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Jueves, 5 de julio de 2007

CINE › “RATATOUILLE”, NUEVA PRODUCCION DE LOS ESTUDIOS PIXAR

No llega a los cinco tenedores

La nueva película de Brad Bird está un escalón por debajo de la media del estudio que hizo historia con Toy Story.

 Por Horacio Bernades

El villano de Ratatouille es Anton Ego, crítico gastronómico pagado de sí mismo, avinagrado y cruel, capaz de intentar hundir con todas las armas a su alcance a un chef encantador y democrático, cuyo slogan promulga “Cualquiera puede cocinar”. Claramente, ese crítico representa a todos los críticos, no importa la especialidad, y en esa figura se condensan no sólo los odios del director y guionista sino la imagen estereotípica que buena parte del público medio puede tener sobre quienes ejercen esa profesión, tan frecuentemente asociada con la de verdugo. Con semejante espada de Damocles diseñada por la propia película, da un poquito de temor levantar el dedo, aunque sea tímidamente, para señalar que Ratatouille está un escalón por debajo de la media de Pixar, el estudio que, a partir de Toy Story, hizo dar uno o varios saltos de calidad al cine de animación en su conjunto. Sin embargo, debe decirse, a riesgo de ser tildado de Anton Ego y por más que la crítica estadounidense la haya saludado de modo exultante: Ratatouille está un escalón por debajo de la media de Pixar.

Iniciada por un tercero y encomendada, tras su partida, a Brad Bird (realizador y guionista de las magníficas El gigante de hierro y Los increíbles), Ratatouille transcurre en París y tiene por protagonista a la rata Remy, como todo el mundo sabe (la gigantesca maquinaria publicitaria montada por Disney se ocupa de ello, desde mucho antes del estreno). Rata curiosa, inteligente y poco conformista (virtudes frecuentes en los héroes de Bird), con pasión por la lectura, la cocina y, por lo tanto, por los libros de cocina. Cuál no será la revolución que le ocasiona descubrir en un estante Cualquiera puede cocinar, biblia gastronómica escrita por Gusteau, uno de los más afamados chefs parisinos. Pero por mucho que le tire el oficio de los sabores e ingredientes, Remy debe conformarse con su trabajo como detectador de venenos que, en honor a sus infrecuentes virtudes olfativas, le asignaron su familia y comunidad. Como el chico de El gigante de hierro, como la familia de superhéroes de Los increíbles, el azulado, peludo Remy no se contentará con ello y –tras ocasionar una catástrofe de dimensiones bíblicas– terminará en la cocina de Gusteau’s. Por más que no haya lugar más vedado para una rata que ése.

Canto a la complementación interespecies, para poder hacer lo que más le gusta y mejor sabe (resulta ser un maestro culinario), Remy deberá asociarse con otro segregado llamado Linguini, joven, torpe y tímido aprendiz de cocina. Recordando al villano de la reciente La familia del futuro, al que su sombrero convertía en autómata, aquí la rata azul manejará las manos de Linguini, trepado a su cabeza y tirándole de los pelos, como un titiritero a los hilos del muñeco. Hasta aquí, todo bien. El problema es que en ese punto es como si la maquinaria de Ratatouille se detuviera, más allá de alguna derivación ideológicamente simpática, como lo es sin dudas la defensa de la artesanía culinaria, en oposición a la fast food. Pero en términos estrictamente narrativos y dramáticos, el escaso desarrollo de los personajes se hace sentir tanto como algún forzado cliché (la presencia, en la cocina, de una chica linda y antimachista, que obviamente terminará enamorándose del torpe aprendiz). ¿Y no resulta forzado y hasta un poquitín camp que Gusteau se le aparezca a Remy después de muerto, como Jesucristo al protagonista de Marcelino, pan y vino?

Obviamente, las posibles objeciones no impiden que Ratatouille sea un producto tan respetuoso de la inteligencia del espectador de cualquier edad, y tan comprometido con la calidad profesional, como todos los de Pixar lo fueron siempre. Si Cars parecía una sinfonía de reflejos sobre chapas de auto, aquí las monumentales reconstrucciones parisinas, llenas de pasmosos detalles, hacen lucir a la Ciudad Luz más luminosa que nunca. Para no hablar de la sofisticada utilización del color y de las luces y sombras. O la migración inicial a través de aguas y conductos cloacales. O la velocísima carrera a través de cuevitas y túneles, vista en subjetiva por Remy y su hermano Emile. Todo ello permite a Ratatouille fijar un nuevo standard técnico para la animación digital, como sucede, desde hace más de diez años, con cada nuevo producto Pixar. El tema es que esos productos siempre fueron algo más que productos, mucho más que pasmosas proezas técnicas. Cars y Ratatouille, puestas en perspectiva, hacen temer que de aquí en más John Lasseter & Co. se conformen con el mero profesionalismo como techo estético para su producción.

Hay, sin embargo, un artículo de fe, y está bien a mano. Se trata de Lifted, el cortito que se proyecta antes de Ratatouille, maravilla de escasos minutos en la que un extraterrestre inexperto intenta abducir a un terrícola al que nada parece poder despertar, frente a la severa mirada de un monstruazo estelar. Con menos diseño de producción, una inversión más acotada, ninguna promoción previa y un dibujo totalmente liberado de cualquier obsesión mimética, Lifted produce el sacudón cómico que a maquinarias más pesadas, como las de Cars o Ratatouille, les cuesta un perú generar. Por más que se trate de productos de entretenimiento mil veces más nobles y estimables que cualquiera de sus pares para adultos, eso va de suyo.

6-RATATOUILLE

EE.UU., 2007.

Dirección y guión: Brad Bird.

Producción ejecutiva: John Lasseter y Andrew Stanton.

Música: Michael Giacchino.

Voces (versión subtitulada): Patton Oswalt, Ian Holm, Lou Romano, Brian Dennehy, Peter O’Toole y Janeane Garofalo.

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Ratatouille sale en defensa de la artesanía culinaria, contra la fast food.
 
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