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Miércoles, 3 de febrero de 2016

DISCOS › EL CD + DVD LIVE AT THE TOKYO DOME, DE THE ROLLING STONES, EN SINTONíA CON SU VISITA

Los salvajes en el momento de plena madurez

El registro en vivo de 1990 corresponde a la primera actuación de la banda británica en tierra japonesa. Tiempos de distensión en la tormentosa relación entre Jagger y Richards y de despedida para Will Wyman. Pero, fundamentalmente, un ejemplo del mejor rock and roll.

 Por Fernando D´addario

En 1990 The Rolling Stones ya eran viejos. Pero –paradoja de la perspectiva histórica– una mirada actual del flamante DVD Live at the Tokyo Dome, registrado en febrero de ese año, les restituye un vigor y una lozanía que más de una banda de adolescentes pagaría hoy por lucir. Los juegos temporales no son antojadizos si se advierte que, un cuarto de siglo después de aquellos conciertos, esto es, dentro de unos pocos días, la banda británica volverá a desafiar en Buenos Aires la lógica de los calendarios. Un esfuerzo salomónico, que no afecte sensibilidades y al mismo tiempo atienda el poder relativizador del rock, podría derivar en la siguiente definición: los japoneses vieron a los Stones –como los argentinos en 1995– en su “etapa de madurez”, aunque resulte imposible definir, desde el punto de vista rockero, si ese atributo es una virtud o un defecto.

El DVD + doble CD que acaba de salir sigue al lanzamiento físico de Live at the Tokyo Dome –que en 2012 se había efectuado exclusivamente en formato de descarga digital–, y que desde hace meses alimenta la serie From the vault que rescata presentaciones del grupo en diferentes momentos históricos. El registro visual de esta presentación japonesa es interesante porque permite poner en contexto esa época de la banda.

En 1990 ya habían muerto las ideologías y los Stones, después de haber sido demonizados –sucesivamente– por el establishment y por los punks, disfrutaban del limbo rockero al que acceden los que “están más allá del bien y del mal”. Poco tiempo atrás habían ingresado al Salón de la Fama del Rock, certificado de legitimación si los hay. El Urban Jungle Tour, la gira mundial de presentación de Steel Wheels, significó también el final de la proscripción que pesaba sobre la banda en Japón. Después de que le prohibieran el ingreso al país en 1972 –parece que el gobierno japonés leyó con excesivo celo moralista las noticias sobre el tendal de orgías y escándalos que los Stones habían dejado a su paso por diversas ciudades de Estados Unidos y Canadá–, el grupo intentó por todos los medios revertir esa restricción que tanto lo perjudicaba económicamente. En 1990 hubo consenso entre el gobierno, el show business de Japón y el management de la banda: Mick Jagger, Keith Richards y Ron Wood (a Bill Wyman y Charlie Watts se los puede eximir de la consideración, aunque el primero de ellos también tuvo sus episodios) ya no constituían un peligro para las vírgenes japonesas.

Desde el comienzo del DVD, Jagger se come el escenario, dispuesto a desmentir los argumentos del indulto. Arranca con “Start me up”, claro, y la banda toda parece encomendarse a ese dispositivo musical y gestual que hace del rock and roll el mejor espectáculo para disfrutar en vivo (o en el living de casa). Las imágenes tomadas del público japonés (el Tokyo Dome es un estadio arquitectónicamente vanguardista, utilizado buena parte del año para partidos de béisbol) son escasas pero ilustrativas: un estado de estupor sacude a esos plateístas que parecen recién salidos de la oficina, a años luz de la ceremonia rolinga alimentada en estas pampas. Se acomodan los anteojos y aplauden a la manera japonesa cuando Jagger los saluda con un “konbanwa” (buenas noches) o un “arigato” (gracias), pero durante la interpretación de “Miss you” o “The Harlem Shuffle” , por ejemplo, permanecen absortos.

El concierto no abunda en sorpresas. El setlist es devastador. Apenas un puñado de temas del inevitable Steel Wheels (“Sad sad sad”, “Almost hear you sigh”, “Rock and a hard place”, “Mixed emotions” y “Can’t be seen”) es arrasado por un cóctel que mezcla épocas y estilos, ritmos e intensidades: “Paint it black”, “It’s “2000 light years from home”, “Gimme shelter”, “Tumbling dice”, “Ruby Tuesday”, “Sympathy for the devil”. La dinámica del show evidencia, además, los realineamientos internos experimentados en esos años. Los Stones se consolidan como una “big band” que llena el escenario de músicos de apoyo; un ensamble que garantiza que la cosa “suene” mientras Jagger y Richards se encargan del show. La dupla deja ver, con guiños y miradas empáticas, que la histórica guerra de egos –agravada por el inicio de sus respectivas carreras solistas– está en un período de distensión. Como contrapartida, los contados mimos que el cantante le propone a Wyman se encuentran con una pared de hielo, más inexpugnable que de costumbre. Al momento del show los fans no lo sabían, tampoco Jagger y Richards, pero el Urban Jungle Tour era el último que contaría con la participación del bajista.

La sola mención de los últimos tres temas interpretados (“Brown sugar”, “(I can’t get no) Satisfaction” y “Jumpin ‘ Jack Flash”) relativiza todas las especulaciones anteriores, sostenidas además con el diario del lunes sobre el escritorio. Los Stones son “eso” que no se puede explicar. Si hay que agregar palabras, que sean las de Richards. Le preguntaron qué opinaba sobre el hecho de haber podido actuar finalmente en Japón. Contestó que fueron los fans quienes convencieron a las autoridades para que los dejaran tocar. Y agregó: “¿De qué están asustados? Nosotros sólo somos un montón de guitarristas que tocan en nombre de Cristo”.

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Jagger y Richards hace un cuarto de siglo, una postal que se repetirá en La Plata.
 
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