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Miércoles, 12 de diciembre de 2007

DISCOS › “PORCO REX”, DEL INDIO SOLARI

Cuando la música lo atropella todo

Su segundo disco lo muestra inspirado y consolida su camino post Patricio Rey.

 Por Eduardo Fabregat

Cuando alguien fue parte de una de las bandas más representativas del rock argentino, y esa banda se separa en un pico de popularidad, toda acción posterior será monitoreada con renovada energía. Y si ese alguien se llama Carlos “Indio” Solari, el monitoreo se vuelve “operativo”: así lo traslucieron las entrevistas realizadas para Bingo fuel y para el flamante Porco Rex, que incluyen casi invariablemente –una excepción fue el reportaje del Suplemento NO de este diario– un relato de las circunstancias que rodean el viaje a la resguardada casa del Indio en el conurbano. La atracción que produce el entrevistado, su significación en la historia local, producen la paradoja de que el elemento esencial, la música que Solari está dando a conocer, parezca solo un accesorio. Pues bien: se recomienda encender el equipo, poner un volumen brutal y dejar que “Pedía siempre temas en la radio” se lleve por delante todo lo que esté cerca. La música se encargará de borrar tanto palabrerío. El Indio tiene nuevo disco, y ese disco exige mucha más atención que el tópico de cuántos perros tiene.

Aquellos que piden a gritos “solo te pido que se vuelvan a juntar” deberían disfrutar la multiplicación del ideario Redondo que proponen las obras solistas del Indio y Skay. Ya no comparten escenario, pero en ambos late una vibración similar, que va más allá de lo puramente estilístico. Ya liberado del peso de la separación reciente, empezando a decantar su propio camino más allá de Patricio Rey, el Indio entrega una colección de trece canciones inspiradas, bien resueltas, caracterizadas por algo que también suele quedar olvidado en la hojarasca: la enorme personalidad de su voz, el caudal interpretativo, la intensidad con que puede apostrofar a alguien de “caníbal de opereta” o sostener la idea de que “donde hay dolor, habrá canciones”.

Esa voz irrepetible les da cuerpo a momentos épicos como “Y mientras tanto el sol se muere”, la notable “Te estás quedando sin balas de plata” o “Tatuaje”, pero también sirve como pincelada ideal para las oscuridades de “Ramas desnudas” –sin duda, uno de los momentos más altos de Porco Rex– o “Veneno paciente”, donde el Indio y Andrés Calamaro producen una colaboración cabal, uniendo sus voces en una inquietante melopea en vez de alternar protagonismos de solista. Para el amante de pulsos más reconociblemente rockeros, allí está “Porco Rex”, “Sopa de lágrimas (para el pibe delete)” o “Por qué será que no me quiere Dios”, que combina a la perfección máquina, viola electrificada y caños. Pero el Indio también adquiere una levedad refrescante en pasajes como “Martinis y Tafiroles” y sobre todo en “Flight 956”, rock songs que demuestran que su libro de preferencias siempre va más allá de lo obvio. El Indio y sus actuales cofrades (Gaspar Benegas, Baltasar Comotto y Julio Sáez en guitarras, Hernán Aramberri y Martín Carrizo en batería, Marcelo Torres en bajo, Alejo van der Pahlen y Ervin Stutz en vientos, Deborah Dixon en coros) no son Pier, no buscan el clon de lo que fue e hizo historia. “Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano. Y es solitario”, cita Solari a Clarice Lispector. Más allá de las máscaras y la soledad, siempre está la música. Y ésa es la mejor noticia.

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El disco vuelve a exhibir la enorme personalidad de su voz, su caudal interpretativo.
 
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