diccionario que no vienen a cuento se intercalan como imágenes intrusas en medio del chorro de material de archivo. Cuando tras varios minutos de imágenes tomadas del siglo XX se sobreimprime el año correspondiente al tiempo narrativo –1870, pongamos– el espectador puede sentir lo mismo que al ser despertado bruscamente de un sueño. El efecto está entre la comicidad, el extrañamiento y la virosis (no por nada abundan las referencias a virus de computación). Todo esto ocurre en verdad en la segunda parte, cuando el efecto cómico se acentúa. La primera se hace más farragosa y explicativa, llena de nombres, datos, fechas y episodios. Una mayor concisión no le hubiera venido mal a Pequeño diccionario...: 90 minutos parecen demasiados para un género que, como el falso documental, es leve por naturaleza.

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El falso documental elige el modelo del film de montaje en base a imágenes de archivo.
 
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