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Jueves, 1 de marzo de 2007

CINE › LA LEGENDARIA JEANNE MOREAU HABLA DE SU PARTICIPACION EN “TIEMPO DE VIVIR”, DE FRANÇOIS OZON

“Esto es más que una película sobre la muerte”

Siempre dispuesta a incursionar en terra incognita, la actriz de Truffaut, Antonioni y Orson Welles se entregó al nuevo enfant terrible del cine francés. Aquí explica cómo ve el film y cómo trabaja: “Siempre llego a un rodaje en blanco; ni siquiera traigo mis líneas aprendidas. Me siento más libre”.

 Por Jean-François Tourneur

Es una de las grandes actrices del cine francés... e internacional. De Louis Malle a François Truffaut, de Jacques Becker a Jean-Luc Godard, de Jacques Demy a André Téchiné, pasando por Orson Welles, Luis Buñuel, Elia Kazan, Peter Brook, Joseph Losey, Michelangelo Antonioni, Wim Wenders, Theo Angelopoulos y Rainer Werner Fassbinder, Mme. Moreau no se privó de trabajar casi con ninguno de los mejores directores de su tiempo. Un tiempo que es más de medio siglo, considerando que debutó a fines de los ’40, cuando integraba –casi adolescente– la célebre Comédie Française. Siempre dispuesta a incursionar en terra incognita, no pudo resistir la tentación de filmar con François Ozon, nuevo enfant terrible del cine francés, a quien le gusta contar con las grandes divas de su país, como lo prueba 8 mujeres, donde reunió a Catherine Deneuve, Isabelle Huppert, Emmanuelle Béart y Danielle Darrieux. En Tiempo de vivir, Moreau aparece sólo en un par de escenas, pero que son, en palabras del propio Ozon, “el corazón de la película”. Unicamente una actriz del peso simbólico de Moreau es capaz de asumir una responsabilidad semejante.

–¿Cómo se involucró en Tiempo de vivir?

–Siempre veo las películas de François apenas se estrenan y sucedió que un amigo común, Jean-Claude Moireau, que es su fotógrafo de rodaje y autor de mi biografía, nos presentó. Antes hablábamos de vez en cuando por teléfono y yo sentía como si lo conociera, casi como si fuera un hermano. El sentía lo mismo. Un día me dijo: “Alguna vez tendríamos que hacer una película juntos”, y poco después me llamó. Me contó cuál era el tema, y le dije: “Espero que el papel no sea el de la abuela”. “Es ése”, me contestó. “Está bien, pero sólo porque sos vos.” En realidad, no me importaba tanto el guión, porque François es un ser humano y un director excepcional. Es un realizador, no un puestista.

–¿Cuál sería la diferencia?

–Un puestista pone las cosas donde corresponde, ordena y organiza. Un realizador es alguien que convierte lo que imagina en algo real. Esta película es una ficción, pero toda ficción es autobiográfica en la medida en que el autor tenga talento. Cuando Cézanne dice “ésta es mi manzana”, no podemos menos que creer absolutamente que ésa es la manzana de Cézanne. Como todo gran film, Tiempo de vivir es una confesión. Cuando vi la película terminada, en los primeros planos más cercanos el rostro de François se me superponía como por arte de magia con el del protagonista, Melvil Popaud. Es maravilloso asumir el riesgo de hacer explícito algo tan íntimo como el propio deseo, expresar eso que nos obsesiona de manera tan nítida. Creo que en este film François se entregó mucho más que en otros. Tiempo... es una sucesión de confesiones sobre las relaciones familiares, sobre el rechazo a los mandatos sociales, a obedecer las convenciones que pretenden decirnos cómo no hacer sufrir a nuestros seres queridos. Para poder amar y ser amados, hay que acercarse al dolor y al sufrimiento; hay que aceptar que uno puede tanto provocar un dolor como sufrirlo. Cuando Romain se despide de su abuela, quien para él es la encarnación del amor, es como si se escapara de su abrazo, de una potencial ósmosis con ella.

–¿Cómo fue su experiencia en el set?

–No me sorprendió lo exigente, meticuloso y preciso que es François. A la vez, te da una gran libertad. Es imposible no ser generoso con alguien como él. No se puede decir después de dos tomas “no, ya es suficiente, no hago otra”. François nunca vacila en hacer otra toma si no obtuvo lo que quiere del actor. O si el actor no le entregó todavía ese algo inesperado que podría inspirarlo a llevar la escena aún más lejos. Yo estuve enteramente a su servicio. Y no es fácil; hay que estar preparado para ingresar al universo de François. A la vez, es una experiencia maravillosa que deja una marca indeleble.

–¿Qué hizo para entrar en personaje?

