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Sábado, 9 de noviembre de 2013

TELEVISION › JULIAN WEICH VOLVIO A EL TRECE CON SI LOS CHICOS QUIEREN

“Siempre traté de pensar la tele de manera constructiva”

El conductor resalta que en su programa, que va los viernes a las 22, los niños no compiten sino que lo hacen sus padres. “La idea es que los chicos la pasen bien, sin ser exigidos”, explica. Y asegura que no podría hacer un programa que les diera vergüenza a sus hijos.

 Por Leonardo Ferri

Cada entrevista produce distintas impresiones, pero la que predomina en la charla con Julián Weich es la de la honestidad. Y si bien las sensaciones son subjetivas, queda claro que el discurso de Weich no responde a otra cosa que no sea él mismo, porque no sólo acepta sus errores o destaca sus virtudes, sino que dice cosas que otros en su situación elegirían callar. Weich no relativiza: toma posición, la defiende y asume sus consecuencias, buenas o malas. Sentado en la mesa de un bar, este hombre que tiene 47 años sin aparentarlos y que cada tanto se googlea para ver qué se dice sobre él, admite estar solo en su lucha por hacer una televisión familiar, no destructiva, “sin culos, tetas ni malas palabras”. El nuevo exponente de su estilo de hacer televisión será Si los chicos quieren, un programa de entretenimientos de formato norteamericano estrenado hace poco en los Estados Unidos, en el que los padres compiten mientras los chicos están jugando. “En ningún momento los chicos están sometidos a alguna competencia, ni a ninguna situación de televisión, están aislados de todo”, se apura en aclarar. Todos los viernes a las 22.30, por El Trece, compiten cuatro parejas de padres con sus hijos, de entre 3 y 4 años, y una de ellas tiene la posibilidad de ganar 50 mil pesos de premio. Y aunque su regreso sea la excusa, quien pasó más de la mitad de su vida frente a la cámara tiene más temas para hablar que sólo eso. “Hoy, en la televisión, más que opiniones hay distintas formas de agredirse”, sentencia.

–¿Le importa particularmente que quede claro que no son los chicos los que compiten, no?

–Sí, sí, porque, si no, sería muy inhumano y quizá desleal, porque no me gustaría ver a un chico sometido a una situación de preguntas y respuestas y que de eso dependa que sus padres ganen. Eso sería someterlos a una situación de estrés, demasiada exposición, y la idea es que los chicos la pasen bien, sin ser exigidos. Más que pruebas, son acciones simples que cualquier chico puede hacer, y de eso dependerá el triunfo o la derrota de los padres. El programa es más para divertirse que para competir.

–¿Por qué se fue de Telefe? O, dicho de otro modo, ¿por qué volvió a El Trece?

–Trabajo en televisión y trabajo donde me contratan, así de fácil. En diciembre quedé libre y siempre hubo conversaciones de qué hacemos, si esto o lo otro. Era marzo o abril y yo tenía que laburar, la productora tenía este formato y se lo ofrecimos a los dos canales, y el primero en decidirse fue El Trece.

–Con su vuelta a El Trece se plantean algunas cuestiones. El primero, los cambios de horario, que ya sufrió en Telefe...

–No me gustan. Diría que prefiero que termine un programa y no que me cambien de horario, pero a veces lo acepto porque me da pena terminarlo o intento tener esa chance de probar. Pero no me gusta. Lo que pasa es que hoy uno no puede darse el lujo de terminar un programa, porque hay fuentes de trabajo, tiempo y plata invertidos. En lo emocional es distinto, porque cuando un programa no anda bien, todo se tiñe de un clima que no se puede disimular, ocultar o dejar de sentir. Cuando uno hace mucho o poco rating, se siente, y uno está expuesto todo el tiempo, más en un programa diario.

–El otro tema es la vuelta confirmada de Marcelo Tinelli, quien parece ser todo lo contrario a lo que es usted y genera contenidos que arrasan con la pantalla, dentro y fuera del canal. ¿Cómo conviven esos dos estilos en un mismo lugar?

