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Martes, 21 de octubre de 2014

PLASTICA › ARTE A PROPóSITO DE LA FERIA DE FRANKFURT

Un icono de la modernidad finesa

Helene Schjerfbeck fue una gran figura de la modernidad para el arte escandinavo –sólo comparable a la de Edvard Munch–, aunque sus problemas de salud y su decisión de vivir aislada postergaron su consagración.

 Por Fabián Lebenglik

Desde Frankfurt

La Feria del Libro de Frankfurt, siempre intensa y productiva para el mundo editorial, con catálogos de proyección internacional, tuvo menos visitantes y menos expositores en esta edición, razones –entre otras– por las cuales planea achicarse el año próximo, acusando el golpe de una crisis que hasta ahora parecía no tocar a Alemania.

Dado que Finlandia fue la invitada, la cultura y el arte del país nórdico fueron motivos de homenajes también fuera de la feria. La galería Schirn, que tiene la envergadura de un museo y cuyas influyentes propuestas expositivas resultan luego motivo de estudio, tanto por su calidad como por su rigor, presenta, con curaduría de Carolin Köchling, una muestra restrospectiva de unas noventa pinturas y trabajos sobre papel de la más importante artista moderna finesa: Helene Schjerfbeck, que vivió desde mediados del siglo XIX hasta mediados del XX y a quien se compara con el otro gran escandinavo, su contemporáneo Edvard Munch, por el salto modernizador que generó su pintura a comienzos del siglo pasado.

Considerada un icono del arte escandinavo, Schjerfbeck nació en 1862 en Helsinki, donde comenzó su formación, que siguió en París con Bastien-Lepage y Puvis de Chavannes.

A modo de breve retrato biográfico, debe consignarse que Schjerfbeck tuvo una infancia dura, marcada por un accidente de cadera cuyos efectos resultaron permanentes; también la afectaron las muertes prematuras de su hermana mayor y luego la de su padre, cuando ella comenzaba la adolescencia. Por su parte, la madre nunca le dio importancia a la vocación y el talento artístico de Helene. Sin embargo, mientras que para una mujer inglesa o francesa resultaba complicado dedicarse a la pintura, la situación en los países nórdicos era más comprensiva y hasta se alentaba el arte como práctica femenina. Por eso, además de en París, Schjerfbeck perfeccionó sus estudios, aunque más fugazmente, en otras ciudades europeas.

Aunque comenzó pintando paisajes muy personales en sus años parisinos, el eje de su obra fue la figura humana, al principio exaltando los colores, pintando los cambios en la moda y accesorios femeninos y realizando desnudos masculinos. En 1889 participó de la Exposición Universal de París, en la que recibió una distinción por su tela El convaleciente que la artista había pintado el año anterior y que forma parte de la muestra de la Schirn.

A medida que se internaba en la pintura, fue simplificando las formas y ajustando los colores, haciéndose eco de las innovaciones de las vanguardias y anticipando ella misma algunos aspectos vanguardistas, con su tendencia al abstraccionismo y a la potencia expresiva de sus retratos y autorretratos.

Junto con estos componentes de avanzada, la artista pintaba, casi como un ejercicio, cuadros a la manera de ciertos clásicos, como por ejemplo El Greco, Velázquez y Hans Holbein. Al mismo tiempo, tomaba los anuncios de las publicaciones que recibía y los utilizaba como fuente iconográfica para sus retratos, de modo que se daba la paradoja de una artista aislada que sin embargo daba cuenta a través de sus pinturas de los cambios notorios en la moda femenina.

A fines del siglo XIX comenzó a dar clases en la Escuela de Dibujo de la Asociación de Arte de Finlandia. Y en 1902 comienza su exilio interior. Su conexión con el mundo era a través de una correspondencia regular con artistas y amigos.

Tanto la copia de obras maestras como la adaptación de “fuentes” tales como las revistas de moda eran una respuesta de la artista a su confinamiento, en el que decidió vivir cuando se retira a vivir a poblados de la Finlandia profunda. De modo que la ausencia de modelos y motivos pictóricos la vuelcan simultáneamente a los clásicos y a los medios masivos. Como correlato de su voluntaria toma de distancia geográfica, su pintura ganó en independencia estética, volviéndose cada vez más personal.

Cuando comenzó la Segunda Guerra mundial se mudó a Suecia, donde murió a los 83 años, en 1946.

Uno de los puntos de mayor interés de la exhibición es la serie de autorretratos pintados durante los años treinta y los cuarenta, hasta muy poco antes de su muerte. Esta última subserie, de los autorretratos de su último año de vida, son tan impiadosos como extraordinarios. Podría tomarse esta línea, la de los autorretratos, para trazar el itinerario artístico completo de Schjerfbeck, porque el primero exhibido, de tono realista, está fechado en 1884 y el último, con todas las marcas de la vanguardia, en 1945. Luego de abandonar el realismo, resulta evidente que la figuración es sólo un pretexto experimental. Gran parte de sus autorretratos están fechados en sus últimos años de vida, y como contracara obsesiva de la insistencia temática puede apreciarse la variación en el tratamiento pictórico: estaba cada vez más preocupada por el cómo que por el qué. A medida que avanza en este tipo de obras va reduciendo su alfabeto de formas y colores. Y cuanto más reduce su alfabeto, más libre y conectada con el mundo se percibe su pintura.

La muestra continua hasta 11 de enero de 2015.

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El marino, pintura de Helene Schjerfbeck de 1918 (detalle).

Dos autorretratos de Schjerfbeck, pintados respectivamente en 1915 y en 1945 (detalles).
 
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