–Nada. Siempre llego a un rodaje en blanco; ni siquiera traigo mis líneas aprendidas. Me siento más libre, más limpia. Y gradualmente me dejo ganar por el frenesí, a medida que se acerca el rodaje, cuando hacemos pruebas de vestuario o elegimos el maquillaje. No me interesa tanto mi personaje como el film en sí. Mucha gente asocia el miedo escénico con el temor a hacer el ridículo, a dejar una mala imagen. Para mí es como una fiebre. Cuando actúo, me desdoblo. Una parte mía mide la distancia a la que estoy de la cámara, se cerciora de que respeto las marcas; la otra se deja llevar por ese fuego interior, ese miedo delicioso. Es la parte subconsciente de mí la que sabe cuán lejos puedo llegar, mientras la otra dice: “pero, ¿el fuego está encendido, es verdaderamente fuerte?”. Y de repente, todo estalla en llamas. En la escena en que Romain se despide de Laura, le dije a François que no podía hacerla. Y él, con mucha calma, me dijo: “Sí que puedes. Vamos a hacerla de nuevo”. Y tenía razón. A veces hay que ir a buscar la emoción al lugar más verdadero posible, sin apelar a la memoria para evocarla, ni con un director que te arrastre al fango para hacerte reaccionar, gritándote frente al equipo que se murió tu hijo o miserias por el estilo. Apenas François pone la cámara, todo está claro. Todo tiene sentido. Se ve adónde quiere llegar, qué quiere ver.

–¿Siente que este film le aporta algo nuevo como actriz?

–Definitivamente. Y eso es siempre algo que le dio sentido a mi vida. No me gusta ir donde ya estuve. La vida es una miríada de territorios a descubrir. No quiero perder tiempo con lo que ya conozco. La situación con la que de repente se enfrenta Laura era inédita para mí. Nunca me pasó que alguien que está a punto de morir me lo confiara tan íntimamente. Vi morir gente muy joven, pero nunca así.

–¿Cómo se otorga vida a un personaje con tan pocas escenas?

–Habíamos filmado más escenas, pero François las eliminó en el montaje final. Y está perfecto. Hay personajes que están en pantalla todo el tiempo y no necesariamente provocan el mayor impacto. En la vida pasa lo mismo. Nos cruzamos con alguien en un café o en un aeropuerto, y se nos queda grabado para siempre; a la vez, podemos pasar años cerca de mucha gente que no deja nada en nosotros. Para poder darle vida a un personaje con tan poco tiempo, es muy útil llegar a la pantalla asumiendo el peso de tener un pasado. Incluso de joven tenía la capacidad de hacerlo. Y más aún ahora... Mi rostro se transformó con los años y tiene suficiente historia marcada para darle al público con qué entretenerse.

–Ciertos detalles del personaje de Laura hacen que sea más que una abuela; es una mujer muy sensual. El hecho de que duerma desnuda...

–François sabía que duermo desnuda. Yo le había contado que no podía dormir con nada puesto. Y de allí sacó la idea, supongo. Del mismo modo que utilizó algunas cosas que me había oído decir alguna vez, como lo de las vitaminas.

–Romain le dice algo bastante cruel a Laura, su personaje. Cuando ella le pregunta por qué la eligió para contarle lo que le pasa, él le responde “porque tú también vas a morir pronto”.

–Laura lo asimila, y sonríe ante este singular vínculo entre ambos. Y el hecho de que le diga “esta noche quiero dormir contigo” revela que para ella la idea de la muerte le es familiar; que, si bien no la entusiasma, no está incómoda ante esa perspectiva. Las vitaminas no son tanto para mantener la muerte a raya, sino la decadencia física. Ella ironiza: “Quiero morirme en perfecto estado de salud”.

–¿Tuvo en algún momento en cuenta Bajo la arena, donde también aparecía el tema del duelo?

–No es lo mismo. Bajo la arena es un film sobre la obsesión, el deseo obsesivo de que vuelva la persona que ya no está. La película podría haberse titulado El ausente. Creo que los films de François son muy diferentes entre sí, aunque hay un hilo conductor. François ocupa un lugar muy especial en el cine francés, un artista que crece y evoluciona constantemente. Hace tiempo que dirige y sabe que se trata de un juego peligroso, pero es muy sabio en cómo maneja su reputación, su éxito y su solidez financiera. Además, es completamente honesto consigo mismo.

–El film también parece decir que aprender a morir implica revisitar la infancia.

–No estoy tan segura de que Romain muera, es algo simbólico. Saber vivir es saber morir. Al fin y al cabo, ¿qué es la muerte? La conclusión de la vida. Vivimos un tiempo en el que se pretende que la vida y la muerte son cosas diferentes. Estamos vivos y, un minuto más tarde, estamos muertos, ¡qué horror! Pero Romain no muere; simplemente se disuelve, estuvo de paso. Y esto sin pretender una connotación religiosa. Es tan idiota afirmar que no hay vida después de la muerte como asegurar que sí la hay. La muerte es el misterio absoluto. Todos somos vulnerables ante ella, lo cual hace que la vida sea tan interesante, llena de suspenso, dolorosa, difícil. La gente habla de la felicidad, pero la felicidad, que en francés se dice bonheur, es decir bonne heure, la “hora buena”, depende del azar. Lo que importa son las pequeñas alegrías, y la plenitud de atravesar el calor y el frío, las sombras y la luz. Cada uno interpretará Tiempo de vivir a su manera. A algunos les dará aprehensión, otros la rechazarán y otros descubrirán cosas de sí mismos que jamás hubieran imaginado. Es más que una película sobre la muerte. Hay una suerte de paz, de reconciliación. Con algunas lágrimas, pero sin sentimentalismo.

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Abuela y nieto: Moreau acuna a Melvil Popaud, el protagonista de Tiempo de vivir.
 
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