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Martes, 21 de junio de 2016

PLASTICA › EL DOMINGO MURIó EL RECONOCIDO ARTISTA NICOLáS GARCíA URIBURU (1937-2016)

En el cruce del arte con la ecología

El gran artista argentino hizo desbordar su obra hacia la naturaleza y el paisaje. Desde que en 1968 coloreó las aguas del Gran Canal veneciano, García Uriburu se convirtió en un artista militante de la ecología.

 Por Fabián Lebenglik

El domingo murió Nicolás García Uriburu a los 78 años. Dejó su marca en el arte pop; fue pionero del land-art y el arte ecológico. También fue arquitecto.

El suyo era un proyecto artístico ampliado que desbordó de la pintura hacia la naturaleza y el pasiaje. Vista en perspectiva, su obra adquiere una nítida consistencia y una gran coherencia estética e ideológica.

García Uriburu consiguió cambiar de función su arte al desbordar hacia la militancia ecologista, porque allí cruzó su obra con la denuncia, la pedagogía y la política, sin perder de vista la estetización del entorno y la salvaguarda de la naturaleza.

En un texto que escribió para la muestra “Víctimas y victimarios” en la galería Maman, realizada en el momento clave de la crisis argentina de 2002, el artista decía: “El hombre cobra su tributo verde destrozando bosques enteros, convirtiéndolos en muebles. En esta serie que inicié en 1996, rescato la memoria de estos objetos, como la silla que añora ser árbol o los muebles que quisieran ser bosque.

“La ecología –continúa– ha sido el eje de mi carrera así como la protesta social, por eso incluyo en esta muestra las sillas del político y el juez corruptos. Así como la ecología es la armonía del hombre con la naturaleza, la ecología política es la armonía que debería existir entre los ciudadanos y sus representantes.

“Aquellos que utilizan el poder en beneficio propio son tan depredadores como los que acaban con los recursos naturales. Este espacio […] alberga hoy una protesta esperanzada. Estamos a tiempo de rectificar nuestros errores, cuidar nuestro entorno y ser más dignos de vivir en nuestro maravilloso planeta”.

En 1968, cuando el pintor coloreó las aguas del Gran Canal de Venecia, entró en sintonía con los ecos del land art y del conceptualismo y al mismo tiempo se anticipó a otras tendencias, relacionadas con la militancia ecológica.

La acción de avanzar desde el cuadro a la naturaleza misma fue para García Uriburu un paso (precisamente) natural. Y allí continuó su larga lucha contra la idea de civilización como destrucción del entorno. El artista condensó la actividad del pintor en el gesto de colorear y “redujo” provisoria y estratégicamente, el concepto de pintura al de “aplicación del color”, por ejemplo, sobre las aguas de un río, o sobre las paredes de un museo; en especial del verde.

García Uriburu, que vivió quince años en París, construyó una geopolítica de la coloración, trazando diferencias entre el Norte y el Sur. Coloreó ríos y fuentes de treinta lugares del mundo, para denunciar y dejar clara una conciencia ética como actitud inherente a la conciencia estética. Además de colorear de verde su cara y su sexo en 1971, tiñó de verde las aguas del East River en Nueva York; del Sena, del Río de la Plata, del Lago Vincennes (Bienal de París, 1971), del puente Trocadero (París), de 14 fuentes (Documenta, Kassel, 1972), del puerto de Niza (1974), de las fuentes de Trafalgar Square (Londres, 1974), entre muchos otros sitios.

En 1981, junto con Joseph Beuys, coloreó el Rin y plantó siete mil robles en la Documenta de Kassel (1981).

También plantó miles de árboles autóctonos en Buenos Aires desde comienzos de los años ochenta; notoriamente, en la Avenida 9 de Julio, entre fines de los años ochenta y comienzos de los noventa.

En 2010, en colaboración con Greenpeace, coloreó el Riachuelo.

Entre otros premios, García Uriburu obtuvo el Braque (Buenos Aires, 1965), el Prix Lefranc (París, 1968), el Gran Premio del Salón Nacional (Buenos Aires, 1968); el Primer Premio de la Bienal de Tokio (1975) y el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes (Buenos Aires, 2000).

Como escribió Miguel Briante en 1998: “Aquello que Nicolás García Uriburu empezó a denunciar en 1968, por lo menos –cuando desde la trinchera del land art, un año antes de que Christo ‘empaquetara’ tres kilómetros de la costa australiana, y en la Bienal de Venecia, tiñó de verde las aguas del Gran Canal advirtiendo de una manera casi cósmica sobre la contaminación del planeta, en un premonitorio ejercicio de la protesta ecologista–, ahora se ha convertido en materia de política, y de política pesada. Alguna vez pensó que la humanidad podría reaccionar ante el grito pacífico, humanista, de la ecología; ahora sabe que hay pueblos, naciones, continentes capaces de chantajear para que otros pueblos, naciones, continentes acepten sus desechos nucleares, esos desechos que no pueden volver a la tierra”.

Paralelamente a su carrera de artista visual y ecologista, García Uriburu fue adquiriendo, durante décadas, un enorme conjunto de piezas precolombinas argentinas, que ahora integran una colección pública. García Uriburu también fundó un museo en Maldonado, Uruguay, con escultura uruguaya del período 1880-1945, que fue comprando a lo largo de los años. Ese museo ocupa una antigua escuela –donación del ex presidente Julio Sanguinetti– ubicada al lado de la Catedral de Maldonado.

En los últimos tiempos el artista mantenía una disputa judicial con sus hermanas y su hija, por el manejo de sus bienes y de su propia obra.

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Coloración en Venecia, foto de Nicolás García Uriburu, de 1968 (colección MNBA).
 
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