–Somos polos opuestos, sin lugar a dudas, pero yo puedo ocuparme de mi programa solamente, ése es mi objetivo y mi preocupación. Todo lo que pase en esa hora y media es mi tema, pero en el resto no tengo injerencia, ni me interesa. Puedo modificar mi producto, no el resto de lo que se hace en mi canal o en otro. A veces me dicen: “Vas a competir contra fulano”. ¿Y qué puedo hacer?

–Sus programas tienen una especie de marca Weich, es decir, son familiares, políticamente correctos. ¿Por qué se autoimpone esas premisas?

–Porque es lo que me gusta que vean mis hijos o es lo que me imagino que los chicos deberían ver. Por supuesto que los chicos también quieren ver culos y tetas y espiar por la cerradura, pero no me parece que la televisión tenga que mostrarlo, ni siquiera a la medianoche.

–¿Y es consciente de que va a contramano del 90 por ciento de lo que se muestra en televisión?

–Sí, estoy muy solo. Siempre pienso: “Me voy a quedar tan solo...”. Pero bueno, no puedo ir contra eso, ni aunque hiciera un programa a las 3 de la madrugada, porque no me va a salir. La gente no aceptaría que yo cambie mi manera de mostrarme en televisión, que también es un poco mi manera de ser. Podría conducir un pornoshow si quisiera, pero no quiero ni me parece constructivo. Siempre traté de pensar la tele de manera constructiva o, al menos, no destructiva, porque haciendo ¿Quién quiere ser millonario? no estoy construyendo nada, pero por lo menos no destruyo. Intento sostener ciertos valores. Siempre pensé en que mi hija podría estar viéndome y no me imagino haciendo algo que mis hijos no pudieran ver, me importa mucho eso.

–¿Pesa o importa?

–Me pesa. No soportaría que le digan: “Mirá lo que está haciendo tu papá, qué vergüenza”. Una vez me ofrecieron hacer un reality de discapacitados que, como lo vendían, parecía que estaba bien. ¿Pero cómo me muestro adelante de diez chicos discapacitados que compiten para ver quién es el mejor? No me imagino. El programa le daba un lugar a mucha gente que no lo tenía, pero no me terminaba de cerrar.

–Usted pasó más de la mitad de su vida en televisión. ¿Cómo la ve en la actualidad?

–Estuve dieciocho años en El Trece y once en Telefe. Era otra época, una en la que se podía hacer Expedición Robinson, Fort Boyard o ¿Quién quiere ser millonario?, programas más caros. Ahora veo una televisión más barata. Pero barata por falta de inversión, porque si uno quiere hacer una escenografía que valga 10 millones de pesos no se recupera más, ni vos, ni yo, ni el canal. Hay mucho espacio televisivo, más que programas, mucho panelismo, mucho de estirar para abaratar costos, que en ficción no se nota, pero en el gameshow sí. Para hacer un gran programa de entretenimientos hay que poner mucha plata, porque no alcanza con el ingenio y uno queda atado a las inversiones que hoy no hay. Hay como una meseta en la que todos están esperando a ver qué pasa, y la ley de medios influyó en muchos aspectos a los que todos nos tuvimos que acomodar.

–¿En cuáles?

–Aspectos comerciales. Hay un montón de promociones que antes se podían hacer, porque antes se metían veinte PNT y ahora se meten tres, cosas que comercialmente cambiaron la ecuación de la televisión, que no hay que olvidar que es un negocio. También hay fútbol en muchos horarios. El año pasado me tocó competir contra eso algunos días y el rating era muy fluctuante. Todo cambió. Y ojo que no digo que esté mal, digo que hay que acomodarse.

–¿Y cómo se lleva con el rating, teniendo en cuenta que se sigue utilizando para medir audiencias, pero ya es un sistema viejo, que no tiene en cuenta a quienes miran por Internet?

–A mí me interesa tener el mínimo rating necesario para que el programa dure. No me interesa ganar, aunque me gusta, pero si el canal me dice: “Con 10 puntos estamos todo el año”, yo firmo. Como todo actor o artista, uno quiere espiar por el telón y que la sala esté llena, porque es placentero que muchos vean tu obra, te llena de orgullo. El esfuerzo por hacer un programa para que te vea una persona o un millón es el mismo, no trabajo de acuerdo con la gente que me esté viendo, lo hago para que me vean todos.

