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Miércoles, 12 de septiembre de 2007

CINE › DAVID CRONENBERG Y GUY MADDIN PRESENTARON SUS NUEVOS FILMS EN TORONTO

Los inquietantes hijos pródigos

En Eastern promises, Cronenberg despliega una violencia que incomodó a la sala. Con el “docu-fantasía” My Winnipeg, en tanto, Maddin terminó interpelado por un canadiense furioso.

 Por Luciano Monteagudo
desde Toronto

De una u otra manera, cada uno en su estilo, tan radicalmente distinto el uno del otro, los dos cineastas que Canadá tiene en la primera fila del cine mundial, David Cronenberg y Guy Maddin, no hacen sino filmar una y otra vez sus pesadillas, el lado más oscuro de sus sueños. Y los dos –teniendo la posibilidad de estrenar en Cannes, Venecia o Berlín– eligieron hacer la première de sus nuevas películas en el Toronto International Film Festival (TIFF). Pocos días antes de su presentación en la jornada de apertura del Festival de San Sebastián, la semana próxima, David Cronenberg –que sigue viviendo en Toronto, su ciudad natal, como una forma de expresar su independencia de Hollywood– puso nervioso al público de las llamadas Galas, las funciones dedicadas por el TIFF a los espectadores menos cinéfilos, aquellos que van más por la alfombra roja que por la pantalla plateada. Sucede que Eastern promises, su nueva película, está protagonizada por Viggo Mortensen y Naomi Watts, pero es un pequeño descenso a los infiernos que desató más de un grito ahogado en el Roy Thompson Hall, una sala de dimensiones sinfónicas, donde la gente no está acostumbrada a ver correr tanta sangre. En una escala más modesta, Guy Maddin también logró irritar a su público con My Winnipeg, una película en primera persona del singular que está muy lejos de celebrar la ciudad en la que el director nació y en la que aún continúa viviendo. Al punto que un espectador no pudo sino increparlo: “¿Para qué hizo la película? ¿Hay algo que le guste de Winnipeg?”.

La pregunta quedó sin respuesta, quizá porque los cineastas –al menos los de este calibre– hablan esencialmente por su obra. En el caso de Cronenberg, podría pensarse Eastern promises como una suerte de film en espejo con Una historia violenta, su film inmediatamente anterior, también protagonizado por Mortensen. El doppelgänger, la figura del doble, es una constante en el cine de Cronenberg y marcaba de manera muy singular al protagonista de A History of Violence, que aquí –aunque con otro nombre y otro origen– reaparece transfigurado, como si el director no hubiera terminado de decir todo lo que tenía en mente acerca de la ambigua naturaleza del héroe.

Ambientado en un Londres más que nocturno, oscuro como un presagio, Eastern promises transcurre en los dominios de la mafia rusa, allí donde un viejo patriarca (Armin Mueller-Stahl) cree tener las riendas de su comunidad, a la que maneja con mano de hierro. Sin embargo, ante sus propios ojos, su hijo (Vincent Cassel), que no sabe cómo rebelarse frente a esa fuerza paterna, pone a la casa familiar en riesgo, al dejar escapar a una chica de 14 años embarazada, una de las tantas que su padre importa del Este europeo para alimentar el negocio de la prostitución. El diario personal de esa chica cae en manos de la médica de guardia que da a luz al bebé (Watts) y Nikolai, el chofer de los rusos (Mortensen), deberá recuperarlo como sea. A pesar de su salvajismo manifiesto –Cronenberg no se ahorra ningún detalle a la hora de describir las habilidades de su personaje–, Nikolai, sin embargo, parece esconder un secreto, que no se revelará hasta el final.

A la vez film noir y melodrama decimonónico, Eastern promises es un caso de investigación posterior, que ya ha provocado controversias entre la crítica aquí en Toronto y sobre el cual habrá que volver cuando la película pase por San Sebastián y finalmente llegue a su estreno porteño. Nadie discute la maestría de Cronenberg en las escenas de violencia –hay una particularmente inquietante, en un baño turco, con Mortensen luchando completamente desnudo contra dos sicarios brutales armados con navajas–, pero a priori el trazado narrativo de la película parece mucho más convencional de lo que es habitual en el director. Sin embargo, aquí y allá aparecen corrientes subterráneas, ocultas, que alejan a Eastern promises del realismo que impera en la representación cinematográfica. Como siempre, sus personajes parecen habitar un mundo paralelo, tenebroso, que da la impresión de estar regido el inconsciente.

Es lo que sucede, también, con My Winnipeg. Realizado a pedido del Documentary Channel de la televisión canadiense, la nueva película de Maddin es lo más lejano que pueda pensarse a un documental convencional. De hecho, Maddin ha dado en llamarlo “docu-fantasía” y su estética –tributaria del cine mudo, como escapada de viejas bobinas en 16mm– es la misma de Brand Upon the Brain!, que fue una de las sensaciones del último Bafici. Salvo que el escenario no es aquí un faro imaginario, poblado por una colonia de niños sojuzgados por un médico loco, sino la próspera ciudad de Winnipeg, que en la imaginación en blanco y negro de Maddin luce aún más siniestra que la de esa isla enrarecida.

Apelando tanto a material de archivo como al propio álbum familiar y a escenas filmadas especialmente con actores, Maddin va recorriendo los mitos urbanos de la ciudad –la inquietante proliferación de sonámbulos, por ejemplo– hasta internarse en sus miedos más profundos y en sus traumas de infancia. Entre ellos, una madre posesiva y tiránica, interpretada por Ann Savage, legendaria protagonista de un clásico del cine negro, Detour (1945), quien no filmaba hacía más de medio siglo y a quien Maddin rescata de las tinieblas del olvido. Lo notable de My Winnipeg es precisamente eso: la manera en que articula la memoria colectiva con la experiencia personal, disparando en cada espectador su propio álbum de recuerdos, una serie de viejas películas rayadas depositadas en algún rincón perdido de la mente.

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En Eastern... Cronenberg parece retomar al personaje de Viggo Mortensen en Una historia violenta.
 
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