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Martes, 24 de mayo de 2016

CINE › FEDERICO SOSA ESTRENA ESTE JUEVES SU DOCUMENTAL CONTRA PARAGUAY

“Se contó una versión liberal”

El cineasta se planteó el desafío de enfrentar distintas visiones sobre la llamada Guerra de la Triple Alianza. Pero el suyo es un film menos destinado a buscar verdades absolutas que a problematizar cómo se construye una verdad histórica.

 Por Ezequiel Boetti

Federico Sosa se encontró con los problemas habituales de todo cineasta interesado en explorar los rincones menos iluminados de la historia argentina. Esto es, falta de información más allá de los (pocos) registros oficiales de la época, visiones contrapuestas sobre los hechos y la imposibilidad de la historiografía más liberal de pensar su área de trabajo como una disciplina más grande que la sumatoria de datos validados por un papel con membretes patrios. Pero también se encontró con un nuevo ejemplo de que el lenguaje mantiene inalterable su capacidad para construir sentido, aun cuando atraviese una era plena de bastardeos y abreviaturas. ¿Cómo llamar, entonces, a una guerra cuando su forma de enunciarla implica de por sí una toma de posición? “Esta no fue la Segunda Guerra Mundial o la Civil Norteamericana; fue mucho más compleja y difícil de definir. No creo que esté bien hablar de la de la ´Triple Alianza´ porque es impreciso, ni tampoco ‘Guerra de Paraguay´ porque daría la sensación que la empezó Paraguay y no fue así. Los paraguayos la llaman la Guerra Grande”, dice ante Página/12 el director del documental Contra Paraguay, que se verá desde este jueves en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont.

Quizá la definición que más honor le haga a la guerra entre Brasil, Uruguay y la Argentina contra las fuerzas encabezadas por Francisco Solano López entre 1865 y 1870 sea la última: “Grande” fue el despliegue de fuerzas y la envergadura geográfica (es la guerra más importante de la historia de la región, con cuatro países directamente involucrados), pero sobre todo “grande” resultó el saldo para el bando derrotado: el fin del proteccionismo social, la soberanía económica destruida por la intromisión de los capitales ingleses, la apropiación, el loteo y la entrega de las tierras más fértiles a poderosos hacendados, una brutal pérdida de territorios a manos de los vencedores y un número de bajas que, más allá de las dificultades para precisarlo (se habla de entre 500 mil y un millón sobre 1,3 millones de habitantes, según la fuente), significó el exterminio casi total de los hombres.

La muerte de entre el 70 y el 90 por ciento de la población masculina paraguaya generó “una sociedad de pocos hombres que fortaleció el machismo”, según describió la antropóloga Patricia Kluck en una nota del diario español El País de mayo de 2009, cuando el escándalo por la paternidad del por entonces presidente Fernando Lugo puso sobre el tapete la vigencia de ese paradigma cultural y demográfico, aun cuando la proporción de ambos géneros sobre el total de la población está prácticamente igualada: según ese artículo, 17 de los 45 presidentes de ese país, incluido el ex obispo, tuvieron hijos no reconocidos, y siete de cada diez chicos nacidos el año anterior a la publicación fueron registrados sólo por la madre.

El recorrido por el cauce del conflicto le sirve a Contra Paraguay para enfrentar distintas visiones. No es casual, entonces, que la primera secuencia plantee una discusión sobre si la Historia debe construirse sólo con documentación o también sobre la base de interpretaciones y relatos orales. El efecto es la relativización de todo lo que vendrá, lo que erige al film como uno menos destinado a buscar verdades absolutas que a problematizar cómo se construye una verdad histórica. O, mejor dicho, si existe algo parecido a “una” verdad. “Me interesaba empezar con esa secuencia porque quería que ése fuera uno de los temas de Contra Paraguay”, explica Sosa, y sigue: “La idea era abordar la pata militar, pero también la económica y toda la cuestión de la construcción. Eso es fundamental para que aquí se sepa muy poco de la guerra. En el manual del colegio que tenía había un recuadro que decía que Argentina, Uruguay y Brasil se aliaron porque Paraguay los atacó. En ese sentido, si un historiador trabaja con una biblioteca europea, va a tener una visión desde ese continente hacia la periferia, sin tener en cuenta la tradición oral”.

–¿Tiene alguna explicación sobre por qué prácticamente no hay bibliografía argentina sobre la guerra?

–Creo que fue una decisión que, como dice uno de los historiadores, responde a cuestiones político-culturales que operaron a lo largo de los años y que hicieron que se contara una versión liberal y oficial. Casi todos los historiadores del siglo XIX eran de las élites, y el revisionismo recién empezó a tomar forma en el siglo pasado. Ese revisionismo acá es importante y está más desarrollado que en Paraguay o Brasil, pero todavía falta mucho camino por recorrer.

–¿La guerra está presente en el debate público paraguayo?

–Es un tema que está pero desvirtuado. Una vez que pierde la guerra, se empieza a defenestrar la figura de Francisco Solano López. Recién en el siglo XX, cuando está por empezar la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, surge una ola nacionalista que hace que se vuelva a él para convertirlo en héroe nacional. Se exaltó el discurso militarista, pero las cuestiones relacionadas con la tierra, el rol del estado y el proteccionismo no se discutieron.

–El choque entre la historia liberal y la revisionista genera interpretaciones opuestas sobre los roles de Mitre, Solano López y Gran Bretaña. ¿Le interesaba poner en tela de juicio a esos actores políticos?

–Sí, la idea era poner en tela de juicio a la mayoría de ellos y dejar esa discusión abierta, más allá de que la película tenga una posición. En ese sentido, descubrí varias cosas de las que no se habla demasiado. Una de las más importantes fue la figura de José Gaspar Rodríguez de Francia, que en cierta forma implantó toda la organización social en Paraguay y de la nada terminó creando una de las cosas más particulares en Latinoamérica. Tuve que dejar muchas cosas afuera primero porque no me entraba, pero también porque las internas de los países eran muy complejas y corría el riesgo de que no se entendiera nada. En un momento la decisión fue sacar algunos nombres para que le llegue al espectador. La idea es que se tenga un pantallazo de lo que se pasó.

–Usted habla con un grupo de historiadores en una charla informal mientras comen a un asado y con una paraguaya en su casa mientras ella está distendida y fuma. ¿Buscaba naturalidad en sus relatos?

–Sí, esos chicos son historiadores egresados de la UBA. Quería lograr algo dinámico en donde yo planteara algunas preguntas y ellos hablaran sin marcaciones ni guión. Me parecía que garpaba visualmente, que no era complejo de producir y que ellos podían bajar a la tierra conceptos y datos que otros podían tardar media hora en explicarlos porque son cosas muy complejas.

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Sosa buscó explorar uno de los rincones menos iluminados de la historia argentina.
 
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