–¿Qué tanto se involucra en el programa más allá de la conducción?

–Estoy en casi todo. Algunas cosas me importan mucho y otras nada, pero estoy al tanto de todo. No busco que se haga lo que yo digo, pero propongo muchas ideas para que se debatan, y hay cosas que se hacen y cosas que no.

–¿Y estar en todo no le resulta agotador?

–Es mi manera de ser. La única manera de hacer el programa es conociéndolo todo, podría ponerme a hacerlo ahora y no tendría que estudiar nada. En la preproducción, uno va incorporándolo, es como estudiar el libreto de una obra, y en ese tiempo es cuando aprendo cómo moverme en el programa, para no estar esperando que de afuera me digan si está bien o mal. No trabajo con “cucaracha”, así que si no conozco el programa, puedo meterme en problemas.

–¿Cuál es su visión de la televisión en cuanto a lo artístico, a los contenidos?

–(Piensa.) Está un poquito devaluada la tele, hay que acomodarse e intentar mejorarla desde adentro. Mi manera de opinar es haciendo programas, no desde afuera, pero todo cambió. Ya no hay programas de preguntas y respuestas, hay mucho más fútbol, hay más opciones en cable y en Internet. Y la parte política pesa mucho: que si sos de la corpo o estás en contra de ella, todo por bandos, y uno tiene que intentar estar y pasarla lo mejor posible.

–¿Cómo se vive en medio de ese enfrentamiento?

–A mí me molesta. Creo que hay lugar para Boca y para River, no tiene que ser todo de uno u otro. La verdad es que no me gustan, no me parece sano. Sí me gustan la diversidad y las diferentes opiniones, pero creo que más que opiniones hay distintas formas de agredirse, y me parece tan inútil, tan aburrido, tan poco constructivo, tan egocéntrico intentar ganar una discusión... El ego mata la política y la política mata a la sociedad.

–¿Nunca militó o se involucró en política?

–Sólo con Unicef. Los chicos no son de nadie porque no tienen partido político, yo trabajo para ellos. También por Twitter, digo “me gusta ayudar a quienes ayudan” porque intento que aquel que necesita donantes de sangre o una cuna o un colchón tenga más difusión.

–En la televisión actual casi no hay separación de la vida pública y privada. ¿Cómo hizo para resguardarse?

–Desde el principio dije que no. No es que en algún momento me desdije y pedí “ya basta, a mis hijos no los muestro más”, sino que arranqué sin mostrar mi casa ni mis hijos y sin hablar de mi intimidad. Hoy muestran un test de embarazo por televisión, ya no saben qué inventar... Hay cosas que me dan vergüenza, porque no perdí esa capacidad, pero hay mucha gente a la que no le importa nada. ¿Quién se beneficia por hablar de un divorcio en televisión, habiendo hijos de por medio, con declaraciones espantosas?

–¿Y qué televisión mira?

–Todo, pero ya no lo hago con ojos de espectador, porque no los tengo. No hay camino de retorno a la inocencia, no se puede ser inocente muchas veces. Entonces miro como parte del medio, para saber qué se hace, cómo, qué funciona y qué no. Eso me ayuda a decidir qué hacer y si estoy en sintonía o si estoy en otro planeta.

–¿Es el último exponente de un estilo de televisión que ya no se usa?

–No hay gente que haga lo mismo que yo, pero tampoco hago cosas que hacen otros, porque no puedo, o no me gusta o no me sale, entonces es muy difícil comparar. ¿Picasso era mejor que Dalí? Fueron cosas distintas. Como conductor fui siempre igual, lo único que cambia es el programa que conduzco. Desde Sorpresa y 1/2 soy siempre igual, antes estaba aprendiendo.

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“No hay gente que haga lo mismo que yo, pero tampoco hago cosas que hacen otros, porque no puedo, no me gusta o no me sale”, admite Weich.
Imagen: Rafael Yohai
 
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