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Jueves, 16 de agosto de 2007

CINE › “DURO DE MATAR 4.0” CONTINUA CON BUEN PULSO LA EXITOSA SAGA CON BRUCE WILLIS

Seso, humor y adrenalina en estado puro

A diferencia de otro regreso de un viejo pesado (Stallone en Rocky Balboa), no hay rastros de decadencia en la reencarnación de John McClane. Desde que aparece, partiendo de una trompada la ventanilla de un auto, da la sensación de que no pasó más de una década, sino menos de un día.

 Por Horacio Bernades

¿Hacía cuánto tiempo que Hollywood no producía una película de acción como esta cuarta parte de Duro de matar? Tienta suponer que desde hace casi 20 años, cuando el detective John McClane hizo su aparición en la primera Duro de matar, si no fuera porque después de ésa vinieron la segunda y tercera Arma mortal, Contracara, la segunda y tercera Misión: Imposible y Terminator 3. Como sea, desde el minuto cero hasta el 130 Duro de matar 4.0 mantiene el acelerador apretado y no para de subir la apuesta, llevando al espectador no a un momento de éxtasis sino a varios, uno detrás de otro. Siempre y cuando el espectador sea capaz de extasiarse con gente colgada de ascensores, autos disparados como misiles tierra–aire y tipos en musculosa, sucios, sudorosos y llenos de marcas y cicatrices. Nada de lo cual les impide cerrar cada escena con los más secos epigramas cómicos. Es que ésta no es una de acción descerebrada, al estilo Transformers, sino una de acción inteligente, al estilo... Duro de matar.

Pasaron doce años desde Duro de matar, la venganza, y en todo ese tiempo Bruce Willis se mantuvo calvo y en línea. Pero pasó los 50. A diferencia de otro regreso reciente de un viejo pesado (Stallone en Rocky Balboa), no hay rastros de decadencia en la reencarnación de John McClane. Desde que aparece, partiendo de una trompada la ventanilla de un auto y levantando al chofer del cuello, da la sensación de que no pasó más de una década desde la última vez, sino menos de un día. Pero el tiempo transcurrió, y así se ocupa de recordarlo el hecho de que en ese auto está sentada su hija Lucy, que ya tiene más de 20 (Mary Elizabeth Winstead), junto a un chico a punto de besarla. Poner música de Creedence en la casetera y comportarse, en relación con la tecnología de punta, como cualquier tipo de su edad, confirman que McClane es “un reloj con agujas en plena era digital”, como lo torea el cibergenio Matt Farrell (Justin Long). Farrell será el compañero de McClane en esta nueva carrera contra reloj, tratando de detener un nuevo Armagedón después de aquel del 2001. El día elegido para ello: el 4 de julio de 2007, claro.

Pero esta vez la conspiración es interna y los terroristas no tienen pinta de árabes. Si hay una asiática, un francés y un italiano entre ellos es porque el internacionalismo terrorista es una tradición de la saga. Pero el tipo que desde su centro de operaciones provoca enormes accidentes de tráfico, le corta la luz y el gas a medio país y amenaza con un colapso generalizado resulta ser un ex empleado del FBI buscando vengarse de que no le dieron bolilla cuando previno lo del 11 de septiembre. Aunque tal vez el verdadero motivo sea, signo de los tiempos, mucho más pragmático que ése. Es verdad que el villano, Thomas Gabriel (el lindito de Timothy Oliphant) no transmite esa sensación de mono con navaja que todo archienemigo de una película como ésta debería transmitir. Pero hay, por suerte, otros monos con navaja, garantizando la justa dosis de locura adrenalínica. No son otros que el héroe, el guionista y el director, todos ellos dispuestos a tirarse de un auto disparado a más de 100 km por hora. Así lo hace literalmente McClane y, en sentido figurado, Mark Bomback (guionista de apellido justo) y Len Wiseman, que después del infracine de ambas Inframundo se reinventa a sí mismo con mucho seso, nervio y músculo.

Todo funciona como un motor a explosión en Duro de matar 4.0. Funciona la relación de opuestos asociados entre McClane y Farrell, porque el pibe es tan irónico como el héroe y porque el actor que lo encarna, Justin Long, es de esos que no necesitan hacerse los simpáticos para serlo. Funciona la relación padre-hija, porque el eco de otro secuestro familiar (el de la esposa del detective, en la primera Duro de matar) le permite trascender el cliché de la reconciliación-tras-el-rescate. Funciona la intriga en sí, por lo bien dosificadas que están la información y las sorpresas. Funciona la hongkonesa Maggie Q, brazo derecho del villano, porque es tan metálicamente linda como lo que la rodea. Y ni qué hablar de cómo funciona la acción, que suma cerca de media docena de escenas de absoluta antología, en las que desde el guionista hasta el último doble parecen haberse propuesto superar todo lo conocido. Y lo lograron.

Véanse si no el auto que esquivan McClane y Farrell en medio de una autopista, disparado desde el fondo del cuadro hacia el medio mismo de la lente; el otro auto que McClane lanza contra un helicóptero enemigo, gracias a una bomba que explota en la décima de segundo justa; el apagón en un túnel, que deja al espectador tan a ciegas como al héroe, y el combate entre un camión y un jet Harrier. Por sobre todas ellas, el mayor tour de force de la película, esa gloriosa pelea a brazo partido entre McClane y Maggie Q, a bordo de un auto colgado de un ascensor y a punto de caerse. Pero además están el imperdible montaje de discursos presidenciales que dicen lo que nunca quisieron decir, el villano que cita a Lenin, el cibergurú de Kevin Smith y, sobre todo, ese ¡Yippie Ki Yay! que aúlla Willis. Y que expresa, mejor que cualquier crítica o nota periodística, la sensación de que Duro de matar 4.0 deja en el espectador capaz de aunar seso, humor y adrenalina. Como lo hace la propia película.

9-DURO DE MATAR 4.0

(Live Free or Die Hard) EE.UU., 2007

Dirección: Len Wiseman.

Guión: Mark Bomback.

Fotografía: Simon Duggan.

Intérpretes: Bruce Willis, Timothy Oliphant, Justin Long, Cliff Curtis, Maggie Q, Mary Elizabeth Winstead y Kevin Smith.

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Habiendo pasado la barrera de los 50, Bruce Willis se mantiene calvo, pero bien en forma.
 
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