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Viernes, 28 de diciembre de 2012

TELEVISION › CASINO JACK AND THE UNITED STATES OF MONEY, POR I.SAT

Capitalismo totalmente salvaje

Con acidez, el documental de Alex Gibney hace foco en el lobbysta Jack Abramoff, quien en 2006 fue condenado a seis años de cárcel tras hallárselo culpable de fraude, soborno y evasión fiscal. Y es una historia en la que se mezclan dinero, poder, religión y transas.

 Por Horacio Bernades

“Tal vez fue por asumir deliberadamente su papel de ‘villano de la película’ que Jack Abramoff se presentó a la investigación en el Senado como disfrazado de gangster”, dice el relato en off sobre las imágenes que muestran a Abramoff con gesto adusto, abrigo con solapas de piel y sombrero fedora, todo de tonalidad bien oscura. Autodenominado “el mayor lobbysta de Estados Unidos”, Abramoff, con llegada bien lubricada a las más altas esferas de la nación, fue condenado en 2006 a seis años de prisión, tras hallárselo culpable de fraude, soborno y evasión fiscal. El tema es que, junto con él, Abramoff “se llevó puestos” a un congresista, a una docena de funcionarios y a varios lobbystas. Es gracioso asistir al pequeño show del presidente George W. Bush, negando haberse sacado jamás una foto junto a Abramoff, y verlo enseguida de lo más sonriente, en un par de fotos junto a él. Todo eso sucede al comienzo de Casino Jack and the United States of Money, que durante un buen par de horas expone toda clase de abominaciones públicas y privadas, protagonizadas, durante dos décadas, por el bueno de Abramoff y los golden boys del reaganbushismo. El canal I.Sat la emitirá mañana a las 14.30.

Nacido para ser escrachado, Abramoff ya fue objeto de dos películas. Una es ésta, lanzada en Estados Unidos a mediados de 2010. La otra es un film de ficción llamado Casino Jack, que se estrenó a fines de ese mismo año, con Kevin Spacey en el papel del lobbysta más desaforado de Estados Unidos. El sello Emerald lanzó esta última en DVD, a comienzos de año. Es mejor el documental, por el simple hecho de ser un documental. Esto es: un documental puede limitarse a exponer hechos, mientras que un film de ficción tiende inevitablemente a adoptar un punto de vista frente a los hechos narrados. Con Kevin Spacey en pleno despliegue de su magnética repulsividad, Casino Jack es una historia de pícaros y, como tal, cierta simpatía con el pícaro en jefe tiene que tener, inevitablemente. Pensar en El lazarillo de Tormes, El golpe, Plata dulce o Atrápame si puedes. Con lo cual el tipo queda como un colorido psicopatón, cuando en verdad fue una excrecencia larvaria, un llevar al límite un sistema de por sí monstruoso, el capitalismo salvaje en carne viva.

En esa pútrida entraña rasca y lastima, se regodea y advierte, con una corrosividad que el propio título ya deja ver, Casino Jack and the United States of Money, dirigida por Alex Gibney, ganador de un Oscar y realizador de un shockeante documental sobre la corporación Enron. Son los Estados Unidos del dinero los que desfilan, hasta la náusea, en las dos horas de Casino Jack y... Los Estados Unidos de “el cielo es el límite”, la Tierra de las Oportunidades por Izquierda, la “América” en la que la sed de poder y todo el dinero se liga sin problemas al fundamentalismo religioso. Nada menos que tres conversiones religiosas se narran en la película. La primera de ellas es la del propio Abramoff, hijo de una familia judía de Massachusetts, convertido a la ortodoxia fundamentalista tras ver... El violinista en el tejado, cuando tenía 12 años. La segunda, la de Ralph Reed, fundador de la Coalición Cristiana a comienzos de los ’90 y responsable de convertir a los conservadores religiosos en motor del ascenso al poder de Ronald Reagan. La tercera conversión es la de Tom DeLay, uno de los personajes clave de esta historia.

Congresista republicano por el estado de Texas, DeLay fue el tipo que sinceró el fogoneo de las campañas políticas con dinero privado (con las obligadas contraprestaciones del caso), bajo el lema de que “hay que terminar de una vez con la idea de que el dinero es malo”. En algún momento de su singular carrera, DeLay decidió redimirse del alcoholismo, la infidelidad matrimonial y otros pecados, convirtiéndose al evangelismo. Igual que George W. Bush. Si DeLay abrió el camino al ingreso desvergonzado del esponsoreo político por parte de las grandes corporaciones, Jack Abramoff fue el brazo ejecutor de ese operativo. El tipo encargado de llevar a la práctica esa teoría política. El gestor, administrador y beneficiario principal del intercambio de favores, junto a escuderos como Michael Scanlon, Grover Norquist y el mencionado Ralph Reed, think tanks de la “revolución conservadora” de los ’80. Todos empezaron militando en el CRNC (sigla en inglés del Comité Nacional Republicano Universitario) en esa década, con Reagan como héroe más que cinematográfico, y terminaron afanando a cuatro manos, para decirlo de una vez.

Tras haber apoyado a los contras nicaragüenses y a Jonas Savimbi, impresentable dictador angoleño, luego de haber inventado una cantidad record de fundaciones, presuntas ONG y sellos de goma de toda clase, Abramoff y sus muchachos hicieron transas espectaculares. A saber: 1) convertir a las Islas Marianas, próximas a las Filipinas, en uno de los más grandes centros internacionales de manufactura esclavista, a cambio de apoyo en metálico de sus principales beneficiarios para Tom DeLay y otros encumbrados representantes republicanos; 2) derivar dinero de la mafia rusa para los mismos políticos; 3) producir la nunca bien ponderada clase-Z Red Scorpion, donde el nórdico Dolph Lundgren hacía de comando soviético que, en un país africano muy semejante a Angola, comprendía lo mala que era la URSS (que todavía existía) y terminaba militando en las filas yanquis; 4) estafar a las tribus cherokee, choctaw, cahuilla y tigua, entre otras, llegando a embolsar 32 millones de dólares en un solo contrato, con la promesa de conseguirles contactos con... Tom DeLay, of course, entre otros políticos notorios.

Se fueron tan al carajo Abramoff & Friends, para decirlo suavemente, que finalmente al Senado, presidido por el ultraconservador republicano John MCain, no le quedó más remedio que intervenir a mediados de la década pasada, condenando a Casino Jack y otros perejiles, y salvándoles el cuero a otros con más peso. El final de la historia no se contará por respeto al potencial espectador de este documental imperdible, aconsejando solamente prestar atención a la participación del ex congresista Tom DeLay en una suerte de Bailando por un sueño de allá, trenzado en tremendo baile erótico con una danzarina de poca ropa y haciéndole gestitos de stripper a cámara, en primer plano. Tal vez algún memorioso recuerde un final parecido a cargo del colorido Moisés Ikonikoff, ex graduado de La Sorbona y ex think tank de Carlos Menem, bailando en tanga atigrada junto a Silvia Süller en el teatro Astros, cuando los años del poder eran ya sólo un bello recuerdo. Pero los bolsillos seguían abultados: igualito que los de Abramoff y sus boys.

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Jack Abramoff llevó al límite un sistema de por sí monstruoso.
 
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